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miércoles, 11 de octubre de 2017

VOLVER A LA GAMBETA

Imagen de "El Universo"
Por Roberto Marra

Paradójica realidad la del fútbol, donde el sufrimiento parece formar parte indisoluble de la felicidad del triunfo. Dramática expresión de deseos cruzados con dudas, teñidas por bravuconadas de soberbias que solo sirven para tapar los miedos de la posible derrota, este deporte, en tanto expresión cultural de nuestro pueblo, encierra la idiosincracia que nos constituye.
No hay casualidad, por ejemplo, en la aparición de los grandes gambeteadores en nuestro País. Todos estamos obligados a ser burladores de las zancadillas a nuestro progreso, que han sido siempre la expresión de la otra cultura nacional, la del engaño fraudulento.
También, como frente a la clasificación a un Mundial, todos los días sufrimos ante lo que se nos presenta como el “partido de la vida”, donde sobrevivir termina siendo el premio, para volver a intentar después otro triunfo, siempre mayor, siempre el que de verdad vale. Pero, igual que en una final, jueces “bomberos” nos agregan minutos extras a un tiempo que parece que jamás termina.
Nos sentimos genios de la gambeta y los buenos goles, pero nos cuesta compactarnos en un equipo que resulte demoledor con sus adversarios. Cuando lo hacemos, ahí estará siempre al frente un líder, un conductor, alguien que con su capacidad superior nos marque el camino y nos lleve al triunfo.
Pero allí estarán, también, los enemigos internos que intentarán minar el desarrollo del buen juego, con mentirosas maniobras que desplacen a los líderes de la buena consideración de las mayorías. Apuestan a perder, para no permitir que esos conductores perduren en el comando de las acciones prodigiosas que nos eleven a categorías superiores.
Envidia, odio, desprecio, miedo. Son los alimentos de esa raza de especuladores que destruye la realidad y genera fantasías que hagan posible la adhesión de los desprevenidos. Desplazados los mejores de sus funciones de líderes, impulsarán el reemplazo por figurones inútiles para ganar, pero ideales para ser parte de un juego sucio que les asegure beneficios, aún haciendo goles en contra.
Así seguiremos jugando, pobremente, sin rabonas ni goles. Hasta que, cansados de tanta miseria especuladora, de tanto robo de felicidad ganadora, nos demos cuenta que tendremos que volver a las fuentes de la gambeta prodigiosa y el liderazgo justo del mejor conductor. O, por qué no, de la mejor conductora...

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