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miércoles, 14 de noviembre de 2018

LOS OLIGARCAS COLGADOS (DE LA LUZ)

Por Roberto Marra
La oligarquía argentina, nacida al calor del exterminio indígena, la usurpación de sus tierras y la apropiación, ya bicentenaria, de las riquezas que de ellas emanan, siempre ha dado muestras de un particular desprecio por el resto de la sociedad. Asumida como la clase superior, fue y sigue siendo quien formatea las decisiones políticas, económicas y judiciales, imprescindible combo que les otorga su propia seguridad jurídica, devenida inseguridad de vida para las mayorías populares.
A lo largo del tiempo, estos soberbios dueños de casi todo fueron construyendo sus paradigmas, convertidos en historia amañada, héroes descafeinados, figuras de bronces oscuros y frases de escuela primaria. Todo sirvió para convertirlos a ellos en intocables herederos de aquellos supuestos, escritos con maestría perversa, capaz de asegurar falacias como verdades absolutas, para transformarse en “reservorios morales” de un patriotismo tan falso como sus orígenes.
Parte de sus arquetipos fue el hombre de campo, ese gaucho sometido, solo una sombra de aquel hombre libertario que describiera con especial precisión José Hernández. Creídos parte de esa “raza” campestre, fueron arrastrados a ser simples peones empobrecidos hasta la indigencia, pero siempre respetuosos del poderoso “caballero” que les proveía algún mendrugo a cambio de las tareas más rudas.
Con esa base, sus costumbres fueron adquiriendo fama y consideración especial por gran parte de la sociedad, que terminó creyendo en la honesta condición de sus fortunas, admirando sus poderíos y alabando sus méritos para obtenerlas. Nadie dudaría, entre los sectores más proclives a sentirse parte de esa oligarquía, de sus honradas intenciones y de sus palabras de “gauchos” de impolutas purezas raciales.
Sin embargo, cada tanto se descubren algunas muestras de sus verdaderas caras. Son solo la punta del iceberg de sus abusos permanentes, pero permiten observar la verdadera calaña de sus integrantes y de sus inmediatos serviles. Como el caso del descubrimiento del robo de energía eléctrica en un club de polo, deporte de élite si los hay, muestrario de apellidos de prosapias no tan limpias como sus botas lustradas.
No se trataba solo de una conexión clandestina más. Tras ella, pudo comprobarse las condiciones en que mantenían a sus caballos, que gozaban hasta de aire acondicionado en sus caballerizas con energía de costo cero. Sí, esa misma que cualquier mortal de esta Argentina pauperizada debe pagar a precio dolarizado, estos custodios de la historia y la ética “guachesca” la obtenían con conexiones tan clandestinas como sus cuentas en guaridas fiscales.
Acostumbrados a tener lo que desean por el solo hecho de su poder económico, a sojuzgar a sus peones y avasallar cuanta ley se les interponga en su derrotero de apropiaciones, no dudan en hacer lo prohibido, sabedores que no será fácil conseguir jueces que los puedan condenar, la mayor parte de los cuales provienen de sus mismos “ilustres” apellidos.
No cambiará la generosa concepción que gran parte de la sociedad tiene de esta runfla de arrogantes. Se justificará su accionar, soñando con imitarlos en sus modos fraudulentos y admirando su “talento” bandido. Aplaudirán sus “picarescas” maneras de esquivar la legalidad, sueño elemental de quien se precie de ser un auténtico “medio pelo”. Lo cual indica, para sus desgracias, que ni siquiera llegan a la “altura racial” ni a la consideración del status de los caballos de polo de esos ladrones de energía, que son, aquellos sí, de un solo y genuino pelo.

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