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martes, 5 de noviembre de 2019

LIBRE ALBEDRÍO

Imagen de "contrahegemoniaweb.com.ar"
Por Roberto Marra
La palabra “albedrío” tiene su raíz en el vocablo latino “arbiter”, que significa “juez”. Forma parte de una expresión (“libre albedrío”) a la que se acude siempre que se desea manifestar la atribución de una persona para tomar una decisión solo dependiente de su exclusiva voluntad. En realidad, su etimología está indicando una potestad individual para la concreción de hechos objetivos, o para expresar valoraciones solo dependientes de sí mismo sobre esos hechos, obviando los efectos que pudieran resultar de las exteriorizaciones de su “libre albedrío”.
A partir de esta definición, y basándose en ella, se suele hablar de la “libertad de expresión” como la primordial de las libertades, un modo de asegurar, con su sostenimiento, el resto de las autonomías que pueda tener un ser humano para generar, participar u opinar sobre los acontecimientos, así sea que lo involucren o nó. De esa manera, cada persona estaría posibilitada de hacer y deshacer a su antojo, solo limitada por las reglas que la sociedad se autoimpone como método de convivencia.
Sin embargo, también suele utilizarse lo de la “libre expresión” como una barrera a la que se recurre cada vez que se intentan criticar las manifestaciones de quienes integran los medios de comunicación, sobre determinados sucesos u otros individuos. Frase aparentemente sinónima de la primigenia, la “libertad de prensa” es el caballito de batalla de periodistas y empresarios de medios, con la cual intentan frenar cualquier retruque a sus alocuciones o escritos, elevándolos al sitial de lo sagrado, intocable e indiscutible, como no sea por ellos mismos.
Todo indicaría que tienen razón en obrar de esa forma, que se trata del resguardo de un derecho básico que no debiera ser vulnerado jamás. Pero pasan otras cosas en el ámbito de los medios de difusión de noticias, que no tienen que ver solo con el estricto cumplimiento del “libre albedrío” de sus periodistas, sino de las decisiones dependientes de los posicionamientos ideológicos y los lucros de los empresarios dueños de los medios.
Allí es cuando la “libertad de expresión” se transforma en un pretexto para ejercer con vileza la obscena “profesión” de mentiroso, en la excusa necesaria para actuar de modo antagónico con la realidad, soslayada y pisoteada para sostener “verdades” fabricadas a medida de los intereses con los cuales se entretejen los de los medios, como parte de un sistema opresivo que precisa de los disvalores que la apócrifa “prensa libre” difunde con el fervor propio de los conversos, para asegurar la dominación de las mayorías imprescindibles para que nada cambie.
Los fundamentos son cosas olvidadas por estos escribas del Poder. El conocimiento de la verdad solo les resulta útil para pergeñar mejores falsedades. Los hechos son olvidados y reemplazados por argumentos sin sustento real, sin la más mínima relación con los sucesos que se traten. Las opiniones sobre las personas están siempre cubiertas con una pátina de prejuicios que impiden saber que piensan o hacen de verdad.
Los miembros de la sociedad se convierten, así, en títeres de esas elucubraciones periodísticas, en actores de reparto del drama cotidiano donde los poderosos tienen siempre asegurado el perverso “libre albedrío” de decidir sobre las vidas ajenas, con los pueblos sometidos mediante la ignorancia fabricada por los espurios defensores de la hipócrita “prensa libre”, esos profetas del odio y la disolución social convertidos en jueces supremos del pensamiento ajeno y defensores a ultranza de sus propias libertades. Que no son otras que las de señalar culpables y sentenciar sin pruebas, escribiendo en letras de molde las realidades paralelas con las que aseguran sus ilegítimos “libres albedríos”.

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