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miércoles, 21 de febrero de 2018

SOMOS VENEZUELA

Imagen de "nsnbc.me"
Por Roberto Marra

Venezuela se ha convertido en la vara con la que se mide el grado de democracia, la calidad institucional, los respetos a los derechos humanos, los índices inflacionarios y, en general, cualquier tipo de acción política, económica o judicial. Todos recurren a nombrarla cuando quieren explicar lo que no se debe ser o a lo que no se debe llegar como Nación o Sociedad. Y no es que lo hagan solo los enemigos ideológicos del gobierno chavista, sino incluso quienes se muestran como pertenecientes a eso que solemos denominar el “campo nacional y popular”.
Así, vemos a figuras prominentes y reconocidas de la política, la economía y la justicia, pronunciando discursos o tratando de defenderse de los viles ataques de los integrantes del gobierno argentino o sus adláteres mediaticos, advirtiendo que “no estamos en Venezuela”, o preguntándose, con ironía y desdén: “¿qué somos, Venezuela?”. El propio miembro de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Raúl Zaffaroni, ha hecho uso de esa muletilla de la derecha reaccionaria para defenderse de las ofensivas diatribas que le han lanzado desde el gobierno argentino.
La instalación de un imaginario de País destruído, inviable, desquiciado economicamente, avasallado por un gobierno sublevado ante los “valores” de la “democracia” (a la norteamericana o europea), le resulta imprescindible a sus enemigos para presentarla ante el Mundo como ejemplo de lo que no se debe hacer, de lo prohibido en materia de ejercicio soberano, de los límites impuestos para la independencia que nunca admiten en otros países.
Claro que no se quedan en palabras. Sus acciones ofensivas se hacen realidad en lo económico y financiero, sometiendo a la población venezolana, como hicieron antes con la cubana, a bloqueos y ataques en esos ámbitos tan sensibles para una Nación, tratando de ahogarla para que el pueblo reaccione contra su gobierno. Mientras tanto, los truhanes de la supuesta “prensa independiente” se asegurarán que nos lleguen las noticias tamizadas por el amo imperial, conformando ese imaginario despreciativo de lo que sucede en aquella Nación hermana.
Como hicieron en cada País de Nuestra América que ha pretendido un desarrollo alternativo, libre de las decisiones imperiales, utilizan el recurrente latiguillo de la “corrupción” de los funcionarios de esos gobiernos populares para destruir las bases de adhesión de los pueblos a las políticas inclusivas que tantos avances lograron en sus calidades de vida.
Venezuela es el paradigma de esas agresiones, ya despojadas de todo prurito de respeto institucional, con invitaciones a invasiones externas y sublevaciones militares internas, sustentadas por las corporaciones internacionales y la sucia clase oligárquica local, que fue capaz, cuando estuvo en el gobierno, de asesinar a miles de venezolanos en nombre de la “libertad” y la “paz” (de los cementerios, claro).
Ahora, aquí y en todo el Mundo, siguen los idiotas útiles, marionetas ridículas y vocingleras de lo que no conocen pero gritan a los cuatro vientos, con sus frases de desprecio al honor del Pueblo de Bolívar, a quienes pretenden infundir terrores y odios que aquí hace rato que tuvieron éxito, destruyendo una experiencia popular con el eco de las mismas mentiras.
Los hombres y las mujeres de bien, los auténticos defensores de la vida y la dignidad, deberán redoblar sus esfuerzos para comprender, primero, y sostener, después, a este proyecto que supera las fronteras físicas de Venezuela, que conmueve los cimientos del Poder y objetiva las necesidades nunca satisfechas de los pueblos de todo el Planeta. Será una acción en defensa propia, para encender las esperanzas en los sueños compartidos de doscientos años de una América que deberá ser, por fin, para los americanos. Pero solo para los del Sur.

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