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viernes, 13 de octubre de 2017

LA YEGUA DIFÍCIL

Por Roberto Marra

Dicen que, estadísticamente, las yeguas suelen ser de carácter más difícil que los caballos. Pero, según se les escucha decir a algunos trabajadores que se encargan de los equinos, ellas son más leales que los machos. También dicen algunos que son más fáciles de domar. Aunque esto último puede que sea solo una impresión de quienes se encargan de esa compleja tarea.
Como sea, ella resulta siempre más cautivante (que el caballo). Su tamaño más pequeño, sus proporciones y formas más suaves, hacen que uno se predisponga mejor frente a ella, incluso sintiendo una especie de atracción inevitable al tenerla cerca. Por fuera de las opiniones de quienes saben, uno tiene la sensación de que posee una mirada dulce, aunque tenga una “personalidad” bastante compleja.
Tal vez sea por eso que las personas se arremolinan para verla, para tocarla y decirle algunas palabras de cariño que salen inevitablemente cuando se la tiene al lado. Aunque, como en todos los órdenes, existen quienes no sienten lo mismo, que tienen como una cuestión de piel que las alejan sin siquiera haberle querido sentir la mirada.
Los golpes y los gritos no suelen amedrentar a la yegua. Al contrario, parece que la estimula a manifestar su fortaleza y esa especie de “convicción” que guía su carácter indómito. Pero no tarda en apaciguarse cuando aparece el amoroso trato de algún niño, que no sabe de especulación frente al cariño que le nace ante un animal tan especial.
Por alguna razón que no se puede comprender demasiado, la yegua suele tener mala prensa. Es tratada con menosprecio, tal vez acarreando una cuestión de género que los humanos siempre tienen a flor de piel. Incluso se estigmatiza la “personalidad” de la yegua con formas violentas en su relacionamiento con las personas, aunque esté demostrado que eso no es así. Hasta elaboran ridículas teorías de insanias que nunca se corroboran en la realidad.
Sin embargo, a pesar de tanta parafernalia mediática, la yegua sigue encontrando a su paso manos que la acarician, deseos de verla trotar entre la gente y, por qué no, hasta ganar una cuadrera. No se entiende, entonces, el tanto miedo a esa hermosa hembra. Salvo que, parafraseando a algunos viejos del campo, entendamos que “donde hay yeguas libres, nacen potros libres”. Y todos sabemos lo difícil que resulta domar a los potros en libertad...

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