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viernes, 14 de septiembre de 2018

LA SANGRE QUE NO SE AHORRA

Imagen de "www.lanueva.com"
Por Roberto Marra
Tipo raro Sarmiento. Personaje extraño por donde se lo mire, se convirtió en el paradigma de la educación en nuestro País, gracias a la ímproba labor de los historiadores que el propio Poder generó para crear una Nación que sirviera a sus intereses y los del imperio de turno. No es que no tuviera virtudes el tal “maestro inmortal”, sino que ellas estaban al servicio de la construcción de un ideario profundamente elitista y antinacional, generador de una población sometida a las decisiones “eternas” de los ladrones de tierras y asesinos de sus dueños, que ese hombre promovía con curioso desdén.
Son conocidas sus consignas alentando a “no ahorrar sangre de gauchos”, o aquellas sobre los indios, sobre los cuales opinaba que “su exterminio es providencial y útil, sublime y grande”. O esa otra aseveración sobre el exterminio de los guaraníes, asegurando que “era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana”. O su confesión de los métodos que utilizó para ganar elecciones, con amenazas y torturas a los gauchos que se negaban a hacerlo como él quería.
Aunque pudiera parecer imposible, sus bestialidades han quedado profundamente inculcadas en el inconciente colectivo, tanto como las frases para escolares para “gloria y loor” de su memoria educacional. La idea de superioridad de los inmigrantes rubios que vendrían a convertir a esta Nación en potencia, aunque le falló (por el orígen que tuvieron quienes llegaron en definitiva), quedó impregnada en las generaciones que se formaron bajo esas ideas, que se convirtieron en la base de una población estigmatizadora y racista.
El desprecio a lo popular, entendido como representación de los sectores poblacionales más postergados económicamente, fue calando hondo en las conciencias, aún de aquellos que asomaban un poquito sus cabezas de la pobreza que los hacía parte de los estigmatizados. La escuela formó y forma parte ineludible de ese proceso de preparación de odios y rencores a los diferentes. Claro que no es uniforme el resultado, porque tampoco lo son los docentes y sus concepciones ideológicas.
Pero ahí está la sociedad del “algo habrán hecho” y de los “derechos y humanos”. Esta es la base que hace posible la aparición de matones y torturadores apañados por la otra pata imprescindible de la mesa donde se sirven los “manjares” del rencor de clase: el poder judicial. Permanece escondida durante algunos períodos, para reaparecer cuando las circunstancias ameritan que lo hagan, merced a la “ímproba” labor de los medios de comunicación, los grandes aliados de los fabricantes de las grietas sociales.
No puede sorprender, entonces, aunque sí horrorizar, el secuestro y tortura a una maestra del conurbano bonaerense. No es posible que sucediera sin una sociedad que mire las luchas ejemplares de docentes pauperizados como si fueran ajenas a sus propias pobrezas. No resulta extraña la obscena impunidad con la que actúan los esbirros del Poder, atemorizando a los débiles representantes de los restos de dignidad que sobreviven al neoliberalismo apátrida que avasalla con la muerte cotidiana del hambre y la miseria.
La parábola sarmientina parece estar llegando a dar su giro completo. El paradigma de la educación junto al de la postergación clasista, se unen para conformar esta sucia realidad que mata de mil maneras la esperanza de convertirnos en una Nación soberana y con justicia social. Los sueños de millones son tirados al basurero de la pobreza, revolcados en el lodo del desprecio y el odio sin sentidos. Y el futuro es convertido, simplemente, en un relato utópico de idealistas cuyo exterminio vuelve a ser la “sangre que no hay que ahorrar”, para purgarlos de esta tierra convertida, ahora, en el paraíso de los malditos traidores a la Patria.

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