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Despidos en una empresa con 130 años de trayectoria.
Suspensiones por un año y medio en una automotriz. Descenso constante de la actividad
de la construcción. Cierres de miles de pequeños comercios. Desaparición de
centenares de pequeñas industrias. Paritarias nacionales suspendidas. Docentes
sin arreglos salariales a la vista. Importaciones de zapatos en el País del
cuero.
Como un tren desbocado, Argentina está corriendo hacia el
pasado del pasado. Lo único cercano al cero son las prometidas inversiones,
mientras la pobreza crece descomunalmente. Las supuestas herencias ya fueron
consumidas, y sus estigmas no sirven más como disculpas de la muralla mediática,
ante la verdad revelada por los bolsillos flacos.
Sin importarle esta realidad, un ministro se atreve a decir
que estamos creciendo, que se crearon puestos de trabajo y que disminuyó la inflación.
Del otro lado del Atlántico, el presidente balbucea un discurso ante el Rey, repleto
de imaginarios progresos, de avances económicos y, otra vez, de pesadas
herencias.
La hipocresía no tiene límites, como lo demuestra Juliana
Awada en su encuentro con la esposa del Rey, hablando “del cuidado de la niñez y el desarrollo integral de las mujeres”. Seguro
que tuvo un olvido momentáneo sobre los talleres clandestinos donde decenas de
menores, en condiciones de semi-esclavitud, confeccionan los productos que
comercializa con su marca.
Distraído con los banquetes y entregas de condecoraciones
indecorosas, nuestro presidente no habrá registrado los discursos que dieron
cuenta de la verdadera imagen que el Mundo, ese al que dice que volvimos, tiene
en realidad de su persona y su gobierno.
Como buen marketinero, a su regreso habrá de profundizar el
ataque judicial a sus oponentes políticos, único medio que hará posible la
distracción popular, mientras destroza la economía nacional y entrega lo que
quede a las corporaciones que lo sustentan. Para defenderse, lo sabemos, nada
mejor que unos buenos ataques.
Tal vez despierte a tiempo el ciudadano, avergonzado por
tantas pantallas infamantes y tanta miseria organizada, recordando que la
historia siempre puede escribirse de otra manera, cuando la voluntad se une a
la acción. Tal vez la verdad, como el agua, llegue a la superficie, inundando
las conciencias de las mayorías, para cambiar de nuevo. Esta vez, pensando.
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