Imagen de "Posta" |
Por
Roberto Marra
Es
fácil tentarse con hacer leña del árbol caído. Resulta atractivo
verlo allí, rígido, desprovisto de cualquier resguardo, sin más
posibilidades de respuesta a ningún estímulo natural o a la acción
humana sobre él. Más todavía, si ese árbol ha sido parte de una
enmarañada selva de símiles individuos que produjeron daños
irreversibles para quienes, se supone, debían ser útiles. Una
profusa vegetación con complejas interacciones que terminaron por
abatir a los ejemplares más débiles, ejerciendo el poder que les
daba su altura preferencial, ensombreciendo al resto y complicando su
mínimo sostenimiento natural.
Pero
resulta una muy práctica metáfora para la política, donde se
podría decir que estos “árboles caídos” no son el resultado de
hechos naturales, sino de acciones humanas, individuales y
colectivas, que se desarrollan bajo el influjo de históricos
conflictos no resueltos, influenciados por las actitudes depredadoras
de quienes ahora están “caídos”, envueltos en el polvo de sus
brutales sacudimientos previos, cuando sus alturas les otorgaban la
sensación de un poderío infinito, que aprovechaban para aplastar
con sus enormes “ramas” de miserias a quienes se atrevían a
desafiarlos.
Cuando,
demasiado tarde, descubren que no son dioses, aunque actúen como
tales frente a la sociedad que les permitió crecer tanto por sobre
la mayoría de sus integrantes, comienzan a despoblarse de las “hojas
mediáticas” que los cubrían, que huyen despavoridas a refugiarse
allá abajo, donde estuvieron algún día formando parte de eso que
se negaron durante tanto tiempo a llamar Pueblo.
Sus
“ramas empresariales” se resquebrajan, se quiebran ante la
multitud empobrecida que los rodea, emprendiendo la huida hacia el
“bosque” que se asoma en el futuro inmediato, tratando de darle
continuidad a sus pretendidos privilegios. Hasta los más
“conspicuos” integrantes de esa entente antipopular que
ensombreció a la Nación por cuatro años, que aplastó con saña a
los que nunca nada tienen, que implosionó a la industria nacional y
arrasó el comercio, se arriman al casi seguro ganador de las
cercanas elecciones para asegurarse preeminencias e influencias que
retengan sus poderes miserables.
Muchos
están despertando del letargo del odio inducido, rodeado de un
desierto con muchos de sus, hasta ahora, admirados “árboles”
caídos, sobre una hojarasca de imbecilidades con las que todavía
intentan sostener las últimas “ramas” de su sistema de estafas
cotidianas. Se ven desolados ante esos restos de engreídos devenidos
en zombies de cabezas gachas, sometidos al escarnio de no poder
ponerse de pie, porque un hachazo de votos los volteó de un solo
golpe, y saben que el próximo los expulsará de su “paraíso”
neoliberal, construído solo para sumar fortunas a sus fortunas.
Ahí
los vemos ahora, expuestos a soportar la descarga de tantas
desgracias populares acumuladas, listos para el insulto obvio que
nace natural después de tanto sufrimiento. Esperan acurrucados el
golpe que los acabe, sin saber distinguir que quienes los voltearon
no son de sus mismas calañas inmorales. Será tal vez su destino ser
los rastreros exponentes de los peores recuerdos, para hacernos notar
cada día que allí están siempre, escondidos detrás de los “yuyos”
del olvido, aletargando semillas de odios que estamos obligados a no
dejar que germinen. Nunca más.
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