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miércoles, 27 de septiembre de 2017

LA APARICIÓN DE GODOT

Imagen de "Periodismo sin Fronteras"
Por Roberto Marra

Esperando a Godot” es una obra del teatro del absurdo, escrita por Samuel Beckett. En el argumento aparecen dos andrajosos personajes que esperan, confiados, a un tal Godot, con quien, se supone, tienen una cita. El público nunca llega a saber quién es ese Godot, o qué asunto tienen que tratar con él. Sin embargo, en cada acto, aparecen un hombre cruel (que afirma ser el dueño de la tierra donde se encuentran) y su esclavo, a quien mantiene atado con una cuerda. Al rato llega un niño que trae el mensaje a los vagabundos de que Godot no vendrá hoy, "pero seguro que mañana sí".
Por fuera de las intenciones del autor y de las interpretaciones de los críticos, el caso es que se parece claramente a una reproducción de la situación de nuestra sociedad. También aquí, aunque reproducidos por millones, los andrajosos esperan. Son los empobrecidos de siempre, los abandonados por un sistema tan cruel como el visitante de la obra. Visitante que también nos asegura ser el dueño de todo y, tal como en la tragicomedia de Beckett, lleva de las narices a quienes le ayudan a mantener el status quo que multiplica su poder.
Al igual que en Godot, contamos con los voceros de un Poder que no vemos nunca, patentizados en las pantallas y sus zócalos mendaces, donde los adláteres de los poderosos nos convencen a cada minuto que pronto llegará el bienestar y la felicidad. Eso sí, con la previa visita de las peores desgracias, que deberemos soportar con alegría, hasta que el futuro dichoso nos alcance.
En nuestra realidad, quienes dicen ser los dueños de todo, solo lo son en base a la ilicitud y el desprecio por una historia que tergiversaron a su gusto y demanda, para colocar al costado de ese camino de eterna espera, a generaciones tras generaciones de ilusos, sin más voluntad que seguir siendo actores secundarios en la triste comedia de la pobreza y la indigencia que fabricaron los crueles de todos los tiempos.
Pero la vida, como en los argumentos teatrales, puede modificar su rumbo. Solo hace falta que los millones de denigrados y marginados, comprendan la necesidad de convertirse, todos ellos y colectivamente, en autores de una nueva historia, donde el guión ya no lo redacten los despiadados productores de miseria. Entonces sí, Godot habrá de aparecer. Y la felicidad, ya no será una utopía.

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