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Decretar aumentos colosales,
mal calculados y aplicarlos al gas cuando empieza el invierno no fue un error,
fue un acto de desprecio. En general las medidas de este gobierno impactan así
en la piel de la gente. Sobre los derechos humanos acumula varias, como cuando
Macri dijo que iba a acabar con el curro de los derechos humanos o cuando el
minúsculo ex secretario de Cultura de la CABA dijo que la cifra de los 30 mil
desaparecidos había sido inventada para cobrar indemnizaciones. El ministro de
Hacienda pidió perdón por la nacionalización de YPF a empresarios españoles que
están presos en España y que vaciaron la petrolera. Pero allí lo superó el
mismo presidente al intentar meterse en la cabeza de los próceres y decir que
seguramente “sintieron angustia por España” al liberarse de ella. En lo social
es una atrás de otra. “Si andás en pata y en camiseta en invierno, quiere decir
que estás derrochando” fue la más reciente de Macri, o sea, sólo los ricos como
él pueden andar en pata y en camiseta en invierno. Pero antes habían dicho que
el kirchnerismo engañó a los “empleados de nivel medio” al hacerles creer que
con su salario podían comprar “un plasma, un celular y viajar al exterior”. De
ese tono hubo de sobra, alguno de la vicepresidenta Gabriela Michetti. Y el
miércoles en la Bolsa de Buenos Aires, Macri se incluyó entre los que negrean
plata. “Ya no vamos a tener que ocultarnos” dijo, suelto de cuerpo, para
explicar las bondades del blanqueo que propicia. Es impúdico que lo diga un
presidente que tiene empresas offshore, de las que se usan para “ocultarse”,
evadir y negrear.
No son declaraciones habituales en la política. No las diría un
gobierno radical o peronista de derecha. No están tamizadas por la política, se
expresan como una derecha militante aunque está dicho con la parsimonia de
abuelito conservador. Sin filtro, sin vergüenza, sin sensibilidad.
No son furcios, hablan así porque piensan así y no se dan cuenta de la
violencia que transmiten, o se dan cuenta y no les importa. Cualquiera de las
dos. Esas expresiones tienen una fuerte coherencia interna. Y su gozosa
exposición pública tiene un motivo. Macri ha sido aún más expresivo en las
exposiciones que realizó ante empresarios extranjeros durante su reciente gira
por Europa y Estados Unidos. Se presenta como el Fidel de la derecha. Y su discurso,
reivindicador de algunos clásicos que la derecha prefiere ocultar en todo el
mundo, es una forma de mostrarse como el caudillo que derrotó al populismo sin
ocultarse. Su victoria es la de una derecha que no tiene vergüenza y que gana
votos. Una derecha que puede hablar de ajuste, despido, tarifazo, austeridad,
autoridad y ganarle en las elecciones a gobiernos que promovieron medidas
“populistas”. Macri se presenta como líder de una revolución restauradora
derechista que puede llevar esperanza también a otras geografías. “Se puede
derrotar al populismo”, agita. Por eso reclama a los grandes empresarios y
financistas del mundo que lo apoyen.
En esas declaraciones rigurosamente clasistas se compagina el relato
épico de Macri y su gobierno. Es el relato del dirigente que sacó a la derecha
del clóset de barrios ricos y la hizo tan popular como una rockstar. Si no se
cuenta al fascismo y al nazismo, la derecha no ha tenido un relato épico. Macri
siente que ahora lo encarna en plenitud con la derrota que le infirió al
kirchnerismo en las urnas y con esa seguidilla de formulaciones provocativas
que buscan profundizar la hegemonía ideológica abiertamente de derecha.
Es una apuesta difícil. Un sector de la derecha en Argentina tiene esa
vocación extremista. En su versión autoritaria, la dictadura de Videla innovó
con su estrategia masiva de secuestro-tortura-desaparición que aplicó en forma
masiva. En su versión democrática, el macrismo busca su consolidación con un
discurso clasista que la derecha de todo el mundo evita y que en Argentina
siempre tuvo que travestirse como una parte del radicalismo o del peronismo. No
es una exageración: en el desfile del bicentenario confluyeron esas dos caras
de la derecha franca: el gobierno de Macri y los que todavía reivindican a la
dictadura. Escuchar las declaraciones de algunos de los que desfilaron o
asistieron al desfile producía escalofríos. Y Macri consagró esa confluencia
por la “reconciliación” nacional.
Durante La noche del apagón, en 1976, secuestraron a 400 personas de
Ledesma, Jujuy, por pedido de los Blaquier, dueños del Ingenio, según
denunciaron los vecinos. Ahora Blaquier ordenó al gobernador radical Gerardo
Morales, que destruya a la Túpac Amaru, la organización que impulsó el juicio
de Blaquier por aquella represión. Morales ganó con la boleta de Macri. Hay una
convergencia de historias de la dictadura y el macrismo. El jueves, el
gobernador Morales mandó reprimir en forma salvaje a los trabajadores del
ingenio de los Blaquier y dejó numerosos detenidos y 80 heridos. Ese mismo día
encarceló a Raúl Noro, esposo de Milagro Sala. El macrismo de Morales devolvió
a la provincia las viejas prácticas de las dictaduras junto a la presencia
ominosa del apellido Blaquier.
El masivo y extendido cacerolazo del jueves fue ignorado por los
medios oficialistas, o sea la mayoría de los medios. Fue editado en un segundo,
tercer o cuarto nivel. En primera plana estuvo López hasta el cansancio.
Mientras transcurría el ruidazo o cacerolazo, Canal 13 hacía el centésimo
informe sobre López. El tarifazo provocó la unificación de todos los
intendentes del peronismo, unificó a la oposición en el Senado y provocó otra
movilización contra el gobierno, pero los medios oficialistas y sus periodistas
emblemáticos no se dan por aludidos.
En vez de organizar una sola concentración, las multisectoriales
hicieron miles de convocatorias en todo el país. No hubo fotos de grandes
multitudes como las del acto del kirchnerismo en Comodoro Py o del movimiento
obrero en el monumento al Trabajo. Los organizadores priorizaron la
participación de los vecinos en sus barrios antes que el efecto de las fotos
multitudinarias. Los medios oficialistas aprovecharon esta modalidad para
desvalorizar la movilización. Pero lo real es que, con frío y con lluvia,
centenares de miles de vecinos participaron en las esquinas de barrio en todo
el país, incluso en los pueblos más chicos. “La izquierda protestó contra el
tarifazo”, confundía el zócalo de TN mientras mostraba poca gente en el
obelisco, antes de que empezara la protesta.
El cacerolazo anuncia el fin de una etapa en la que el gobierno se
sostenía con el discurso de “la pesada herencia” y con el show mediático de la
corrupción k. Ese discurso se está agotando. El gobierno cree que el caso López
terminó de hundir al kirchnerismo porque supone que permite generalizar. Pero
en realidad es al revés: de los innumerables casos de corrupción denunciados,
López es el único comprobable e indiscutible. Es diferente a los demás. En vez
de permitir la generalización, López acentúa por contraste el hecho de que en
todos los demás no se pudo lograr una prueba irrefutable. Si hubo una
corrupción desaforada como la que denuncian los medios oficialistas, tendría
que haber más López y no decenas de casos en permanente discusión en tribunales
con jueces y fiscales totalmente parcializados o condicionados por la masiva
campaña mediática y por el gobierno.
Los medios oficialistas insisten con el show de la corrupción k porque
no encuentran aspectos del gobierno que habiliten un discurso reivindicable.
Esa práctica arrastra a los funcionarios de la Justicia a prácticas
repugnantes, como la difusión de las fotografías del dinero declarado que
estaba en las cajas de seguridad de la hija de Cristina Kirchner. La misma
Florencia Kirchner había solicitado al juez Julián Ercolini que ratificara el
contenido de las cajas, “para terminar el show mediático”, que fue lo que
insólitamente promovió el juez.
Frente a la gran protesta contra el tarifazo, la campaña mediática es
cada vez más débil. Los funcionarios ya no usan la letanía de “la pesada
herencia” que repitieron durante los primeros meses porque ya no suena como
explicación sino como justificación. Sienten que ya está gastada, que perdió
fuerza. Es una etapa que se va cerrando. Para sostenerse, Macri deberá ensayar
ahora su propio relato. Tiene la colaboración de los medios oficialistas y de
sus periodistas emblemáticos que tratan desesperadamente de insuflarle carisma
y credibilidad, de ocultar los límites y maquillar los desastres y denigrar a
sus adversarios. Aún así, hasta en sus lectores, la imagen de Macri es que
gobierna para los ricos. Y las frases que quedan en el imaginario colectivo
para identificar a su gobierno son las más provocativas, las más ideológicas y
menos políticas. Con ese perfil deberá alimentar las expectativas que aún
mantengan quienes lo votaron.
*Publicado en Página12
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