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lunes, 23 de enero de 2017

LA DEMOCRACIA QUE FALTA

Imagen Taringa!
Por Roberto Marra

Democracia…en nombre de ella, se suceden unos tras otros los descalabros económicos y sociales en nuestro País. Con la disculpa de su cuidado y preservación, se contienen los intentos por modificar y terminar con el avasallamiento de los derechos que, se supone, son la base de su existencia. Los señores del Poder, apoderados del gobierno, la colocan como una muralla para impedir que su verdadero dueño, el Pueblo, asuma el rol esencial de la custodia de los valores que representa, históricamente, este sistema político.
Pero la democracia es solo una palabra. Con significado, claro, pero a la cual se le ha vaciado el contenido simbólico de su razón de ser. Miles de ciudadanos murieron luchando por lograrla, pero cuando ella se instaló y permaneció, lentamente fue perdiendo el ideario que sustentó tales sacrificios. El egoísmo de algunos, la desidia de muchos y la parafernalia propagandística de los poderosos de siempre, lograron distraer a las mayorías populares de lo esencial del sistema por el cual podrían ser los dueños de su propio destino, pero que solo sirve para asegurar sus propias desventuras y el empoderamiento de unos pocos.
Al final de ese camino de desconstrucción democrática, se vislumbra con cada vez mayor claridad, que los herederos comunicacionales de Goebbels han logrado instalar en las cabezas lavadas de los ciudadanos, todas y cada una de las falsas verdades sobre la democracia que solo les sirven a los intereses del Poder Real, cuyos representantes directos se han apoderado del gobierno y del propio sistema, que ya no podría denominarse “democrático”, sino fuera por la tozuda perseverancia de los comunicadores y la desesperada necesidad de subsistencia personal de tantos legisladores y gobernadores, transformados, por su aquiescencia, en cómplices solo interesados en preservar sus espacios miserables de pequeñísimo poder.
Como es lógico, según la estrecha pero poderosa visión de los adueñados de la paródica democracia en la que vivimos, lo único que importa es el resultado numérico. La cantidad de votos obtenidos en las elecciones les bastan para sostener que estamos viviendo en democracia. Por fuera de la forma en la que se obtienen esos votos (promesas falsas, acusaciones rimbombantes a los adversarios, descripciones ficticias de futuros de amor y paz, etc.), se dejan de lado valores esenciales que hacen a un concepto superior del sistema en cuestión.
La justicia social, ese paradigma tan odiado por los oligarcas y sus bufones aspirantes a serlos, debe ser la base imprescindible de una democracia distinta, asentada en una Sociedad en la que resulten integrados todos los ciudadanos, sin otra condición que el respeto a ese fundamento nacido al calor de las luchas populares, tantas veces calumniado y desaparecido. La libertad colectiva debería ser otro concepto a defender, por sobre los intereses egoístas personales a los que nos acarrea el capitalismo salvaje de estos tiempos. La solidaridad sería el continente que pudiera sujetar al amplio abanico ideológico integrante de eso que llamamos, genéricamente, Pueblo.
Pero estamos soportando un período histórico decadente. En lo político, en lo económico y en lo moral. Millones de empobrecidos aceptan con exasperante sumisión las bofetadas económicas del Poder. Abandonados y con los derechos vulnerados, se hunden (y no solo metafóricamente) en el fango del desprecio de los mentirosos prometedores de “pobrezas cero” y cosas parecidas. Especie de “profeta” capitalista, el elegido “democráticamente” para cuidar de los intereses de la Nación (que son sus habitantes, todos), solo se dedica, cuando sus vacaciones se lo permiten, a desandar un camino de desarrollo que conduce al abismo de donde se emergió después de un proceso similar al actual.
“Siempre que llovió, paró”, dice una atinada sentencia popular. Pero no es solo cuestión de esperar, para que deje de llover pobreza, miseria e injusticias. Se trata de construir los basamentos de esa nueva democracia real, en la que siempre mande, de verdad, el Pueblo y no las corporaciones. En la que solo se haga lo que asegure la Justicia Social, alejando para siempre a los perversos apropiadores de nuestras esperanzas y sueños, convertidos hoy en migajas de vida y amargas desilusiones por lo que no supimos defender.  

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