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Por
Roberto Marra
Los
disfraces, además de servir para participar de las fiestas de
carnavales, son utilizadas para no mostrarse tal cual se es en
realidad, también en el ámbito político. Son formas de pasar
desapercibidos entre las mayorías, mimetizando apariencias y
discursos para hacer ver rasgos que hagan ganar confianzas y apoyos,
ocultando intenciones y pensamientos que podrían alejar las
voluntades necesarias para hacerse de los cargos en nombre de lo que
se sabe que espera el común de las personas.
Pero
existe, por estos tiempos, un elemento fundamental que se suma a la
parafernalia discursiva de los demandantes de favores de cuartos
oscuros. Se trata del feminismo. Nadie, por conservador y retrógrado
que sea, dejará de expresar algún párrafo dedicado a la mujer, de
mostrar empeño en comprender sus reclamos, a veces exagerando
posturas que generen empatía con el oferente de supuestos futuros
pródigos para el género femenino.
Las
luchas de las mujeres han logrado despertar, a la mayoría de ellas,
del largo letargo de sometimiento al patriarcado vigente en todo el
Mundo. Son batallas que se fueron ganando o perdiendo, pero
produjeron el lento avance hacia estadíos sociales donde las
aberraciones de la dominación machista han ido perdiendo, en cierto
grado, su predicamento.
Pero,
junto con ese estímulo feminista real, aparecen los otros, los
simulados, los que solo buscan la continuidad de sus poderes por
otras vías, incluso resignando algunas apariencias de “machos
cabríos” que les dieran resultados en tiempos donde todavia
reinaba la resignación entre las mujeres, de su papel complementario
y no protagónico. Y si estas “actuaciones” resultan repudiables
en los hombres, peores son todavía en las mujeres que adoptan esas
actitudes de falsas adhesiones a las luchas feministas, para después
retroceder casi hasta el medioevo, a la hora de tomar decisiones
propias del cargo que les toque ejercer.
Sabido
es que la construcción del imaginario mayoritario forma parte
indisoluble de la lucha por el poder. El aparato mediático es la
punta de lanza de esa estructuración del pensamiento social, pero
antes está el sistema educativo formal, donde las “taras” del
machismo son introducidas inadvertidamente en las tiernas mentes
infantiles, con programas que no se adecúan al paso del tiempo y
docentes que arrastran sus propias formaciones basadas en conceptos
que resumen la dominación del patriarcado.
La
política es la mejor herramienta para la evolución de las
sociedades. Por eso se adelantan desde el Poder para mostrar sus
caretas feministas, de manera de lograr cambios que no cambien nada
en lo profundo. Es a eso que debe prestar atención fundamental el
movimiento de mujeres. Es evitar esa cooptacion de sus luchas uno de
los objetivos cruciales para no perder los esfuerzos de tantos años
de batallas, reconociendo a los verdaderos enemigos, esos que se
esconden tras las máscaras de lo que nunca sentirán.
Es
hora que las mujeres (y los hombres) aprendan a ver detrás de los
antifaces de sus enemigos, para despertar una nueva realidad. Una que
tenga como base primordial e indispensable a la justicia social.
Entonces sí, la igualdad de géneros dejará de ser solo un sueño,
y el horror primigenio de aquel 8 de marzo, habrá tenido sentido.
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