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miércoles, 26 de septiembre de 2018

LA ADVERTENCIA DE BELGRANO


Por Roberto Marra
A veces, las lecciones vienen de muy lejos en el tiempo. Son voces claras que nos advierten sobre nuestros actos desde rincones olvidados (generalmente a propósito) y que, de observarse, limitarían las desgracias que derivarán de los errores cometidos. En economía, eso es más que evidente. Por fuera de las frivolidades discursivas de los supuestos miembros de los “mejores equipos”, hay razones preclaras que se pueden comprender si leemos a los sabios de antaño, los traemos hasta nuestro vocabulario actual y “masticamos” lentamente sus enseñanzas virtuosas.
Lejos de semejante ejercicio, estos monigotes del imperio solo saben apretar el acelerador al enfrentar el precipicio. Perdidos en sus propias incapacidades reales, plantean salidas que son entradas al peor de los mundos, ese que conocieron y olvidaron sus millones de votantes, ahora impávidos padecientes de escaseces y pobrezas que los estafadores morales que los sedujeron les pretenden endilgar a sus faltas de méritos para merecer mejores vidas.
Endeudar es su mayor interés. Paradojas del lenguaje, es esa palabra, interés, la que sepultará los falsos objetivos de un crecimiento que solo será de sus cuentas bancarias, convenientemente protegidas en guaridas tan deshonestas como el origen de lo allí guardado. Todo se reduce a mendigar créditos que saben impagables, para que unos pocos centenares de miserables ricachones puedan cumplir con la tradición ladrona de sus estirpes bicentenarias.
Entonces, leemos a Belgrano, advirtiéndonos desde su nobleza moral y su visión de estadista:
El grueso interés del dinero convida a los extranjeros a hacer pasar el suyo para venir a ser acreedores del Estado. No nos detengamos sobre la preocupación pueril, que mira la arribada de este dinero como una ventaja (...). Los rivales de un pueblo no tienen medio más cierto para arruinar su comercio, que el tomar interés en sus deudas públicas”.
No les basta a los rapiñeros actuales con saciar sus deseos acumulativos con fugas de divisas prestadas a la Nación. Como sus pretensiones son solo de sumar riquezas propias, poco les interesa impulsar los medios reales para obtenerla. El agro simplemente se libra a los designios de los terratenientes más poderosos, aplastando a los campesinos reales y fomentado la extranjerización.
La industria, por su parte, es arrinconada por la avalancha de contenedores repletos de trabajo de otros pueblos sometidos. Importar es lo que importa. Re-convertir es el otro verbo referencial de la demencia obturadora del futuro, pero no en su acepción virtuosa de promover la modernización para superar la calidad de lo producido, sino en el empobrecimiento dañino y mortal del aparato productivo, la desaparición de las empresas y el final de los días felices para sus obreros.
Otra vez Belgrano nos coloca en la senda correcta:
El modo más ventajoso de exportar las producciones de la tierra es manufacturarlas”. “La importación de mercancías que impide el consumo de las del país, o que perjudican al progreso de sus manufacturas y de su cultivo, lleva tras sí necesariamente la ruina de una nación”. “La importación de las mercaderías extranjeras de puro lujo a cambio de dinero, cuando este no es un fruto del país, como es el nuestro, es una verdadera pérdida para el estado”.
En nombre de la “libertad” (del mercado) nos hablan los energúmenos representantes del FMI. En nombre de necesidades que no son nuestras nos pretenden obligar a ser sus esclavos por cien años. En nombre de miserias seguras y muertes tempranas nos invaden con sus “marines” disfrazados de luchadores contra el narcotráfico que ellos promueven y consumen como nadie. En nombre de sabidurías que no pueden demostrar, denostan a quienes les advierten el porvenir desgraciado al que nos envían. Lacayos, brutales y obtusos, sostienen sus debilidades discursivas con muertes cotidianas de hambreados y enfermos sin remedios.
Nos queda el camino trazado por los grandes, como Belgrano, que dejaron su sangre para que lo sigamos construyendo. Nos obliga su memoria a reconocer sus verdades señeras. Nos empujan sus evidencias para realizar la tarea postergada por dos siglos, acercándonos a sus ideas tan preclaras, que aún alumbran el futuro que no supimos defender cuando lo tuvimos al alcance de las manos. Nos alecciona a retomar, conscientes, el valor de la palabra Patria, arrojada a los leones hambrientos de un imperio que, en su decadencia, arrastrará a su tumba a los cobardes que no se atrevan a enfrentarlo.

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