Por
Roberto Marra
Se
fue tal como llegó, dejando sorprendidos a todos. Trazó una raya en
la historia, atravesó su tiempo con palabras sencillas y hechos
enormes. Sembró de alegrías el presente, abrazó las causas de
todos con la pasión del militante que nunca abandonara. Sinceró la
política, le arrancó de cuajo la hipocresía, derrotó a los
soberbios y apabulló a los eruditos.
Redujo
los daños de sus antecesores, preparó el camino de sus sucesores,
añadió vida al futuro y soltó amarras con el imperio. Cultivó la
unidad con otros grandes como él, señaló las barreras a saltar e
impulsó la organización solidaria de los pueblos de Nuestra
América, participando de cada espacio que sirviera para la
construcción de su sueño de Patria Grande. Se expuso al odio de los
poderosos, plantándose en la defensa de los débiles. Plasmó en
realidades las promesas del primer día, desarrolló las bases de una
Nación soberana y se alejó de las recetas oprobiosas de los
organismos financieros.
Cautivó
a sus seguidores y aturdió a quienes no lo eran. Ilusionó a los más
jóvenes y reparó las heridas de los mayores. Impuso el gesto
valiente frente a los cobardes de los cuadros, bajados por la fuerza
de sus convicciones. Abrazó a las madres del ejemplo y le dio
sustento a la palabra empeñada al asumir en nombre de ellas el cargo
que distinguió con su moral irrevocable.
No
alcanzó a ver su sueño completado, pero dejó la semilla de su
ética intachable, de su grandeza ilimitada, de su presencia soñadora
de justicias adeudadas. Le traspasó su destino a otra grande,
vapuleada y maltratada como pocas, que decidió continuar con su
tarea libertaria aferrada a la verdad que heredó de semejante Hombre
con mayúscula.
Ahora,
después de la traición y la revancha, luego del cruel entreacto de
cuatro años miserables, vuelve su palabra a ser escuchada con el
fervor y la ternura que jamás abandonara, regresa su recuerdo a
calarnos el alma con sus frases sencillas y sus mandatos de hermano
de la vida cotidiana. Ahora está de nuevo con nosotros, después de
acompañarnos en cada barricada, de sollozar con cada lágrima de
jubilados abandonados a su suerte, de dolerle la panza con el hambre
de cada pibe desnutrido.
Ahora
mismo le vemos su sonrisa inolvidable, su gesto de manos extendidas
en saludos interminables, abarcándolo todo con su mirada atravesada,
señalando seguro el camino destrozado por la horda de asesinos de
esperanzas que intentaron acabar con sus ideas y sus verdades, que
vuelven renovadas para derrotar la oscuridad de la miseria y el
abandono.
Ahora
está de nuevo con nosotros, expande sus brazos para contenernos en
la ilusión que jamás abandonamos quienes supimos encontrar en sus
palabras, la fuente donde encontrar la historia arrebatada, la de las
banderas nunca arriadas, las inmortales consignas populares, las que
nos guiarán al destino que él imaginaba, cuando la maldita muerte
lo encontró en una eterna madrugada.
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