Imagen de "LaRepublica.pe" |
Por
Roberto Marra
La
ignominia (cuya etimología remite a la “pérdida del nombre”) es
el efecto de una acción deshonrosa o injusta. El diccionario la
define como una ofensa personal que queda a la vista de una comunidad
que la condena unánimemente. Un acto ignominioso se relaciona con la
desvergüenza y la provocación de un individuo hacia los demás, una
persona a quien las cuestiones morales le son indiferentes, lo cual
genera su deshonra ante la sociedad. En ese sentido, nada más
ignominioso que las acciones injustas de un individuo que ejerce
autoridad por decisión de la propia comunidad.
Sin
embargo, lejos de alcanzar a comprender su posición debilitada,
redobla su perfil de “patrón de estancia”, exalta su condición
de “nene de mamá”, haciendo ridículos berrinches politiqueros
que avergüenzan a la Nación ante el Planeta, que asombran a sus
mandantes imperiales, mirando absortos como su “mejor alumno”
derrapa por la cornisa de la inconsciencia y la brutalidad.
Puesto
ante el necesario discernimiento entre las necesidades populares y lo
deseado por él, demuestra otra vez de que está hecho este personaje
sin reservas morales, a quien la verdad nunca lo roza, ocupado como
está en constituirse en reservorio de las falsedades que lo elevaron
al rango que nunca mereció.
Pero
nada es eterno en este mundo, y le ha llegado al hora del retiro de
la vana gloria que se autoimpuso. Ha llegado el momento del
desplazamiento hacia el territorio de la oscuridad histórica, el
rincón donde se arrojan a los peores recuerdos, el lugar donde se
reunen los deshonrosos fabricantes de ultrajes a la dignidad humana,
los ladrones de esperanzas traficadas con el vil objetivo de elevar
sus opulencias derivadas de explotaciones obscenas.
Son
los últimos días del monstruo fabricado a la medida de una sociedad
narcotizada por las pastillas diarias de la mendacidad mediática.
Son los últimos estertores de quien se proclamó en nombre de la
libertad de los mercados que ahora le muestran sus dientes
devoradores hasta de sus propios servidores. Es la última mancha que
le queda por recibir, el último escarnio que deja como herencia
maldita a un Pueblo atribulado por tanta miseria fabricada a la
medida de sus perversas necesidades de poder ilimitado.
Se
acabó. El sol popular le dice que llegó el final de sus ilusiones
de virrey de la “corona yanqui”. Las millones de decisiones
unificadas le dijeron que no va más, que sus actitudes de “capanga”
feudal ya no será retribuidas con la confianza de “la gente” ni
del “vecino”. Que la mayoría ha decidido abandonar la edad de la
inocencia política, para tomar en sus manos el bastón de un mando
que le quedó demasiado grande a este delegado del Poder Real. Y que
ahora llega el tiempo de la dura reconstrucción, sobre sus
ignominias, del cimiento de una nueva sociedad, que entierre para
siempre a la injuria oligárquica y eleve la ilusión de la justicia
social al luminoso lugar de la moral y la razón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario