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viernes, 2 de noviembre de 2018

LOS SUB-HUMANOS

Imagen de "Defensor de la Igualdad"
Por Roberto Marra
Comer, ese acto tan natural y básico, tan inevitable como respirar, se ha convertido, desde hace demasiado tiempo en el Mundo, en privilegio de los incluídos en el sistema que impera en la mayor parte del Planeta. Sobran personas, molestan sus existencias al Poder, enojan a los viles empresarios de fortunas inimaginables, sublevan a los virreyes que atienden solo las órdenes del imperio dominante. Parias entre parias, millones de miserabilizados transitan su escaso tiempo de vida entre desaires, abandonos, desprecios y tormentos.
Corridos de aquí y de allá, expulsados de sus tierras y sus culturas, se desplazan miles de kilómetros para intentar una sobrevida que no alcanzan nunca, bombardeados (a veces, literalmente) por multitudes de odios incomprensibles, elaborados por siniestros funcionarios de los dueños de todo, incluso de la vida y la muerte de los desarrapados que ellos mismos fabricaron.
Soberbios personajes de pequeñísimas capacidades mentales, manejan a su antojo los destinos de estos pobres de toda pobreza, conduciéndolos a su desaparición física, la “solución final” que, con descaro hipócrita, critican de tiempos nazis. Por la cornisa de un precipicio que se les anuncia como su único destino cuando nacen, se arrastran mendigando un día más de supervivencia, una oportunidad más para seguir respirando el aire viciado del asqueroso olor a opulencia descontrolada.
Son la “raza inferior” creada por el sistema que todo lo puede, menos evitar su degradación moral. Son los sub-humanos, especie destinada a la muerte temprana y el yugo permanente, a la infamia del uso descartable de sus capacidades disminuídas por el hambre, a la pauperización segura de sus descendientes, alejados de cualquier atisbo de salud y educación que gozan los que (todavía) permanecen dentro de la muchedumbre que sacia su apetito a diario.
No es producto de la casualidad la generación de sub-humanos. No es el resultado del olvido de Dios ni de una pandemia sin antídotos. Es el final que necesita el sistema capitalista, la razón de su existencia, su orígen imprescindible para elevar al máximo las ganancias de los opresores de esta humanidad.
Son hombres y mujeres “de diseño”, seres descartables como guantes de plástico, mano de obra de uso ilimitado y probabilidades nulas de vidas sanas. Son madeja de hilos que se cortan cuando ya no son útiles, se aplastan y se tiran a las fosas comunes y tempranas que les esperan apenas nacen. Necesarios hasta sus últimos suspiros, se reemplazan por la siguiente tanda de oprimidos, para repetir los ciclos del oprobio y la desdicha asegurada.
Se pretenden eternos los poderosos. Hasta creen sus propias infamias generadoras de la sub-humanización. Se piensan laboriosos salvadores de patrias que no son tales y naciones que representan solo a sus amos imperiales. Suponen permanentes y obligados los martirios que subsumen a las mayorías en oscuros padeceres sin destino.
Cuentan con todas las armas y les acompañan todos los traidores. Desarrollan sus influencias con la base mediática que ostenta privilegios comunicacionales que nadie puede alcanzar. Predisponen a las masas con odios a los ninguneados sectores del descarte, transformando a la sociedad en coto de caza de indigentes, ámbito propicio para soltar todo el arsenal de desprecios fabricados (por los mismos poderosos) para dar el paso hacia el precipicio de la decadencia moral, el final del sentido mismo de la palabra humanidad.
Nos queda la ilusión, la sana utopía esperanzadora, de pensar que el gérmen de la autenticidad humanitaria todavía anida en las almas de muchos que aún no han caído al oscuro piso del envilecimiento ético. Necesitamos aferrarnos a la tabla salvadora de la solidaridad convertida en rebelión, en pensamiento y acción transformadora, en oídos atentos a los llantos cercanos y lejanos de los que sufren, para construir un Mundo habitado por iguales. Y terminar arrojando a la más profunda tumba de la historia, a los perversos fabricantes de tanta deshonra de lo humano.

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