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viernes, 20 de abril de 2018

EL SILENCIO DE LOS FUMIGADOS

Imagen de "Noticiauno"
Por Roberto Marra

Cuando un problema es demasiado evidente y llamativo mediáticamente, cuando las protestas de la población organizada se hacen más y más visibles, entonces los integrantes de los gobiernos suelen tomar nota para evitar ser alcanzados por el descontento, para disminuir los daños que les pudieran hacer a su pretensiones de continuidad en las funciones.
Es el caso de los denominados “fitosanitarios” en la Provincia de Santa Fe (aunque no solo). Tanta ha sido la lucha de las organizaciones que vienen exponiendo los resultados dañosos para la población de la aplicación indiscriminada y sin límites de los agroquímicos, que el gobierno decidió decir algo para calmar los reclamos. Entonces presentó una iniciativa para imponer una alicuota especial del impuesto inmobiliario a los productores que utilicen esos venenos.
Pero después, cuando el mismo gobernador se presenta ante la corporación que integran los más grandes latifundistas y los dueños de los negocios del agro, se achica, se asusta ante el Poder verdadero que ellos representan, y habla de “evitar los conflictos que hoy se producen con poblaciones urbanas, con sectores sociales que muchas veces adoptan posturas extremas sobre este tema".
El resultado ya se puede prever: la decisión será modificada para que los “señores” del campo no se enojen, postergando (una vez más) a esos sectores que el gobernador menciona como de “posturas extremas”. Extraño método de medición de lo “extremo” de los reclamos de gente a las que se les fumiga hasta el patio de sus viviendas, de chicos a los que se les envenena en sus escuelas, de pueblos rodeados de mares de soja envenenada, de “mosquitos” que no pican, pero chorrean en sus calles los líquidos tóxicos que apestan y matan en silencio.
Eso quieren: silencio. Necesitan tapar la realidad de décadas de abandono a las decisiones de las poderosas corporaciones del agronegocio, a las que se les rinde pleitesía, mientras con la habitual demagogia, se prometen paliativos avaros ante lo evidente de los resultados sanitarios. Al gobierno le importa más “evitar los conflictos”, cuando lo que debiera interesarle es la solución de las razones que originan los reclamos.
Pero resulta imposible que los pusilánimes intenten otra cosa que esconderse detrás de las cortinas del Poder, al que sirven aunque cada tanto peguen algún grito para hacernos creer que piensan en el Pueblo. Desesperados por conservar sus privilegios, se convierten en simples engranajes de la maquinaria de dominación y rapiña de nuestros derechos y nuestra naturaleza.
Se llevan todo, expoliando los suelos y las aguas. Nos dejan los desiertos, las enfermedades y la muerte del futuro. Nos convencen con zanahorias (también envenenadas) de rindes productivos asombrosos, que solo servirán para acumular riquezas en sus guaridas fiscales, evadiendo los escasos controles que, casi vergonzantemente, se les pretendan imponer.
Cuando, por efecto de sus descontrolados sistemas de producción agraria, se producen inundaciones o sequías, allí se olvidarán de sus desprecios al Estado, exigiendo subsidios para solventar sus pérdidas. Esos mismos subsidios a los que se oponen exaltados cuando se pretenden aplicar para permitir las más elementales de las necesidades de la empobrecida población.
La estructura agraria sigue siendo la misma de los comienzos de la Nación, incólume ante el paso de las generaciones. Refugiados en ridículas superioridades anacrónicas, envueltos en el halo oligárquico que pretenden eterno, continúan amedrentando a los inútiles que creen que gobiernan.
¿Quién se atreverá a cambiar tanta injusticia? ¿De donde saldrá el valor para terminar con tanto poder miserable? ¿Qué habrá de hacerse para finalizar con sus imposiciones mortales? ¿Cuándo decidirá, el Pueblo, tomar en sus manos las riendas de su destino? Las respuestas deberán buscarla los mismos sometidos, en los ojos moribundos de los pibes fumigados.

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