La
naturalización de las aberraciones va generando realidades
paralelas, eleva las excepciones a la categoría de lo lógico,
aplasta la verdad que se oculta con definiciones falsas y convence a
las mayorías de que lo que escucha y ve, no es real, pero sí lo que
le cuentan y definen desde los medios de (in)comunicación. Con ese
solo procedimiento, quienes detentan el dominio de las palabras y las
imágenes se aseguran que millones de personas repitan sus mensajes
sesgados y lo conviertan en verdades absolutas, inamovibles,
terminantes.
Así
sucede con las descripciones que genera el imperio y su actual
mandamás, dando por tierra con cualquier alternativa informativa,
destrozando la realidad y convirtiéndola en una papilla muy fácil
de masticar y tragar, lo cual lo pretende elevar a ese personaje en
la consideración de las mayorías y reducir los dichos y
aseveraciones de los demás pasajeros de este Planeta, a la nada
misma.
Una
de las peores definiciones que hoy en día más se escuchan de labios
del “diablo” de la casa Blanca y de sus insultantes secretarios,
es la de las “sanciones”. Transfugando lo obvio y reduciendo el
“diccionario” virtual de las relaciones internacionales a la
categoría de papel en blanco, se habla de “imponer sanciones” a
las naciones como si fuera la determinación de un juzgado de última
instancia mundial, un tribunal cuyos “jueces”, sin escuchar a
nadie más que a quienes de verdad mueven los hilos del Poder, emite
sus sentencias a los “imputados” del peor de los delitos para sus
intereses: ser soberanos.
Nadie
se detiene a escrudiñar en la definición de la palabra “sanciones”,
más allá de lo semántico. Pocos se oponen de verdad a lo
determinado por los pretendidos dueños del Mundo, dejando correr lo
que sigue a semejante decisión sin basamento jurídico alguno. Y lo
que sigue es la muerte y destrucción de países enteros, el
aplastamiento por hambre y enfermedades de poblaciones inermes ante
tanta maldad concentrada en acabar con sus pretensiones libertarias.
Lo que se decide con esa simple palabra es el fin de una sociedad, el
daño definitivo a procesos virtuosos emprendidos por voluntad de los
pueblos, libres de ataduras, a los “consejos” del capital y sus
espúrios intereses.
Cada
día, el decadente imperialismo eleva el nivel de sus inmundas
“sanciones”, tratando de acelerar la caída de los gobiernos que
no responden a sus mandatos. Cada año multiplican sus enajenantes
reacciones frente a las decisiones soberanas de las naciones que se
atrevieron a decir ¡basta! a tanta malversación de sus riquezas,
asumiendo la independencia en todo el valor de su significado,
intentando tomar otro rumbo al establecido por los “patrones”
planetarios.
A
pesar de tanta evidencia y tanta historia repetida, o tal vez por
haberse acostumbrado a ver la realidad solo a través del cristal de
los que mandan, la aceptación de las palabras del Poder sigue
perpetrando genocidios, encubiertos por esa sucia pátina de
insustanciales definiciones. Continúan admitiéndose verdades que no
son y hechos que nunca sucedieron, como verdades consumadas. Son
denigradas las resistencias populares y mostradas como fraudes de los
gobiernos “sancionados”.
“E
pur si muove”, diría Galilei. Sin embargo, a pesar de la mentira
consagrada como certeza, a pesar de las amenazas del ridículo émulo
imperial de Satanás o de sus lacayos apátridas de todos los lares,
algunos pueblos y sus gobiernos resisten los embates de semejantes
arbitrariedades, aceptadas por otros como “lógicas”. Aguantan
los impactos de los ataques económicos y financieros que corroen la
vida cotidiana de los habitantes, soportan el escarnio permanente de
los medios oscurantistas que dominan el espectro de las
comunicaciones y se ven obligados a asumir una austeridad que va más
allá de la posibilidad de resistencia humana.
No
lo hacen por caprichos derivados de miserables aspiraciones tiránicas
de sus gobiernos. No sucede por el ahogamiento de sus voluntades por
parte de los “dictadores”, como define el imperio a sus líderes.
Es que los pueblos llevan en sus almas la llama de la libertad, que
puede parecer apagada a veces por la vocinglería falsa de los
poderosos, pero que tarde o temprano alumbrará la salida de las
patrañas planificadas, para terminar para siempre con las obscenas
“sanciones” de los perversos agoreros del odio y la destrucción.
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