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Mucho se ha dicho sobre el
relato vinculado a la política. A favor y en contra. Para criticar al oponente
o para defender lo propio. Es evidente que más allá de las especulaciones toda
acción política necesita de un relato. Pero éste no es más que una parte
–seguramente importante, pero apenas una parte– de la cultura, entendida ésta
como una realidad mucho más compleja y amplia que abarca el conocimiento, las
creencias, también las normas, la moral, las costumbres y todos los hábitos y
habilidades adquiridos por el sujeto como parte de una sociedad que lo
contiene. Por ese mismo motivo, la cultura es un escenario de lucha política y
simbólica por el poder.
Siendo importante, limitar la disputa apenas al relato –entendido como
una forma de narrar los acontecimientos políticos desde una determinada
perspectiva– puede inducir a una simplificación y distraer de las cuestiones de
fondo. Detrás de cada relato hay una manera de entender el mundo, principios,
valores, una forma de comprender los derechos y, sobre todo, una concepción del
sujeto que vive en sociedad y de las relaciones que se establecen en la
comunidad. La cultura no puede entenderse apenas como las artes, el espectáculo
o las ciencias, un reduccionismo pretendido por cierta mirada liberal. La
cultura es la forma de ser y estar en el mundo.
El macrismo se presenta a sí mismo con la pretensión de introducir un
cambio cultural. Lo dicen sus voceros oficiales y lo reafirman los periodistas
que actúan como tales.
¿Cuáles son entonces algunos de los puntos que pueden ser centrales
pero no únicos de ese cambio cultural propuesto?
- La democracia. Puede afirmarse que la democracia es
una forma de organización social y de gobierno que se apoya en el presupuesto
del poder ejercido por el pueblo a través de mecanismos de participación en la
toma de decisiones políticas. El pueblo ejerce el poder a través de todos los
organismos y poderes del Estado y por medio de sus representantes. No hay democracia
entonces cuando se violan las leyes, se atropellan los mecanismos
institucionales –sin importar que esto se haga con subterfugios legales– o se
usa la fuerza –física y simbólica– para acallar las diferencias. Quien llega al
gobierno mediante el voto popular traiciona el mandato y pierde legitimidad
cuando con sus acciones atenta contra el sentido esencial de la democracia.
- Integralidad de derechos. La democracia está también
indisolublemente unida a vigencia plena de derechos. Derechos sociales, económicos,
políticos, culturales. Lo anterior tiene que verificarse en la práctica, es
decir, que no basta con declamar “pobreza cero” si actúa en contrario. La
vigencia de derechos supone también igualdad de posibilidades de acceso a los
bienes y a las oportunidades, tomando en cuenta que no todos los ciudadanos
cuentan con las mismas condiciones de base. El Estado, actuando como actor
protagónico y responsable de la solidaridad social, debe garantizar tales
derechos. Lo que el Estado haga en este sentido no es una dádiva, un beneficio,
una ayuda o una caridad. Es restitución de derechos. Quienes reciben este apoyo
no son beneficiarios, sino titulares de derecho. El PRO y Cambiemos no lo
entienden así. En el Ministerio de Desarrollo Social se está desterrando la
palabra derechos para sustituirla por ayuda y quienes reciben aportes dejaron
de ser interlocutores o titulares de derechos para volver a ser beneficiarios.
La caridad no obliga al Estado sino que lo hace generoso. Los derechos son
imperativos.
- Los derechos humanos. Darío Lopérfido, el ministro de
Cultura porteño, encarnó de manera patética el perfil del cambio cultural que
el PRO pretende hacer en esta materia. Discutir el número de los desaparecidos
en la Argentina es una provocación que intenta minimizar el genocidio cometido
en el país por la dictadura cívico-militar. Como para no dejar dudas Lopérfido
aseguró que “la Argentina es un país con una historia violenta, pero no más
violenta que otros países”. Sus afirmaciones apenas tuvieron una tímida aclaración
del secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, para señalar que “el
gobierno nacional no comparte los dichos de Lopérfido”. Mientras Cecilia Pando
aplaude a Lopérfido, el presidente Macri –que no tiene tiempo para recibir a
los organismos de derechos humanos– no consideró que debía pronunciarse sobre
el tema. Otra reafirmación de que esta visión es parte del cambio cultural
propuesto, en línea con el editorial de La Nación publicado al día siguiente de
la elección de Macri y de las decisiones casi secretas del Poder Ejecutivo
desfinanciando programas, organismos y organizaciones que han custodiado la
vigencia de los derechos humanos. El relato dice que los “derechos humanos son
un curro” o que “solo sirven para proteger a los delincuentes y descuidar a las
víctimas”.
- Individualismo vs. solidaridad social. No hay
democracia sin solidaridad social. Y esta se plasma en condiciones de vida
dignas que bien podrían sintetizarse en la tres T propuestas por el papa
Francisco y convertidas en eslogan de muchos movimientos sociales en el mundo:
Techo, Tierra, Trabajo. Como parte del cambio cultural el macrismo pretende que
alcanzar este horizonte depende pura y exclusivamente del esfuerzo y del mérito
individual, como si no existiesen condiciones sociales, económicas, políticas y
también culturales que condicionan el desarrollo de las personas y coartan sus
posibilidades. Para esa mirada basada en el individualismo da lo mismo nacer en
cuna de oro que en una familia pobre. Y así, parte del cambio cultural
propuesto es presentar historias de vida (cierta catequesis católica hablaba de
“vidas ejemplares”) proponiendo como ejemplo a quienes se superan y triunfan
venciendo todas las adversidades exclusivamente por sus propios méritos y
esfuerzos. Enorme falsedad y mentira cultural. La estrategia de comunicación
del macrismo ya tiene en marcha la producción de piezas audiovisuales con estas
características. El relato acompaña: “No está bien quien no lo quiere o no lo
intenta” o “son pobres porque no quieren trabajar”. Y se estigmatiza a los
empleados del Estado por vagos, ñoquis o militantes.
Se podría seguir engrosando la lista de temas. Con los mencionados
parece suficiente por ahora para sostener la idea de que el relato es apenas un
soporte o un recurso que pretende viabilizar un cambio cultural mucho más
profundo, sustituir valores, modificar en sus raíces cuestiones –como la
perspectiva de derechos– que se habían arraigado en la cotidianidad de los
argentinos. Se entiende entonces que para hacerlo hay que desterrar la política
–como sostiene el ideólogo macrista Jaime Durán Barba– y demonizar la
militancia como si fuera una peste (o una grasa... para usar la terminología
del ministro Prat-Gay). Porque la política es la forma de canalizar, demandar y
producir acciones para gestionar intereses y necesidades disímiles en la
sociedad. Prescindir de la política es la manera directa de reforzar el dominio
de los más fuertes en cualquier ámbito y sentido.
También hay que señalar que una de las principales características de
la cultura –si no la principal– es poner en evidencia la capacidad de
adaptación de los individuos a los cambios. Por convicción o por fuerza o
rigor. La estrategia del macrismo pretende adaptar a la sociedad a una nueva
perspectiva y para ello utiliza un método que combina ambos factores:
estigmatizar la política, vaciar la democracia de los derechos que le dan
sentido e imponer condiciones materiales con el máximo rigor (despidos,
represión, bloqueo informativo y negación de la pluralidad). Cambiemos... o
cambiemos.
Estas son algunas de las bases del cambio cultural que se intenta. La
lucha político cultural no es apenas por imponer un relato. Es para eliminar de
cuajo los derechos conquistados y hacerlo sobre la base de un relato que
presente todo como “natural” y “justificado” bajo pretexto de acabar con “la
pesada herencia”.
*Publicado en Página12
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