Imagen de "Motor Económico" |
Por
Roberto Marra
Especulan
los periodistas, especulan los economistas, especulan los banqueros y
los fondos buitres, especulan las inmobiliarias, especulan los
jugadores y los árbitros de fútbol, especulan los comerciantes,
especulan los candidatos políticos, especulan las agencias
meteorológicas, especulan los profesores con las notas a sus
alumnos, especulan los alumnos con las probabilidades de sus notas,
especulan las financieras, especulan las amas de casa en sus compras,
especulan los verduleros y los carniceros con sus precios, especulan
los taxistas con sus recorridos, especulan los colectiveros con sus
paradas, especulan los ministros de la Corte Suprema sobre sus
resoluciones, especulan los jueces con sus sentencias, especulan los
fiscales en sus investigaciones, especulan los abogados con sus
descargos, especulan los acusados con sus declaraciones, especulan
los testigos en sus manifestaciones, especulan los ganaderos con sus
vacas, especulan los sojeros con sus silos, especulan los
industriales con sus producciones, especulan los importadores con sus
contenedores, especulan los exportadores con sus barcos, especulan
los petroleros con los precios internacionales, especulan las
empresas de servicio con sus tarifas, especulan los intendentes con
las cloacas, especulan los gobernantes con las deudas, especulan los
ministros en sus presupuestos, especulan los médicos con los
pacientes, especulan las prepagas y las obras sociales con las
cuotas, especulan los hospitales con los turnos y las camas,
especulan los enfermos con los medicamentos y especulan los
farmaceúticos con su expendio, especulan los jóvenes con su futuro,
especulan los adultos con sus presentes, especulan los viejos con sus
pasados, especulan los actores y las actrices en los escenarios,
especulan los productores de teatro, especulan los cineastas con sus
películas, especulan los oyentes de las radios, especulan los
espectadores de televisión, especulan los automovilistas en las
rutas, especulan los ciclistas en las bicisendas, especulan los
peatones en las esquinas, especulan los ansiosos y los tranquilos,
especulan los ricos y los mediopelo, especulan los laburantes y los
vagos, especulan los despiertos y los soñadores, especulan los
votantes y los votados, especulan los ganadores y los perdedores,
especulan los débiles y los fuertes, especulan los dominados y los
dominadores, especulan los imperialistas y sus virreyes, especulan
los verdugos y los verdugueados, especulan los militares con sus
misiles, especulan los asesinos con sus víctimas, especulan los
fabricantes de armas con las guerras, especulan los traficantes de
órganos con los inmigrantes, especulan las empresas constructoras
con las destrucción de ciudades por sus ejércitos, especulan los
fabricantes de agroquímicos con sus venenos, especulan las mineras
con el cianuro, especulan los macristas con los periodistas y los
jueces, especulan los periodistas y los jueces con la embajada,
especulan las encuestadoras con los resultados de sus encuestas,
especulan los ganadores y los prededores de loterías, especulan los
religiosos y los ateos, los nativos y los extranjeros, los malos y
los buenos.
Pero
no tienen mucho para especular los hambrientos, los habitantes de los
puentes y los aleros, las invisibles víctimas del abandono y la
desidia, los despedidos sin indemnizaciones, los que comen solo una
vez al día, los que se visten con harapos de contenedores, los
olvidados por la historia y ninguneados por los miradores de ombligos
propios, los hundidos en el último peldaño del noveno círculo del
Dante, los acusados de delitos que nunca cometieron, los últimos
mohicanos de un Mundo de zombies desatentos, los señalados por
multitudes como vagos y malentretenidos, los blancos de las balas
policiales y los gases de gendarmería, los receptores de todos los
insultos de los altivos conductores de sucios parabrisas, los últimos
de la fila de dolientes desechos de la humanidad suplicando la
limosna de un pan duro en la obscena iglesia especuladora del Cristo
nunca escuchado, olvidado en el rincón de las miserias humanas,
clavado más que nunca en los maderos de la mentira y el saqueo, de
la inmoralidad abyecta de los poderosos herederos de los dueños de
su muerte.
Dos
Mundos enfrentados, sobreviviendo uno a costa de la muerte anticipada
de los millones de sedientos de Justicia del otro. De la auténtica,
de la única que vale, de la que, pese a los pesares, todavía
ilusiona con su llegada, emociona pronunciada por quien conserva el
sentido solidario perdido por las multitudes. Sin especulación
posible, sin esos arrebatos propios de figurones y politiqueros
baratos, sin la palabra falsa y degradante de los voceros del Satanás
local y sus compinches, ahora se levanta la niebla que tapaba los
sueños postergados, se arremolinan las valentías casi olvidadas, se
amontonan las esperanzas nunca redimidas. Y se aprestan para la
próxima batalla contra los olvidos imperdonables, contra la
indignidad de los cuerpos mojados por decenas de lluvias y tostados
por centenares de soles sin sombras posibles que los cobije.
Ha
llegado la hora del Pueblo empobrecido, de los miserabilizados por la
esclavitud mediática, de los invisibles para los jueces de poltronas
doradas y pantagruélicas recepciones de embajada. Una voz conocida,
pero renovada e ilusionante, anuncia el final de un camino y el
comienzo de una vieja-nueva senda, tantas veces transitada como
destruída, tantas veces abandonada detrás del carro maloliente del
poderoso de turno y su zanahoria amarga y desnutrida. Es momento del
regreso al rumor de las fábricas abiertas, al placer de la sana
labor remunerada, al dulce sabor de un mate mañanero compartido con
otros regresados a la vida. Es el tiempo de la vuelta al calor de la
Pachamama maltratada y al tibio amanecer de una Patria renacida. Sin
especulaciones.
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