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El presidente da tres o cuatro entrevistas personales,
de a una, todas en Olivos, a Lanata, a Fantino, a canal 7 de Mendoza. Macri da reportajes
a periodistas que preguntan delicadamente, con cuidado, y que actúan a
interpelar con inteligencia cómplice a un hombre que se falta el respeto a sí
mismo. La representación hace agua e invita al espectador a retirarse, a irse
con bronca y rabia por haber asistido a una obra sin ensayo. Indudablemente
repasaron tres o cuatro líneas o ideas porque se repiten. Las respuestas no
sólo tienen la misma matriz, la misma estructura simple y letal, sino que las
palabras son las mismas una tras otra.
La metáfora de la caída en picada del avión sin instrumental es
leitmotiv, el caballito de batalla, la carta fuerte de esta serie de reportajes
reiterativos y aburridos para cualquier público despierto, despabilado o
somnoliento o aletargado o desinteresado. Es fuerte y violento asimilar que el
primer mandatario de nuestra Nación repite frases simples trabándose porque
pretende simular novedad, inteligencia y espontaneidad.
Indudablemente la construcción bien pensada y bien macabra de un
relato que nos viene a contar que el gobierno anterior aparte de varios pares
de millones que se robaron y se llevaron en bolsos, se robaron también la
energía y la enterraron en malas políticas energéticas: mentiras. Relato
macabro que nos mantiene, a gran parte de la población, quietos, al resguardo
de nuestros pulóveres, bufandas, tres medias por pie, dos guantes por mano y un
par de colchas para estar a las 7 de la tarde en casa tomando mate cocido
porque hace frío, mucho.
Entonces no tomamos medidas de fuerzas ¿por qué? entre otras cosas
creo, porque la ingeniería de colonización cerebral caló profundo, bien
enhuellada en el callo hipotalámico dónde quedan grabadas marcas difíciles de
revertir. Entonces: ¿cómo protestar? ¿Cómo salir a la calle y exigir que
cambien sus decisiones político-económicas si la culpa de esta pobreza
desmesurada material y espiritual es de quienes ya se fueron y nos dejaron un
país en llamas?
Según la estrategia del gobierno actual si tenemos que protestar o
alzar la voz por alguna causa es para que se profundice la injusticia social,
la diferencia, para que la conchuda vaya presa sin pruebas. Nos armaron
discursivamente un relato psicosocial violento de tal magnitud que estamos a
punto de ofrecernos como sicarios para ir a Santa Cruz y clavarle un pingüino a
la yegua resentida que mejor no nombrar.
Tan hipócrita y falaz es la estrategia que tienen la valentía para
sostener públicamente, y como si fuera una concesión (un favor desmerecido pero
que nos lo hacen igual) que ya no hay que culpar al gobierno anterior, que hay
que dejar de lado la pesada herencia. Es momento de empezar a hacer sobre las
ruinas, construir sobre la devastación, generar empleo a fuerza de dejar en la
calle a 160.000 trabajadores, caminar hacia la pobreza cero con casi 5.000.000
de personas que pasaron a ser esa detestable palabra que perfora el buen
sentido y destruye la posibilidad de la igualdad: pobres.
Estoy y creo que muchos de nosotros estamos bien calientes. Porque sus
argumentos no nos convencen, porque intuimos que nos están engrupiendo, que nos
cantaron falta envido con veintidós, que los que perdemos con las medidas que
toma el peor equipo de gobierno de nuestra historia somos el grueso de la
población argentina. Mientras que los que ganan mucho, el 1 por ciento de la economía
nacional, es decir, muy pocos, ganan concentradamente.
Y mientras la biyuya se fuga, hay cortes de luz en todo el país.
Hoy 75.000. Nadie lo cuenta, las redes silencian o hablan de Macri-Tinelli.
Nosotros, el grueso de la población, nos tenemos que esforzar, y si se nos
ocurre protestar, esos elementos del discurso que habíamos casi olvidado y que
Bullrich, ansiosa, volvió a instituir en nuestra cotidianeidad: las boinas, las
botas, los bastones y las balas pasan de la palabra, del discurso, a la piel.
Son las llagas legales de la represión estatal.
En este nuevo relato no importa si tenés 2, 3 ó 4 hijos y pudiste
(semi-desempleado, o sin laburo, o precarizado por debajo de la inflación)
comprar algún litro de leche o algún kilo de carne. No les importa nuestro
morfi (nuestro caro alimento) pudriéndose en la heladera. Es más importante
para Macri & Co. convencernos que si no pagamos su corrupto y caprichoso
tarifazo, no tenemos energía.
Hace dos semanas que en algunos barrios de Derqui cortan la luz
a eso de las 19 hs. y vuelve ya muy de madrugada. Hay barrios de Derqui que le
cortaron la luz hace muchos días y no volvió. En Derqui, no sólo en Pilar
(no es algo que me enorgullezca como derquino) hay mucho country o barrio
privé. Lo llamativo es que en esos selectos ombligos del mundo la leche, la
falda parrillera, mmmm, bueh, el yogurt, la manteca, el pollo y las verduras se
mantienen fresquito y freezados porque paradójicamente en esos barrios no se
corta la luz. Será una cuestión de fase o de clase,
No sé, pero pasás por ahí cuando en tu casa escribís sobre papel con
una vela y están al resguardo de reflectores potentes y paredes electrificadas
para que ni los mirés (lo raro es que más serio o menos serio, análisis
profundo o liviano a cualquier lectura que señale estas injusticias se las
tilda fácilmente y con gran pregnancia social de resentidas. Venga, hoy soy un
resentido social, o un resentido energético).
Entonces sí. Da para calentarse, da para gritar como loco, como acabo
de hacerlo para vergüenza de mi hija y para enojo de mi compañera, en la calle,
sólo, con lluvia y a oscuras, un rato aunque sea, para sacarse un poco de rabia
y ver si algún vecino sale de la oscura frialdad de su casa y me tira un “che,
loco del orto, ¿prendemos unas maderas, o gomas para darnos calor y de paso
cortamos la calle?”. Porque si no grito, la estafa pasa de repugnante a
vomitiva.
Lo raro no es que no salga ningún vecino a tirarme un fósforo para
arrancar el fuego o un piedrazo para romperme la cabeza, lo raro es cruzarse
con compañeros, con amigos, con algo parecido a un camarada, esos
con los que hacés codo a codo tu día y el día de ellos, macrista o
antimacrita, peronistas o ateos, revolucionarios o anarquistas y que me pidan
calma, mesura o comprensión, no sea que se nos ofenda la Virgencita de Caacupé.
Escucho decir que estoy muy caliente y que así, con violencia, o pensando
en un viejo concepto: vanguardia, no vamos a llegar a nada.
Entonces ya está, ya nos convencieron con su violencia legitimada por
ese discurso falaz de que ni siquiera podemos calentarnos, porque hay que
ahorrar energía: “la rabia que tenés transformala en algo positivo porque ellos
hacen esto porque son boludos, están aprendiendo”. No. Son violentos,
conscientes y nos creen parias de un dejo de voluntad que se va amasando para
demostrarnos que sí debemos entenderles, escucharlos y refutarles con la mayor
consistencia posible su atropello devastador de dignidades y derechos.
Mientras escribo con una velita porque me olvidé de comprar grandes rancheras,
no me siento ni romántico ni medieval, siento bronca y más bronca porque no les
creo nada, no les creí desde principio, igual que vos y vos y vos, porque somos
un montón para arrancar el fuego de nuestro corazón y el de la calle, el que
corta flujos y le avisa al vecino que los que hoy nos gobiernan no son ni
ingenuos, ni estúpidos, ni bobos, ni Macris, ni inocentes, ni están
aprendiendo.
Son perversamente violentos, genuinamente voraces y ambiciosos. Están
bien asesorados y preparados para arruinarnos la calma, quebrar la organización
popular con protocolos antiderechos, desgastar nuestra solidaridad para
convertirnos en individuos temerosos, egoístas, indiferente, sociofóbicos,
inactivos y para mantenernos encerrados en nuestras casas sin capacidad de
reacción, obedientes y mansos.
Quienes me quieren me recomiendan que no grite, que no me enoje, que
no hable, que no diga, que no comparta, que cuidado. Quienes construyen conmigo
me recomiendan estrategias de calma y quietud. ¿…?
Es increíble que tres o cuatro reportajes con el mismo e idéntico
contenido y un corte de luz provoque tanto malestar en mi cultura. Es increíble
ver a nuestro presidente ante cuatro periodistas diferentes que le hacen veinte
preguntas diferentes cada uno y escucharle repetir las mismas infantilidades y
encima, después ver a cinco ó seis periodistas entrevistar a Cristina Fernández
y escuchar que para 6 preguntas tiene explicaciones como para publicar un libro
serio, académico y recomendable hasta para politólogos de la nueva escuela
francesa de dinámica social emergente en países subdesarrollados, si existiera
tal escuela. Es increíble gozar (de la misma manera que Caras se imaginó a
Cristina gozar) con un discurso de la ex presidenta sin tenerle ningún afecto
especial, y encima, empezar a extrañarla.
Es increible que de ese combo salgan dos o tres páginas mal escritas.
Pero acá están. Ahora, camarada ¿en dónde estás vos para asirte de mi rabia y
asirme de la tuya y convertirla en calle, en lucha y en Victoria? Porque ya no
aguanto más. Y si vos aguantás decime como hacés, aunque sea para
colaborar con mi salud mental.
*Publicado en Nuestras Voces
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