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miércoles, 7 de noviembre de 2018

"LO DIJO LA TELE"

Imagen de "acercinnoveduc.blogspot.com"
Por Roberto Marra
Todos sabemos que la televisión no es un dechado de virtudes comunicacionales. Que en sus formas y sus mensajes, la ética hace mucho que pasó a mejor vida. Que se renuevan las escenografías o las caras, pero muy poco su contenido. Que se repiten a diario las taras adquiridas desde hace mucho tiempo, destinadas a hacer de los televidentes simples mirones sin capacidad de análisis. Todo parece conducido hacia el atontamiento generalizado, la búsqueda de pasiones sin razones que las sustenten, la esterilidad absoluta de sus informes y crónicas, vacías de ideas.
Con esa base, no resulta extraño el nivel de estupidez alcanzado por estos días, cuando comenzó la instalación de un tema excluyente: un partido de fútbol. Sin límites temporales para la obscenidad discursiva ni para la parafernalia idiotizante, programas enteros, horas y horas de continuidad unívoca en su temario y su objetivo, destrozando el periodismo, banalizando la reflexión, haciendo añicos lo que debiera ser tomado como un contrato implícito con los televidentes, donde primara el respeto a la diversidad de sus integrantes y, por lo tanto, de sus intereses.
Noticieros convertidos en concursos de especuladores, movileros hablando sin sentido alguno delante de sedes de clubes cerrados, conductores y conductoras llenando los tiempos con palabrerío intrascendente, entrevistas a personajes de supuestas condiciones analíticas, sencillos aventureros de las palabras, encima, mal utilizadas. Una “cobertura” (nunca mejor utilizada esta expresión) a la medida de las necesidades distractivas de los poderosos, comandados por el peor de ellos que, por estos tiempos, oficia de presidente de la Nación.
Cualquiera que, en la creencia de que se podría encontrar con algo de periodismo de la realidad, buscara insistentemente entre los canales, encontraría que todos se habían convertido en cadena nacional. Sí, esa misma que odiaban cuando se comunicaban hechos trascendentes, inauguraciones de fábricas, de centrales eléctricas, de lanzamientos de satélites y otras minucias que el actual (des)gobierno, por suerte (para el imperio), ha dejado de lado.
Alertas, pantallas rojas, últimos momentos y otras formas llamativas de atosigar a los atribulados televidentes, se suceden sin que parezcan tener posibilidad de fin alguno, como no sea el del partido en cuestión. Peor aún, porque se trata de dos partidos, con lo cual está asegurada la estupidez por varios días y semanas.
No resulta demasiado extraño este accionar televisivo. Hace mucho que este extraordinario medio de comunicación ha sido cooptado por quienes nos dominan, para acentuar y profundizar su poderío sobre la población. Las imágenes y las palabras acompañan casi de continuo a las familias, acostumbradas a la letanía perniciosa de los “comunicadores”, especie dedicada a la confusión diaria y la regresión al estado prenatal de los cerebros.
Convertida en invitada permanente de comedores, cocinas, dormitorios y salas de estar, no pide permiso para instalar ideas y transformar, casi sin que nos demos cuenta, nuestra cultura. En los bares y restaurantes también están, casi en silencio, con sus significativos “zocalos” formadores de opiniones sin sentido crítico alguno, fijaciones de realidades inventadas para comprimir mentes obnubiladas y cerrar el camino al libre pensamiento.
Con ese sucio repertorio, adornado cada cierto tiempo con estos eventos extraordinarios, se ha convertido, semejante prodigio tecnológico, en resúmen pérfido de los objetivos del Poder. Como “santas palabras”, todo lo que se vea y se escuche por ella será certeza absoluta. Nada ni nadie podrá contradecirla, porque se habrá instalado subliminalmente el mensaje “portentoso” y perverso del dominador. Y el inocente televidente terminará convencido, que esa es la única verdad, porque “lo dijo la tele”.

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