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miércoles, 2 de enero de 2019

ENTRE DOS MUNDOS

Imagen de "medium.com"
Por Roberto Marra
El primer día del año hubo dos actos tan opuestos como simbólicos en Nuestra América. Mientras en el gigante sudamericano asumía la presidencia un troglodita personaje de una mala historieta, en la mayor de la Antillas se conmemoraban los primeros sesenta años de la Revolución. Dos muestras concretas de lo peor y lo mejor que los humanos pueden llegar a realizar por sí mismos, dos centralidades ideológicas y culturales que enarbolan banderas tan disímiles como categóricas.
Una especie de simio con pretensiones de estadista, con poses de “yo tengo el poder”, con vanaglorias de respaldos populares de oscuras procedencias mediáticas, con actitudes de “guapo de ferretería”, con sombríos panoramas para los mismos que festejaban su asunción, se proclamó presidente de un Brasil aplastado por la maquinaria de los “golpes blandos”, que ya nadie puede seguir creyendo que lo son, porque sus durezas son avasallantes de los más elementales derechos, incluso el de la supervivencia.
Mientras tanto, en la Cuba de Martí, Maceo, Grajales y Fidel, delante de sus estatuas vivas como nunca por impulso de la actitud verdaderamente revolucionaria de sus herederos ideológicos, se mostraba la otra cara de la humanidad, la de la autenticidad, la de la honestidad y la solidaridad, una palabra que solo los cubanos han comprendido en toda su cabalidad. Allí no hubo más que reflexión sobre los devenires que atravesaron esa construcción única en el Mundo, capaz de enfrentar al mayor imperio de la historia humana con solo el escudo de la verdad de los hechos y la voluntad de la memoria.
Una Cuba capaz de, en los peores momentos de los bloqueos que se le imponen por voluntad de los amos del Planeta, avanzar en su democracia, la más auténtica y real, la de mayor participación y apoyo popular, reformulando su Constitución de una manera que sorprendería que se hiciese en otros lares, con la participación masiva de la población opinando y reformando lo que se le proponía en principio, haciendo realidad el objetivo magno del gigante Fidel y sus barbudos cuando entraron en Santiago en 1959.
Por las tierras del Brasil de Bolsonaro, en cambio, todo parece hundirse en un barro maloliente de futuros de padeceres sin límites. Ni reacciones. Pretenden que Lula solo sea una referencia del pasado, abandonado en una celda de la injusticia programada para todos nuestros países, tanto como aquí desean hacerlo con Cristina, como en Ecuador con Correa, como pronto lo querrán hacer con Evo, como martirizan desde hace veinte años el intento de un Chávez premonitorio de tantas desgracias avisadas.
Atrasan. Retrotraen la historia hacia aquellos años del Moncada, del Granma y de la Sierra Maestra. Utilizan las mismas palabras, adjetivan de la misma forma, insultan nuestras inteligencias con las exactas frases de hace tantas décadas, resoplando como bestias las inútiles provocaciones, rechinan sus dientes afilados prestos a morder la historia y abatir “para siempre” la resiliencia natural de los pueblos que se rebelan frente a sus maquinaciones fraudulentas y procaces, impuestas a fuerza de palos y balas sobre los más atentos y valientes.
Nos queda elegir entre uno u otro destino. Nos queda observar con detenimiento el resultado de uno u otro proceder. No para traer revoluciones hermanas, sino para hermanarnos con nuestra propia revolución, para transformar las ilusiones de libertades que nunca conseguimos del todo y soberanías que no alcanzamos a sostener en el tiempo. Y Justicias que se nos escaparon de las manos por mirarnos en el espejo mentiroso de las pantallas de la canalla mediática, la fábrica de los Bolsonaros y Macris que solo serán polvo de miserias en la historia por venir.

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