Imagen de "Pájaro Rojo" |
Por
Roberto Marra
La
historia electoral en la Argentina se remonta al siglo XIX, cuando
después de sancionada la Constitución de 1853, se tuvo que adoptar
un sistema electoral que en ella no se había hecho. La Ley 140 de
1857 estableció el voto masculino y cantado, es decir sin ningún
tipo de boleta impresa. Además, quien votaba lo hacía por una lista
completa, por lo que quien ganara se apoderaba, prácticamente, de
todos los cargos, dejando sin nada a los opositores.
Esa
era la forma en que la oligarquía actuaba, con el desparpajo que le
posibilitaba su poder casi omnímodo sobre las personas que
trabajaban para ellos. El País era, para estos “señores”, no
más que el conjunto de sus estancias, inmensas extensiones de
tierras donde la “ley” la dictaban los patrones, y sus peones
solo debían obedecer. Y el voto no podía ser ajeno a esas
excecrables relaciones de dominación.
Más
de cien años después, los herederos de aquellos “patroncitos”
vuelven a la misma senda del desprecio a las reglas establecidas,
regresan al viejo sistema prebendario con sus peones y empleados,
intentan corromper más todavía la frágil democracia que todavía
aguanta los embates de tanto desprecio hacia lo popular, tanta
desvergüenza antirepublicana, tan soberbia concepción de sus
poderes. Retoman el viejo camino de la compra de votos, en forma
descarada y sin pruritos, a sabiendas que los asisten los viejos
miedos a un Poder que nunca abandonó del todo los sitiales donde se
decide lo que importa.
Así
lo han dispuesto algunos patrones de estancias de Tucumán, tratando
de impedir la caída de “su” gobierno nacional, insultando la
dignidad de sus peones, asumiendo sus condiciones de vasallaje sobre
ellos, ignorando cualquier regla que, lo saben, a ellos nunca los
afecta del todo. Nada parece haber cambiado en cien años, nada se ha
modificado en esta “raza” de engreídos, siempre con sus insultos
a flor de labios contra los gobiernos “populistas”, aún a pesar
que durante esas gestiones siguieron acumulando fortunas indecibles
(y evadidas).
Ahí
andan ahora, prometiendo “premios” si gana el cómplice instalado
en la Rosada, asegurando que lo hacen para defender la Nación de los
embates del “peligroso populismo”, como remedo de aquel método
establecido en otros de los períodos donde sus dominios eran
absolutos, el “fraude patriótico”, tratando de impedir la ya
obvia avalancha de votos que los empujará al costado de las
decisiones, aunque nunca lo suficiente.
Sucios
integrantes de una clase que se resiste a perder un centavo de sus ya
obscenas ganancias, empujan a sus dominados a perder el respeto por
sí mismos, adquiriendo horrendas condiciones de siervos feudales al
servicio de quienes les quitan sus derechos más elementales, incluso
la libertad de pensamiento. Continúan con sus prácticas repugnantes
y lo hacen a la vista de todos, protegidos por una prensa que de
“libre” solo tiene el nombre, gracias a los ingentes beneficios
obtenidos por las publicidades de los grandes monopolios
abastecedores de insumos para estos “campestres” destructores del
ambiente, otra oscura “cucarda” que pueden colgarse de sus
solapas.
Suman
un ingrediente nocivo más a estas próximas elecciones, donde se
decide algo más trascendente que los nombres de quienes gobernarán.
Se juega la consolidación de uno u otro sistema de valores, se ponen
sobre la mesa las cartas de la atrocidad antinacional frente a las de
un futuro soberano. Se decide la vida o la muerte de una Patria
sometida a los designios de oscuros personajes que se descuelgan de
una vieja historia nunca terminada del todo. Se abre la esperanza de
ser un Pueblo orgulloso de construir su propio destino, acabando para
siempre con los compradores de voluntades, terminando con el péndulo
que ha impedido que el desarrollo se convirtiera en la Justicia que
merecemos como Sociedad.
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