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Democracia…en nombre de ella, se suceden unos tras otros los
descalabros económicos y sociales en nuestro País. Con la disculpa de su
cuidado y preservación, se contienen los intentos por modificar y terminar con
el avasallamiento de los derechos que, se supone, son la base de su existencia.
Los señores del Poder, apoderados del gobierno, la colocan como una muralla para
impedir que su verdadero dueño, el Pueblo, asuma el rol esencial de la custodia
de los valores que representa, históricamente, este sistema político.
Pero la democracia es solo una palabra. Con significado,
claro, pero a la cual se le ha vaciado el contenido simbólico de su razón de
ser. Miles de ciudadanos murieron luchando por lograrla, pero cuando ella se
instaló y permaneció, lentamente fue perdiendo el ideario que sustentó tales
sacrificios. El egoísmo de algunos, la desidia de muchos y la parafernalia propagandística
de los poderosos de siempre, lograron distraer a las mayorías populares de lo
esencial del sistema por el cual podrían ser los dueños de su propio destino,
pero que solo sirve para asegurar sus propias desventuras y el empoderamiento
de unos pocos.
Al final de ese camino de desconstrucción democrática, se
vislumbra con cada vez mayor claridad, que los herederos comunicacionales de
Goebbels han logrado instalar en las cabezas lavadas de los ciudadanos, todas y
cada una de las falsas verdades sobre la democracia que solo les sirven a los
intereses del Poder Real, cuyos representantes directos se han apoderado del
gobierno y del propio sistema, que ya no podría denominarse “democrático”, sino
fuera por la tozuda perseverancia de los comunicadores y la desesperada necesidad
de subsistencia personal de tantos legisladores y gobernadores, transformados,
por su aquiescencia, en cómplices solo interesados en preservar sus espacios
miserables de pequeñísimo poder.
Como es lógico, según la estrecha pero poderosa visión de
los adueñados de la paródica democracia en la que vivimos, lo único que importa
es el resultado numérico. La cantidad de votos obtenidos en las elecciones les bastan
para sostener que estamos viviendo en democracia. Por fuera de la forma en la
que se obtienen esos votos (promesas falsas, acusaciones rimbombantes a los
adversarios, descripciones ficticias de futuros de amor y paz, etc.), se dejan
de lado valores esenciales que hacen a un concepto superior del sistema en
cuestión.
La justicia social, ese paradigma tan odiado por los
oligarcas y sus bufones aspirantes a serlos, debe ser la base imprescindible de
una democracia distinta, asentada en una Sociedad en la que resulten integrados
todos los ciudadanos, sin otra condición que el respeto a ese fundamento nacido
al calor de las luchas populares, tantas veces calumniado y desaparecido. La
libertad colectiva debería ser otro concepto a defender, por sobre los intereses
egoístas personales a los que nos acarrea el capitalismo salvaje de estos
tiempos. La solidaridad sería el continente que pudiera sujetar al amplio
abanico ideológico integrante de eso que llamamos, genéricamente, Pueblo.
Pero estamos soportando un período histórico decadente. En
lo político, en lo económico y en lo moral. Millones de empobrecidos aceptan
con exasperante sumisión las bofetadas económicas del Poder. Abandonados y con
los derechos vulnerados, se hunden (y no solo metafóricamente) en el fango del
desprecio de los mentirosos prometedores de “pobrezas cero” y cosas parecidas.
Especie de “profeta” capitalista, el elegido “democráticamente” para cuidar de
los intereses de la Nación (que son sus habitantes, todos), solo se dedica,
cuando sus vacaciones se lo permiten, a desandar un camino de desarrollo que
conduce al abismo de donde se emergió después de un proceso similar al actual.
“Siempre que llovió, paró”, dice una atinada sentencia
popular. Pero no es solo cuestión de esperar, para que deje de llover pobreza,
miseria e injusticias. Se trata de construir los basamentos de esa nueva
democracia real, en la que siempre mande, de verdad, el Pueblo y no las
corporaciones. En la que solo se haga lo que asegure la Justicia Social,
alejando para siempre a los perversos apropiadores de nuestras esperanzas y
sueños, convertidos hoy en migajas de vida y amargas desilusiones por lo que no
supimos defender.
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