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viernes, 23 de noviembre de 2018

LOS MIEDOS

Imagen de "nodal.am"
Por Roberto Marra
El ser humano atraviesa siempre por miedos. Forma parte de la evolución de la vida personal y social de los individuos. El grado de afectación dependerá de la capacidad personal para enfrentarlos, pero también de la importancia y de la repetición de los hechos que los provocan. Sabedores de estas condiciones inherentes a las personas y los grupos, los poderosos utilizan el miedo como una de sus más efectivas armas disuasorias de las previsibles rebeliones sociales frente a lo injusto o lo inmoral de sus actos.
Las formas de generar miedo son diversas, pero siempre ligadas a la natural propensión a cuidar la vida propia y de sus seres queridos. De allí que las amenazas proferidas por el Poder se dirigen a poner en duda la seguridad personal de cada uno de ellos, advirtiendo supuestos peligros derivados de cualquier acción o simple manifestación verbal contra los intereses de aquel.
Las vallas, las armas, los trajes protectores de las fuerzas de “seguridad”, actúan ya como el primer nivel de ese miedo imprescindible para frenar el ímpetu rebelde y transgresor de las pautas establecidas por ellos mismos. Los gases, los palos y los disparos son su continuidad temporal, con ahogos insoportables, golpes y balazos de goma... o de los otros.
Pero existe otro tipo de miedos, que no necesitan de armas visibles ni de esos “robocops” del subdesarrollo que las porten. Son las falsías lanzadas al aire televisivo y el éter radial, también controlado por ellos. Son perjurios de fiscales de pantallas y jueces de instancias diabólicas, perforando las conciencias oscurecidas de los atribulados espectadores, para generar el imprescindible terror que los inmovilice y les dé el carácter de simples marionetas de los patanes que ofician de gerentes de las obscenidades transmitidas.
El temor económico es la otra pata para acabar con cualquier “indisciplina” popular. El ahogo salarial y la desocupación masiva forjan el miedo a la derrota final, al despojo del único sostén que les permita continuar con la miserable sobrevida que se les admite a los sojuzgados.
Con esas sencillas acciones, millones de empobrecidos preferirán seguir siéndolos, a emprender el que debiera ser el obvio camino de la rebelión. Priorizarán apostar a la salvación individual, uno de los recursos utilizados por los poderosos para desbandar oposiciones y resolver a su favor las afrentas a la dignidad de los aterrorizados. Bajarán nuevamente sus cabezas ante los “amos”, en busca de un milagro que los eleve en la pirámide social, cada vez más aplastada. Mientras, los pocos amotinados ante tanta procacidad, serán convenientemente castigados, arrojados a las mazmorras reservadas para opositores indoblegables y políticos insobornables.
Ahí están, entonces, con sus fábulas terroristas, con sus infantiles ataques con bombas de pollos y sábanas, con las amenazas directas de una beoda que no comprende ni siquiera su propio accionar, profiriendo patrañas sin otro sentido que sembrar el necesario miedo aniquilador del pensamiento libre. La burla a la Ley es constante, asegurados como están por sus amigos judiciales, otros mendaces tripulantes de ese sucio navío de la destrucción nacional.
Pero no existe la eternidad para semejantes indignidades. No puede haber perpetuidad para tanta aberración moral, para tan alto grado de desprecio humano. No debe admitirse la inmortalidad de una sociedad de falsas libertades e ilimitadas degradaciones sociales. Más temprano que tarde, habrá de aflorar la virtuosa insubordinación del Pueblo concientizado, atravesando los muros de los temores y postergando, ojalá que para siempre, a los asesinos de sus derechos, los perversos fabricantes de los miedos carceleros de sus voluntades.

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