Después del
ruido, después de los brindis de los buenos deseos, después de las risas
incontrolables de los pasados de copas, después de las nueces, las almendras y
los panes dulces, después de los retorcijones por los excesos de las comilonas,
después de todo eso, cuando el planeta ha vuelto a girar otra vez sobre su eje,
la realidad retorna, porfiada, apabullándonos otra vez con sus contrastes de
horrores y bellezas, de miserias y opulencias, de muertes injustificadas y
justificadores de esas muertes.
Muchos
hipócritas habrán enjuagado sus culpas en las iglesias, recitando adulaciones a
un Jesús que no conocen, oyendo homilías repletas de ruegos de paz y amor con
las cabezas agachadas por el peso de la vergüenza de sus ruindades. Entre pares
constructores de injusticias, lavan sus conciencias de los desmanes sociales
que generan cada día.
Los
culpables de los padecimientos populares, y los traidores que nunca faltan, ya
habrán obtenido el perdón de algún cura cómplice. Vueltos al ruedo de sus
oprobios, renovados en sus ansias de dominio absoluto, empeñados en profundizar
la brecha con los postergados, desatarán otra vez sus furias insaciables de
poder.
Curiosa
institución la Iglesia, también alcanzada por la división de clases, donde se
escenifica la vida de prerrogativas y exclusiones, al tiempo que se dice alabar
a quien, justamente, combatía esos estigmas. Los dueños del Poder y sus
adláteres siempre sentados en primera fila, mientras detrás, parados, observan
esas parodias algunos de los marginados de los beneficios que, gracias a sus
esfuerzos, obtienen los privilegiados.
Como es
lógico, no está allí el espíritu al que tanto claman. Habita lejos, en medio
del fango de los barrios pobres, rodeando a los que sí lo sienten, por ser sus
iguales. Reside en las palabras sencillas y honestas de algún cura villero, que
vive en la misma miseria de sus feligreses.
Allí mismo, más
temprano que tarde, los creyentes y los no tanto, habrán de descubrir que sí es
posible transformar la vida, aquí mismo, en la Tierra. Entonces, seguramente,
un sudor frío comenzará a bajar por las espaldas de los malditos ladrones de nuestras
vidas, percibiendo el final de sus inventadas supremacías.
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