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lunes, 9 de octubre de 2017

COMO VENCER A LA MUERTE

Por Roberto Marra

Complejo tema el de la muerte. Resulta difícil no pensar en ella, pero más arduo es entenderla. Las religiones intentan ayudarnos a soportar la idea del final, apoyándose en la existencia de un alma o espíritu perdurable, que trasciende nuestra vida corpórea. Hasta hay algunas que hablan de la re-encarnación en otros seres vivos futuros.
Sin embargo, por fuera de esas interpretaciones, la trascendencia de los individuos existe. El recuerdo forma parte de esas herramientas humanas que nos permiten conocer y entender a quienes nos antecedieron y que, en menor o mayor medida, han dejado huellas en las conciencias de sus sucesores temporales.
Las dimensiones y profundidades de esas huellas, determinan el nivel de importancia que han tenido y tienen para las generaciones que suceden a los individuos que ya no están fisicamente. La mayoría de nosotros nos perderemos en el océano de millones de simples personas solo recordadas por los más cercanos hasta que, un día, ya nadie nos nombre.
Pero están los otros. Los inolvidables, los perdurables, los recordados por siempre, los que desafían y le ganan al tiempo. Más que huellas, sus vidas dejan surcos sembrados de pensamientos y acciones que germinarán más tarde en quienes comprendan el mensaje de esos espíritus distintos, que supieron construir paradigmas inmortales en sus (casi siempre) cortas vidas terrenales.
En esa dimensión está el Che. En esos surcos gigantes que se llenaron de semillas de utopías, necesarias para caminar las esperanzas populares. Por los corazones de los buenos pueblos del Mundo entero pasa, desde hace cincuenta años, el dolor de no tenerlo más conduciendo las batallas interminables contra los fabricantes de las peores miserias humanas.
Pero he ahí la paradoja. Que no estando, está. Que muerto, su alma, espíritu, o como se llame, enciende cada día el fuego sagrado de la rebelión imprescindible de los jóvenes y mantiene latente el de los mayores. Que las balas que lo atravesaron, solo hicieron eso, dejándonos el dolor eterno de su falta, junto al inmenso deber de sucederlo.
Su última mirada parece que nos lo pide. Si aguzamos el oido del alma y esforzamos el corazón de la conciencia, podremos entender su mensaje final, mandato firme y categórico destinado a vencer el odio de sus asesinos, que son los nuestros, que son los de siempre. Y comenzar a sentir, como él, cada dolor ajeno como propio. Entonces sí, habremos entendido como vencer a la muerte.

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