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El
silencio es saludable. Este es un concepto probado por la ciencia.
Los momentos de silencios que puedan tener las personas durante el
día, ayudan a mejorar la actividad mental. Una investigación
asegura que dos horas de silencio diario estimulan el desarrollo de
nuevas células en el hipocampo, esa región del cerebro que se
encarga de almacenar la memoria, entre otras funciones.
Pero
hay dos formas de entender el silencio. Una, más biológica, es la
que resulta de la ausencia o reducción al mínimo de estímulos
sonoros de cualquier naturaleza y origen. Pero hay otra, que nada
tiene que ver con el volumen del sonido en sí, sino con lo que a
través de esos sonidos se transmite o comunica. Esta es la preferida
del Poder.
El
silencio es salud, decía una publicidad de la Dictadura sangrienta
del '76. Todos sabemos como se “silenciaba” por esos tiempos,
donde la vida no valía nada más que el costo de una bala. No se
trataba de no hacer ruido, sino de que esos sonidos no resultaran ser
las llaves para entender esa perversa realidad oculta.
La
vieja enseñanza de tipo patriarcal sublimaba el silencio en las
aulas, donde solo debía escucharse la voz del maestro, reduciendo a
los niños y niñas a meros receptores de conceptos inmodificables.
Más adelante se descontracturó esa forma rígida en los métodos de
aprendizaje, generando la posibilidad del intercambio enriquecedor
entre alumnos y docentes, con la consecuente conceptualización de la
libertad de expresión como un sistema donde nadie se apropia de la
verdad absoluta, sino que contribuye al mejor entendimiento general
de los temas que se traten.
Ahora,
en estos tiempos de restauración conservadora, parece haber
regresado ese horrible pasado del silencio de las ideas diferentes,
acallando la vocinglería enriquecedora del conocimiento diverso y
anulando la posibilidad de pensar por sí mismos la realidad.
Es
el momento del silencio de los disidentes, de la muerte de las
palabras distintas, de la saturación con opiniones calcadas y
repetidas hasta el paroxismo para tapar podredumbres que nadie puede
denunciar. Es el tiempo de los chupamedias del Poder, ocultos a veces
detrás de máscaras de oposiciones sin sustento ideológico ni otro
objetivo que mantenerse en el frágil candelero mediático.
Los
miserables de espíritu se adueñaron de las palabras. Pero su
diccionario es muy breve. Contiene solo los suficientes vocablos que
le permitan dominar las voluntades de las mayorías, por efecto del
desconocimiento y la mentira organizada. Es seguro que creen que
llegaron para quedarse. Pero la verdad es como el agua, que va
penetrando por capilaridad y sube hasta la superficie. Ahí es
cuando, ya sin obstáculos, fluirá incontenible y arrasará con el
silencio insalubre de los opresores.
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