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martes, 7 de agosto de 2018

SANTA FE: INDIFERENCIA, COMPLICIDAD Y MUERTE

Imagen de "La Izquierda Diario"
Por Roberto Marra
Hubo y hay muchas personas que, recordando la época de la última dictadura, suelen soltar expresiones justificativas del accionar asesino de las “fuerzas del órden” de aquel entonces. Frases como: “a mí no me pasó nada porque no estuve en nada raro”, se esgrimen como mecanismos de defensa de su incapacidad para reconocer la realidad, como mínimo, o para esconder sus complicidades pasivas, en el otro extremo.
La indiferencia es un arma, como cualquier otro. Un modificador de la verdad a conveniencia de los intereses individuales, sin importar lo que les suceda a los demás miembros de la comunidad en donde viven. Detrás de esa actitud marchan, a pasos cada vez más seguros y contundentes, los delegados por el Poder para mantener a raya a quienes no piensen como ellos y pretendan cambiar la realidad que los atosiga, convirtiendo en minoría a estos rebelados para luego estigmatizarlos ante la sociedad como los enemigos a quienes combatir.
Algo de todo esto está sucediendo en la Provincia de Santa Fe, donde cada día nos anoticiamos de alguna balacera a casas de jueces, a tribunales o, lo peor, los asesinatos de testigos en juicios interminables a algunos de los integrantes de poderosos grupos delictivos. A pesar de semejante cantidad de hechos violentos, sin embargo, nunca hay enfrentamientos con las fuerzas policiales. Actúan con tanta impunidad, que permite inferir la falta de trabajos de inteligencia acordes a la importancia de los sucesos o, lo que podría ser peor, un alto grado de connivencia.
Desde el gobierno provincial, siempre tan proclive a pendular entre el barniz “progresista” y la adhesión a lo peor del conservadurismo, parece haber como una resignación de sus obligaciones, tratando más de complacer el oído de “la gente decente” con vanas promesas de investigaciones de certezas inocuas para los delincuentes y grandilocuencias discursivas de futuros de paz que nunca llegan.
Todas las administraciones de este raro “socialismo”, tan proclive a la adhesión fácil a cuanta política neoliberal les propongan desde el Poder Real, han transitado el mismo camino temeroso ante la fuerza policial, que parece dictarles las “estrategias” a seguir ante semejante delirio de balazos y muertes. Lejos de dirigirlas, solo “transan” pactos oscuros con sus jefes, que se aseguran la no intervención en las decisiones que puedan afectar intereses que los acercan demasiado a los supuestamente perseguidos delincuentes.
Como trasfondo más peligroso todavía, está la actitud de la ciudadanía, siempre presurosa adherente a la represión fácil de “perejiles”, débil carne de cañón seguramente entregada “a piacere” por los jefes mafiosos para entretener a las masas deseosas de venganzas. Aquella vieja frase exculpadora de responsabilidades propias, resurge ahora para justificar matanzas inútiles de jóvenes perdidos en la selva del delito, simples bambalinas que esconden complicidades que asustan.
Un ministro que quiere expresar una firmeza que no demuestra en los hechos, pretende dirigir las acciones de una fuerza que no domina. Un gobernador que parece sentado en una ola, está más preocupado por reelecciones imposibles que por cumplir a cabalidad con su mandato, al que nadie lo empujó. Jefes de una fuerza policial elegidos vaya uno a saber con que premisas, conduciendo sus tropas hacia la autodestrucción, con actitudes sospechosas de, al menos, incapacidad para entender las consecuencias de sus acciones.
En este caldo sucio se cultiva la desesperanza popular, base primordial para aceptar la brutalidad de la violencia como única salida. El verdadero Poder se relame de placer, sabiendo que no hay nada más fácil de dominar que una población asustada, a merced de la disputa entre bandas cuyos límites difusos confunden todavía más. La muerte se declara dueña de nuestras vidas, perforando paredes y cristales para mantenernos acurrucados en los rincones miserables a los que nos permiten acceder para sobrevivir. Y el futuro se transforma solo en una palabra hueca, mientras sigamos afirmando que nada nos pasará si no nos metemos en nada.

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