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lunes, 24 de diciembre de 2018

FELICIDADES

Imágen de "Diario Popular"
Por Roberto Marra
Cada año, en los metros finales de la carrera del tiempo convenido para cambiar de almanaque, se desarrolla el lugar común de los buenos deseos, con expresiones que, sentidas de verdad o elaboradas por la hipocresía especuladora, son insoslayables compañeras de conversaciones y despedidas. Arbolitos, luces intermitentes, guirnaldas y papás noeles tratan de estimular los sentidos para atraer los últimos billetes a las alicaídas arcas comerciales, mientras las personas van y vienen en busca de las pequeñas alegrías de los regalos.
En el trajín desesperado de bolsos y paquetes, pasan mil veces delante de mujeres sentadas en las veredas pidiendo monedas para comer, sosteniendo a sus bebés casi sin fuerzas, con la expresión como perdida en recuerdos de lo que nunca tuvieron, soportando miradas lacerantes de quienes solo ven cuerpos desvencijados que molestan sus pasos apurados. Un poco más allá, un niño vende baratijas, con el ruego permanente en su cara de infelicidad, para recibir solo rechazos y desprecios de los compradores de espejitos navideños, mientras otros iguales recorren los bares, tratando de encontrar la caridad de las monedas que algún condoliente les deje caer.
Más y más pibes y pibas sin destino se cruzan por el camino atiborrado de ciegos de desgracias ajenas, ocultadores de miradas a la evidencia de sus responsabilidades ciudadanas, “muestras gratis” de una sociedad alienada por la pobreza y la inequidad, construída a la medida de los intereses que fabrican la miseria y la sostienen con la perversión de los obscenos objetivos de acumulación de riquezas, invariablemente, mal habidas.
Por las pantallas de las mentiras programadas, la “felicidad” se ha convertido solo en una palabra falsificadora de sentimientos que jamás tienen los sonrientes conductores de noticieros sin noticias, esos vulgares difusores de chismes elaborados para la distracción de una realidad que se oculta desde el poder que les paga con creces sus complicidades, hartando con sus jingles navideños, sus imágenes de nevadas, trineos y renos imposibles y de barbudos vestidos de rojo cocacola.
Un disfrazado de papá noel hace como que levanta una copa que no le dieron, para brindar con el presidente de la Nación, que solo parece disfrazado de tal, incapaz de articular una expresión de deseos reales de felicidad ajena, inmotivado por la miseria que crea y sostiene con el ahínco de sus desatinos financieros, siempre listo para vacacionar de su inactividad permanente, rodeado de engreídos y chupamedias, asaltando su último año en el lugar que tantos millones de embrutecidos le dieron.
Fiera venganza la del tiempo” dice Discépolo en uno de sus temas. Y esa parece ser la cuestión. El tiempo se está vengando de tanto desatino, de tanto olvido, de tanto odio irrazonado. Nos arrincona cada año para arrancar la hoja de un almanaque gatopardista, que solo acelera la caída hacia un destino fabricado a medida del imperio y sus lacayos, el final de los últimos sobrevivientes de este naufragio programado, el hundimiento de la esperanza en esa felicidad expresada en cada encuentro findeañero.
Será cosa, como dice el gran Discepolín, de “emborracharse bien”, de “mamarse bien mamao”, pero con las viejas y mejores utopías, para pensar, para encender de nuevo el fuego de la rebeldía y la pasión, para reconstruir la razón y la solidaridad perdidas detrás de los extravíos enceguecedores, para recobrar el sentido de Pueblo abandonado por seguir la fantasía de la salvación individual. Entonces sí, los brindis podrán ser de nuevo por la alegría de una esperanza que deje de ser un sueño imposible y la felicidad una palabra vacía de un fin de año sin futuro.

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