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lunes, 26 de febrero de 2018

LA TÁCTICA DE LA DISTRACCIÓN

Imagen de "reflexion.estadosyfrases.com"
Por Roberto Marra

Todos sabemos que para modificar una situación social, económica o política es imprescindible construir poder. Porque esa situación es el resultado de la acción de otro poder, que ha sabido guiar a la sociedad hacia el destino que pretendía, a través de estrategias y tácticas que provocaron adhesiones masivas a los postulados que sirvieron para establecer un estado de cosas favorable a los intereses del sector social dominante.
A partir de allí, con base en ese concepto probado por la historia, podremos analizar las razones de cada hecho y cada propuesta que provenga de quien detente el poder. Esto, en medio del avance vertiginoso de la capacidad de transmisión mediatizada de sentidos a través de la comunicación social, lo cual se ha manifestado como esencial para lograr el “éxito” que tan claramente han tenido sobre las mayorías para implantar conceptos, ideas, orientaciones, fijadas como verdades absolutas en el imaginario popular.
La distracción es una de esas maniobras elementales para el logro de sus objetivos dominantes. Como en cualquier acción colectiva, ese despiste de la realidad termina por desviar la atención de quienes tienen intereses antagónicos con los postuladores de las falsas necesidades perentorias, que se publicitan hasta el hartazgo por los medios previamente cooptados para provocar esos efectos de pasatiempo permanente.
Es un “juego” que se lleva adelante con las reglas que imponen los que tienen el poder real, por lo cual será muy difícil salvar esa distracción, dejarla de lado, no querer opinar sobre lo que nos imponen como lo importante del momento. Sin embargo es imprescindible, para quienes pretendan cambiar la historia, ser capaces de construir una agenda de pensamiento y acción que salte por sobre los espectáculos distractivos de los poderosos ganadores de siempre.
El como hacerlo es la cuestión. Como deconstruir esos sentidos establecidos como únicos e irreversibles, cuando el arte de la dominación mediática ha sido tan desarrollada por el Poder, ya constituyéndose en parte del mismo. Esta lucha entre el David popular y el Goliat oligárquico solo puede tener el mismo final venturoso de aquella epopeya mitológica si somos capaces de descubrir las debilidades del enemigo y las fortalezas propias, para exacerbarlas hasta destruir las maniobras que nos traten de imponer esas mentiras con sus adornos de verdades sin sustento.
El espanto a un presente que solo es la base de la estructura de lo porvenir, tan perverso en sus acciones para ganarse la confianza popular como en el final al que nos conduce, nos obliga a dejar de lado el hechizo de tanta parafernalia mediatizada a propósito de temas que, aun siendo (en algunos casos) prioritarios, deberán relegarse hasta que sea el Pueblo empoderado quien decida, por fin, ya sin las distracciones ni los embelesos de los asesinos de la verdad.

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