CÍNICOS, ERAN LOS DE ANTES

Imagen de La Gaceta

Por Roberto Marra

Siempre resulta útil recordar el significado de algunas palabras, para comprender mejor la realidad que se trata de describir con ellas. El cinismo, por ejemplo, tiene dos acepciones claramente opuestas: La primera noción de cinismo se utilizó para nombrar a la doctrina de la llamada “escuela cínica”, formada por discípulos de Sócrates a mediados del siglo IV a.C. Aquellos cínicos despreciaban las riquezas y los bienes materiales, y sostenían que la sabiduría y la libertad del espíritu son los caminos a la felicidad, mientras que las cosas materiales son despreciables.

Lejos de estas significaciones, en la actualidad el término refleja la “actitud de las personas que mienten con descaro y defienden o practican de forma impúdica algo que merece la desaprobación general”. De acuerdo a esta descripción, la tentación por llamar cínico al presidente es inevitable, al analizar su discurso de apertura del período legislativo, donde abundaron los datos falsos y los ataques, hasta perversos, hacia  sus contrincantes políticos.

Muy lejos de la escuela cínica griega, los objetivos egoístas de los postulados de este personaje de la clase dominante argentina, especie de oligarca de medio pelo, manifiestan un desesperado espíritu prosaico, donde la invitación permanente es a la acumulación de riquezas (propias) y a la anulación de la verdad, para sostener sus fantasías del fin de lo que, con desvergüenza irreverente, denomina “populismo”.

La sabiduría, otro valor sostenido por aquellos griegos de la “escuela cínica”, está muy lejos de ser tenida en cuenta por este virrey del siglo XXI. Su entorno ministerial refleja, más bien, la astucia de los avaros, que ven en el poder político, la oportunidad de elevar sus riquezas, mientras el desprecio forma parte indisoluble de la percepción de sus compatriotas.

El falso espíritu optimista permanente y los llamados a la unidad rechazando, al mismo tiempo, cualquier objeción a su gestión, son otra muestra clara del cinismo que lo constituye. Alimentando rencores hacia sus antecesores, pretende consolidar un camino que ya intuye fracasado, como su colérica actitud discursiva lo dejó entrever.

Pretender cambiar a un cínico parece una tarea destinada a la frustración. Más conveniente sería asegurarse que el cinismo modernoso que interpretan estos representantes de la filosofía del engaño y la traición, logre ser traspasado por un Pueblo con espíritu inverso, que consideren que el camino a la felicidad se construye solo con conciencia de sus derechos de hombres y mujeres libres, acumulando la única riqueza que redime los espíritus: la solidaridad.