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jueves, 19 de septiembre de 2019

RAÍCES DE LA VIOLENCIA COTIDIANA

Imagen de "Newsweek México"
Por Roberto Marra
La violencia es el paradigma preferido de quienes dominan el Mundo. Cada día, cada hora, cada minuto, se asesinan personas en nombre de cualquier motivo, casi siempre involucrado con lo económico, con tener a su disposición los bienes materiales que les otorguen la posibilidad de obtener la supremacía mundial. Como una ameba planetaria, van cubriendo los territorios con sangre y destrucción, naturalizando sus perversiones mediante el previo avance de sus culturas comunicacionales, las que insitarán a aceptar masivamente las atrocidades cometidas a favor de los difusos “valores” que dicen defender.
Las armas son el fetiche preferido de los promotores de semejantes concepciones de sociedad. Fetiche y negocio multi-billonario que les asegura el doble beneficio de las ganancias inconmensurables y la autodestrucción de los inermes habitantes sometidos a sus oscuridades propagandísticas, siempre dirigidas a exaltar las bondades de la “defensa individual” y el odio previo a los “diferentes”.
Ciudades enteras son arrasadas en nombre de libertades que nunca otorgarán. Caen bajo sus balas y misiles esos pequeños puntos movedizos en que se han convertidos a las personas vistas desde los drones y satélites, a merced de sus sanguinarios procederes que, invariablemente, asignarán a sus enemigos ideológicos. No hay edades ni condiciones de defensa posible que los detengan. Solo matan, sin piedad, sin esperar más que otra oportunidad para seguir haciéndolo, con el placer de quienes han perdido ya la condición humana, pasando a tal dimensión “diabólica” de sus actos, que ni necesitan motivo para cometerlos. O uno solo: la acumulación de poder.
Esta condición de supremacía es emulada por algunos individuos en sus relaciones personales, como parte de la demostración de superioridad que les es imprescindible mostrar sobre sus semejantes, a falta de capacidad cognitiva que les permita vislumbrar el significado de ser humanos. Con esas premisas aparecen en las vidas de otras personas, se adueñan de sus voluntades y terminan destruyendo sus vidas, literalmente. Solo conocen la violencia como respuesta a cada palabra de quien pretenda oponerse a sus decisiones, golpeando y matando a quien no se amolde a sus condiciones de dominación, tan perversas como las de aquellos que matan pueblos enteros para demostrar su poderío.
Claro que todas sus fechorías violentas las ejercerán sobre los más débiles, víctimas fáciles de sus elucubraciones de sometimientos. El cinismo y la mentira cotidiana harán el trabajo previo para ejercer sus influencias sobre quien desean dominar. Después sobrevendrán los actos más monstruosos, acabando con la vida de su víctima para, poco después, repetir sus “hazañas” asesinas sobre la siguiente.
Las mujeres son el blanco preeminente para estos siniestros personajes lobunos escondidos en pieles de cordero. Sobre ellas se han venido ejerciendo, desde hace demasiado tiempo, esas violencias escondidas por la vergüenza de las sometidas y la complicidad del silencio de quienes lo saben y callan. Mientras, lo institucional solo genera ámbitos de denuncias de poco probable utilización por parte de las vejadas, por el miedo que actúa como antídoto de la liberación de semejantes escarnios.
Los gritos de los movimientos creados al calor de la reivindicación del más elemental derecho, el de la vida, han logrado avances en la visibilización de los hechos, pero no tanto en la toma de decisiones sobre las acciones a seguir, más allá de la persecusión a los culpables y sus sometimientos al Poder Judicial, otro ámbito plagado de incoherencias con la realidad, destino incierto de las causas que se inicien contra los criminales, por estar atravesado también por las taras propias de una cultura que se constituye con la aceptación de la violencia hacia los más débiles.
Y es justamente desde la cultura, concebida como la manifestación de los valores que sostienen a una sociedad, que corresponde encarar la compleja tarea de destruir el entramado de perversiones aceptadas como invariables por las mayorías, para desarrollar la construcción de otros imaginarios, donde la vida digna sea el eje del pensamiento de los individuos, donde las instituciones se erijan como baluartes en la defensa de los derechos individuales, pero también sociales, elevando la calidad de vida material para poder sostener la espiritual, y viceversa.
Pero nada podrá ser del todo corregido, en tanto persistan los ataques de los poderosos del Mundo sobre los que nada tienen, más que sus propias vidas. Porque es desde aquel dominio pérfido que se generan las condiciones para modificar las conciencias a través de sus sucios medios de comunicación, desde donde se repiten hasta el hartazgo sus mensajes de odios sin sentido y sus incitaciones a la muerte del distinto, para después convocar a la “paz” de los sobrevivientes, las próximas seguras víctimas de sus desatinos armados. Con ellos convergen los asesinos de mujeres y niños, los golpeadores y descuartizadores, que aprenden la lección diabólica dictada por esos falsos profetas de un Mundo sumido en el horror de la naturalización del exterminio de la humanidad.

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