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El programa de restauración
neoliberal se ha puesto en marcha con una velocidad inusitada. La transferencia
masiva de ingresos hacia los sectores más poderosos de la sociedad que se
consumó con el quite de retenciones y la megadevaluación –a lo que pronto se
sumará el tarifazo en los servicios de luz, gas y transporte–, el intento de
suprimir la división de poderes introduciendo empleados del Poder Ejecutivo en
la Corte Suprema, la redefinición pro Estados Unidos de nuestra política
regional producida por Macri con su ataque al gobierno legítimo de Venezuela y
el avasallamiento institucional contra dos agencias, la Afsca y la Aftic,
creadas por ley como organismos autárquicos, conforman un cuadro de cambio
vertiginoso de la situación política argentina. No hubo campaña de miedo en los
días previos al ballottage, hubo un alerta a la sociedad, cuya pertinencia está
siendo duramente demostrada: el macrismo es una nueva manera de presentarse del
viejo proyecto oligárquico de dominación. Claro que la nueva manera tiene una
extraordinaria significación histórica, puesto que consiste principalmente en
su acceso pacífico y democrático al gobierno nacional.
El resultado del ballottage fue concebido por la derecha como el punto
de partida de una contrarrevolución legal. Es decir, se terminó el verso de la
alternancia, el diálogo y la activación del Congreso. El mensaje parece ser: todo
eso está bien pero tiene una condición previa, la de extirpar la enfermedad
populista; vamos a fondo contra la ley de Servicios de Comunicación
Audiovisual, despejamos los medios públicos de voces críticas, controlamos a
través de la pauta oficial a aquellos medios privados que no están totalmente
articulados con el macrismo y tomamos las medidas más enérgicas del cambio de
rumbo económico, con el Poder Judicial como reaseguro legal y constitucional de
última instancia. Es decir, apuntamos a las bases materiales y culturales del
populismo; solamente desde ahí se puede construir la nueva Argentina.
Hasta aquí las enormes e inéditas ventajas que provee a la derecha el
origen democrático de su poder político. Son ventajas temporales, claro, pero
no hay nada más político que una ventaja de tiempo. Cuando se especula sobre la
posibilidad de que un determinado proyecto se afirme o no, estamos hablando de
tiempo. O mejor dicho de tiempos distintos que se articulan y conforman una
coyuntura política. Macri utiliza “su tiempo”, el de las expectativas sociales
que todo cambio de gobierno abre, para producir hechos cuya significación se
proyecta fuertemente hacia el futuro porque crea nuevos contextos, nuevas
realidades. Las reglas de juego institucionales, por su parte, constituyen otro
tiempo; el tiempo que dice que cada dos años se renueva el Congreso y cada
cuatro años el poder ejecutivo. Y el tiempo institucional dice que en medio de
esas definiciones que hace el pueblo como electorado, existen modos de organizar
la diferencia y el conflicto que tienen su vértice en las decisiones que toman
los tres poderes de la república. Puestas estas abstracciones en la actual
escena quiere decir que entramos en el tiempo en que el sistema político –las
bancadas parlamentarias, los partidos, las coaliciones, los movimientos
sociales, la opinión popular– se constituye como la arena en la que se
resuelven los conflictos. Se está empezando a discutir cómo se construye el
dispositivo político de la derecha en el gobierno y cómo se articula la
oposición al proyecto político gobernante.
El gobierno y sus aliados parecen haber radicalizado su interpretación
del hecho kirchnerista como accidente histórico, como aventura de grupos
minoritarios aupados tramposamente en la tradición del peronismo y legitimados
por la profunda crisis de principios de siglo, como captura de la renta estatal
sobre cuya base se construye una falsa militancia capaz de reproducir
incondicionalmente un relato construido en las alturas. La interpretación no es
ni cierta ni falsa porque no es una hipótesis científica sino una apuesta
política; la cuestión es entonces si la interpretación logra o no logra
imponerse políticamente. Que esta descripción de los años del kirchnerismo se
imponga significaría que el peronismo se incorpore orgánicamente a un juego
político en el que la oposición es eso, una oposición. No es una alternativa
orgánica al proyecto de país de quienes ejercen el gobierno que como tal
defiende las conquistas alcanzadas y se enfrenta a los planes de restauración,
sino que es un partido que reconoce la nueva realidad, se adapta a ella y
establece tácticas y estrategias adecuadas para volver a administrar el país
bajo las nuevas condiciones creadas por el neoliberalismo. La apuesta central
es por la normalización del peronismo que es otra forma de hablar de la
extirpación de la enfermedad. Hay mucha plata, muchas ventajas, muchas
oportunidades en esta nueva Argentina para quienes participen en el proceso de
normalización nacional que ha comenzado. Y muchas amenazas claramente
formuladas para quienes rechacen la propuesta normalizadora: el “protocolo” de
respuesta oficial a la protesta popular ya se presentó en sociedad con la
brutal represión a los trabajadores de Cresta Roja. El Congreso, y particularmente
el Senado, será dentro de poco tiempo el escenario más visible del intento.
Macri abrirá una amplia negociación con un conjunto de provincias gobernadas
por el peronismo en la que intentará intercambiar ventajas particularistas por
apoyo parlamentario. Será sin duda uno de los procesos dignos de ser seguidos
con mucha atención.
También se abre la escena institucional interna del peronismo, la
renovación de sus autoridades. Es una cuestión clave para todos los actores
políticos, particularmente para el gobierno. Como se sabe, los límites
estatutarios de la pertenencia al Partido Justicialista son sumamente borrosos.
¿Pertenecen, por ejemplo, Massa, De la Sota y Rodríguez Saá al PJ? No está muy
claro. Pero lo que sí está claro es que eso no se definirá en términos de la
hermenéutica de los estatutos partidarios sino en una mesa de negociación en la
que se apostará fuerte de todos lados. Habrá una ofensiva “normalizadora” del
PJ en clara sintonía con la necesidad de Macri de contar con una oposición
complaciente que, como el tero, grite en un lado y ponga los huevos en otro.
Esta estrategia tiene a su favor el peso del gobierno nacional y su capacidad
de premiar a quienes jueguen a su favor. Desde el punto de vista del cinismo
político que se hace llamar realismo parece la mejor opción disponible para
buena parte de los jefes provinciales y locales del justicialismo. Pero si todo
se resolviera con recursos y desde arriba, la política sería muy fácil; y no es
el caso. Aquí se trata de la reorganización de una fuerza política que tiene un
“otro” muy claro frente al cual colocarse, que es el macrismo. Y no se trata de
una vaga referencia identitaria ni una marca ni un color de los globos sino de
una maquinaria política que redistribuye ingresos hacia arriba y establece un
gobierno directo de las grandes corporaciones multinacionales y locales. En ese
sentido, Macri no ayudó mucho a sus amigos en el justicialismo. No les dio una
tregua ni pagó un rescate populista, fue por todo y muy rápido. Probablemente
los tiempos del brutal ajuste macrista se superpongan con el proceso de
activación parlamentaria y de reorganización justicialista. Habrá que ver cuál
es el margen de maniobra que el poder económico pueda facilitar al presidente
para morigerar durante un tiempo las inevitables secuelas regresivas de la
nueva orientación estatal y consolidarse en su lugar.
Se trata de un cruce temporal dramático como empezó a insinuarse en
estos días. No funcionó ninguna tregua. Hay un estado de alerta de hecho en el
mundo sindical y social. Hay una reactivación de las redes de autoconvocados y
un grado de movilización callejera de lucha contra las medidas de gobierno que
no tiene antecedentes en los primeros días posteriores a su asunción. Desde
algunos intérpretes de la política esto aparece como la acción de grupos
minoritarios; “minorías intensas” se apresuran a decir mostrando credenciales
de politólogos algunos comentaristas. La noción está mal empleada: las minorías
intensas son grupos de presión y de acción en defensa de intereses particulares
o sectoriales. Cuando un grupo de la sociedad sale a la calle enarbolando un
proyecto orgánico de sociedad estamos en presencia de otro fenómeno. Podríamos
hablar de otro “partido” en gestación. Nunca más oportuna la discusión del tema
cuando en España un partido (Podemos) que nació en una plaza se convirtió en
las últimas elecciones en un actor central de la política. Claro que el
“partido de la plaza” argentino no está naciendo en un vacío de representación.
Todo lo contrario, es inconcebible sin la experiencia kirchnerista, de la cual
es heredera aún cuando lo sea críticamente. Y esa herencia crea fortalezas y
también problemas políticos a resolver. No existe la posibilidad de que esa
fuerza se desarrolle al margen del kirchnerismo que es, por otro lado, una
experiencia surgida en el interior de los avatares del peronismo. Es decir que
un partido callejero y de redes sociales que intente crecer desde el vacío
político e institucional es una perspectiva que puede terminar facilitando el
operativo macrista de captación del peronismo para una oposición amable y
sensata. La fuerza de la plaza y la fuerza institucional, partidaria y
parlamentaria de quienes se oponen al giro neoliberal es un mismo sistema de
fuerzas que interactúan y se condicionan mutuamente. La calle tiene que ser un
límite para la reacomodación burocrática del peronismo y quienes en el interior
del justicialismo sostienen el proyecto alternativo al neoliberalismo tienen
que encontrar canales y formas nuevas de interacción con el nuevo actor
político que está en formación. La pretensión de crear una nueva etapa del
movimiento popular con prescindencia de las fuerzas existentes conduce al
aislamiento. La pretensión de ningunear a los miles que se movilizan, a la hora
de emprender rumbos y tomar decisiones puede hacer colapsar una representación
política. Es una hora que exige mucha audacia y mucha inteligencia política.
*Publicado en Página12
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