Por
Roberto Marra
Ciencia
exacta por excelencia, la matemática es un lenguaje formal que nos
permite establecer certezas en un ámbito abstracto. Una de sus
ramas, la estadística, se ha transformado en una herramienta
fundamental para, a través de la recolección y organización de
datos dentro de un marco teórico, analizar realidades emergentes de
las acciones y relaciones humanas, destinadas a la toma de decisiones
en las más diversas materias y con los más amplios objetivos.
Claro
que, como en toda actividad humana, pueden ser manipulados los datos
de manera aviesa, con la intención de ejercer presiones o forzar
determinaciones de interés solo para quienes produzcan y/o releven
esos datos, torciendo la ciencia hacia el sucio destino de la mentira
programada, dejando de lado el mayor valor que la estadística nos
brinda: la aproximación a la certeza.
Así
sucede con las encuestas pre-electorales, donde un conjunto de
“empresas”, o “estudios” particulares, o de institutos
universitarios dedicados a estas tareas, son contratados por los
actores políticos para evaluar el conocimiento, la opinión y las
intenciones de la sociedad respecto a ellos. Las pueden encargar con
buenos o malos propósitos, con serios o banales objetivos, en busca
de la pura realidad o de su alteración inmoral, pero siempre estarán
teñidas de las sospechas derivadas del orígen de los fondos que
provean su ejecución.
Nunca
como en estos tiempos, su uso ha sido tan difundido. Y jamás se han
generado tantas dudas sobre sus resultados, cuestión debida al
desprestigio del ámbito político, fundamentado a su vez en las
deshonestidades de algunos que terminaron por enchastrar a la
totalidad, objetivo a todas luces buscado por los perversos
manipuladores de voluntades que actúan desde las sombras del Poder.
La
sospecha arraigada, hasta “militante”, ha conformado una sociedad
de incrédulos que, paradójicamente, terminan volcando sus
voluntades hacia los creadores de sus desgracias permanentes, con una
ingenuidad alienante de la realidad que se les manifiesta y padecen a
diario.
Lo
saben muchos de los encuestadores y sus contratantes, y actúan en
consecuencia para llevar agua para sus molinos. Sus trabajos terminan
siendo, la mayoría de las veces, operaciones mediáticas destinadas
a instalar candidatos, manipulando los números de manera espúria,
graficando profusamente las cifras de las supuestas ventajas del
elegido en cuestión, buscando el doble rédito del beneficio
inmediato y el mediato, si el éxito corona sus esfuerzos
fraudulentos.
Ahora,
cuando la oligarquía presiente el final de su fiesta genocida,
arrecian estas “operetas” numerarias, difundiendo esas falsas
encuestas con la profusión que les permiten los centenares de medios
en su poder. Y la estupidez de otros que, sin serlo, exponen esa
irrealidad como certidumbre en los pocos espacios comunicacionales
alternativos que existen.
Todo
se reduce a aventar esperanzas, a destruir las convicciones, a
desalentar a los que ya dudan, a construir imaginarios de
imposibilidades permanentes, a combatir ideologías que mellen sus
asqueantes objetivos de dominaciones eternas. Es el uso despiadado de
esa bella ciencia que todo lo abarca, para eliminar de su camino a
quien puede enfrentarlos de verdad, sin necesidad de sus mentiras
despiadadas, sin sus oscuros mensajes diabólicos ni sus promesas de
destinos de “flybondi”. Solo con la poderosa encuesta de los
corazones populares, que presienten que ha llegado la hora que la
Patria vuelva a ser el otro.
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