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viernes, 26 de octubre de 2018

OBEDIENCIA... A LA VIDA

Imagen de "Página12"
Por Roberto Marra
A vuelto la obediencia debida como disculpa. A regresado la exculpación por órdenes recibidas. Retornó el sistema del ocultamiento detrás de la cobardía de la irresponsabilidad. Así actúan los armados cazadores de personas en los actos públicos. De esa manera encubren sus fechorías obscenas, dignas de los peores filmes apocalípticos, esos integrantes de las mal llamadas “fuerzas de seguridad”, que solo lo son para sus mandantes.
No requieren de leyes, porque no las tienen en cuenta. No necesitan de incentivos, que encuentran en sus perversas miradas antisociales. No se hacen cargo de los resultados de sus brutalidades, porque actúan sobre quienes consideran como seres inferiores a ellos. Sus armas son su alma, el motor que los moviliza, la sustancia misma de sus pobres vidas enajenadas.
Pero no son los principales responsables de tanta oscuridad. No son más que engranajes de una maquinaria feroz al servicio de los ladrones de nuestras vidas. Lubricados con la sangre de sus víctimas, giran alrededor de los inocentes para convertirlos en responsables de sus propias felonías, haciendo con el temor lo que no pueden con la razón.
Los dueños de la máquina del horror homicida están muy lejos de las calles de los reclamos de justicia social (y de la otra). Ocupan los cargos que los mismos apaleados le otorgaron en otros momentos, donde las mentiras mellaron la confianza en los honestos convertidos en enemigos por la metralla mediática. Oxidados vejestorios mentales se agarran fuerte a sus bancas oprobiosas, haciendo de la mendacidad su “rebusque” de gruesos salarios y flacas conciencias.
Desde sus bancas, levantan las manos cada vez que el Poder se los ordena, acabando con los pequeños sueños de las mayorías silenciadas a golpes y balazos. Actúan exaltaciones que no tienen, distracciones histriónicas para la tribuna televisiva que postergan respuestas a los interrogantes de sus oponentes. Y rememoran relatos tan falsos como sus sonrisas de cartón pintado, para oscurecer la verdad de un pasado que los condena por traidores.
Señalan sin vergüenza a algunos extranjeros como los causantes de todos los desmanes que ellos ordenaron. La xenofobia como gambeta a la certeza de las imágenes, esgrimida por el xenófobo mayor del Senado, el peor de los fariseos, el oscuro e insignificante falsificador de su propia vida, enarbolando banderas de una soberanía que enajenan pulsando los botones de la destrucción masiva parlamentaria.
Es ese mismo repugnante senador que exige vallas a cuatro cuadras a la redonda del Congreso, convertido en el palacio del horror y la obsecuencia, casi su propiedad, al que solo le falta el foso alrededor para alejar para siempre a sus dueños verdaderos. Construyen una republiqueta de fantasía que asegura sus intereses y los de los auténticos responsables de tanta perfidia, los evasores de fortunas de orígenes tan asqueantes como sus conciencias putrefactas.
¿De quién es este Congreso de vallas y sesiones escondidas? ¿A quienes pertenecen sus entrañas invadidas por tanta miseria discursiva, con tanto traidor de baja estofa y vergüenzas olvidadas en sus pequeñas historias politiqueras? ¿Cómo se llegó al martirio consumado por las bestias motorizadas y armadas hasta los dientes con anuencia y beneplácito de muchos de sus propios damnificados?
Es hora de tomar por asalto la verdad. Es momento de aceitar nuestras conciencias entumecidas. Es tiempo de provocar algo más que cosquillas al Poder, enarbolando las banderas abandonadas en nombre de odios infundados. Ahora es cuando debe resurgir de muy abajo, de lo más profundo de la historia de honores defraudados, la fuerza que barra del camino de la esperanza a los matones y sus jefes desquiciados. Para abrir otra vez la ventana de los sueños, robados con los bicentenarios espejitos de brillos apagados.

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