LOS FABRICANTES DE POBREZA

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Por Roberto Marra

Siete empresarios de la Argentina reúnen una fortuna de 17.000 millones de dólares. Tienen el dudoso privilegio de figurar en la revista Forbes, que brinda el ranking de las personas más ricas del Mundo. Seguro que estas cifras, además, no están completas, sabiendo de la predilección de estos millonarios por evadir sus fortunas en guaridas fiscales.

Estos son los dueños de nuestra economía y los ladrones de nuestras vidas. Son los generadores de las pobrezas y las miserias que crecen al mismo ritmo que aumentan sus fortunas. Son el verdadero origen de cada una de las desgracias que padecen los trabajadores y pequeños empresarios argentinos. Son la razón profunda de la falta de alimentación de millones de chicos, de los padecimientos de los jubilados, de la desatención a la salud, de la carencia de viviendas, del abandono de la educación.

Algunas decenas de postulantes a alcanzar sus niveles económicos, se afanan por participar en los negociados de los poderosos y admirados súper-millonarios. Intentan replicar, a sus escalas, las mismas sucias maniobras financieras que les permitan parecerse, a costa siempre, del hambre de los trabajadores que crean sus riquezas.

Cooptando la voluntad frágil de inescrupulosos individuos que no merecen el digno título de “políticos”, reparten propinas para sostener y elevar su poderío, promoviendo gobiernos títeres de sus decisiones, que aplicarán sin dudar programas afines a sus intereses.

Y cuando aparezca en el firmamento político algún soñador que pretenda disminuir solo alguno de sus privilegios, harán correr ríos de tinta y llenarán las pantallas de falsos profetas de los apocalipsis económicos que se avecinarán si se aplican esos programas de justicia social,  convirtiendo a los propios beneficiarios en cómplices de sus ataques a los gobiernos populares.

Distribuir es una palabra inexistente en el diccionario de estos apátridas. Por lo cual, no dependerá de sus voluntades el cambio hacia una sociedad donde la dignidad de ser humano esté por encima de sus repugnantes acumulaciones de riqueza. No será por sus decisiones, sino por la conciencia del conjunto de los excluidos, abandonados y despojados, que se dará vuelta la taba. Será, tal vez, el último juego de los avasallantes y engreídos ricachones, que entonces deberán perder lo único que, en realidad, les importa: sus fortunas.