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En su discurso en el Encuentro
de Líderes Mundiales sobre Igualdad de Género realizado en Nueva York hace una
semana, la presidenta argentina dijo que muchas veces las críticas que se les
hacen a las mandatarias mujeres no son críticas políticas sino críticas
sexistas. El debate pasó de largo en la agenda periodística, pero todos sabemos
que en muchas oportunidades esas críticas sexistas provinieron y provienen de
boca de mujeres. Lo sabemos porque esas críticas sexistas no sólo se leen o se
escuchan o se ven por televisión, sino que se esparcen por un amplio sector de
la sociedad al que la personalidad de CFK le da como una urticaria, y ellas
mismas, con sus boquitas pintadas, expresan abiertamente que “no la aguantan
más”.
Algo que también pasó de largo fue la oración que le seguía a la muy
meneada sentencia de Mirtha Legrand, cuando calificó a la Presidenta como
“dictadora”. Pasó de largo incluso en el editorial aparentemente reivindicativo
de la señora de los almuerzos que publicó el diario La Nación este miércoles,
en el que no sólo se refrendaba y celebraba la definición de Legrand, sino que
se instaba a abonarla, a tomarla como ejemplo de la libertad de expresión que
presuntamente está siendo retaceada en la Argentina, y a tal punto retaceada,
que esta semana la compañera de fórmula de Macri, Gabriela Michetti, inauguró
su campaña prometiéndole a la sociedad, precisamente, libertad de expresión. Es
aburrido, recurrente, insoportable tener que estar argumentando una y otra vez
que Legrand puede decir lo que se le antoje, como cualquiera, pero que como a
cualquiera que hace uso de la palabra pública, se le puede contestar. “Pensar
distinto” incluye pensar distinto a Legrand y a La Nación.
Digo que el editorial era “aparentemente” reivindicativo de Legrand,
porque en realidad lo que defendía no era exactamente la figura de la
conductora, sino el hecho de decirle “dictadora” a CFK. La nota no instaba a
llevarle rosas rococó a la Señora, sino a repetir “vivimos en una dictadura”,
en un juego retórico que pretende generar hechos políticos de un modo tan
trillado y transitado en este país y en esta región que ya, otra vez, da pereza
argumentar en contra. Los dueños del diario La Nación conocen igual que un
pequeño sector de este país la contracara de una dictadura de verdad, porque
son los que no sólo no fueron perseguidos, sino que fueron premiados con
negocios que todavía se investigan por haber callado puntillosamente en los
años en los que no hubo libertad de expresión, ni derechos políticos, ni
Parlamento, ni soberanía popular, y porque no hubo nada de eso el terrorismo
Estado asesinó a miles de personas.
Para volver sobre el sexismo en relación a la política, es una pena
que la frase de Legrand haya quedado encubierta, porque en el breve desarrollo
de su justificación para calificar a CFK como una “dictadora”, la conductora
televisiva decía: “¿No viste cómo trata a los ministros? ¿Cómo manda a todo el
mundo? Es mandona”. Lo cual da una idea un poco más abarcadora de un
pensamiento, que no le pertenece a Legrand, que no lo ha inventado ella, sino
que subyace como moho en las paredes del patriarcado: una mujer al mando, y no
a través de la seducción de la rosa en la mejilla ni el mohín de bocucha frente
al celular, que son dos polos de la seducción femenina común y corriente
admitida, es revulsivo. Que una mujer ejerza de lleno el poder –en este caso
devenido de una amplia mayoría electoral–, y que encima a ese ejercicio le
añada el rol de conducción política es todavía tabú.
Aunque a Mirtha Legrand y a Hugo Moyano los separan culturas,
procedencias, modos de pensar y unas cuantas cosas más, en este sentido
confluyen. La chicana despectiva más recurrente en Moyano hacia el candidato
del Frente para la Victoria es “pollerudo”. Esa es una crítica sexista por dos.
Señala que una mujer no puede conducir a un hombre sin que ese hombre sea un
poco menos hombre. Es una crítica que habla de los hombres y de las mujeres,
del lugar de cada uno en relación al poder. Lo que se desprende de esa chicana
es pura cultura sexista. Dice que el poder es masculino, y que el hombre debe
conducir a la mujer.
Fue crítica sexista aquel “doble comando”, que la hacía a ella, cuando
todavía vivía Néstor, una depositaria de paso nepotista de un poder inmerecido,
porque por género se deducía que era improbable que “las ideas fueran de ella”.
¿Cómo iba a mandar ella? Mandaba él a través de ella. A ella, decía otra
crítica sexista, no le había dado la cabeza ni para recibirse de abogada, y por
eso falseaba el título. La Universidad de La Plata tuvo que desempolvar ese
título para que la crítica se acallara, pero una vez por año hay alguien que
vuelve a recurrir al argumento de que todo en ella es tan pero tan mentiroso,
que ni abogada es.
Fue crítica sexista aquella tapa de revista que la mostraba
caricaturizada en un goce, que no era sexual. El sexo es en los medios una
mercancía más. Se lo usa constantemente para vender. El goce del que hablaba
era, precisamente, el del poder. Otra vez el tabú. Un hombre que se muestre
seguro de su poder y de su rango, como un chimpancé alfa, en nuestra cultura da
seguridad, temple, ambición. Esos atributos son celebrados, cuando se trata de
poder, en los varones. En las mujeres se los celebra solamente en el ámbito
doméstico, cuando las reinas de la casa se comportan como es debido y se
brindan a los suyos.
Parte de lo que resulta revulsivo para algunos de la personalidad de
la Presidenta se puso de manifiesto el lunes, en su otro discurso, el de la Asamblea
de Naciones Unidas. La frontalidad para decir lo que quería en el ámbito con
mayor visibilidad posible, un ámbito caracterizado precisamente, como ella
misma y otros presidentes lo dijeron, por la hipocresía. Que la diplomacia sea
la manera civilizada, moderna y democrática de dirimir conflictos entre
naciones, no implica en absoluto que deba ser practicada con cinismo, ni doble
vara, ni mentiras. El pedido concreto al gobierno de Estados Unidos para que
blanquee si el ex agente Jaime Stiuso reside hoy en Estados Unidos bajo algún
tipo de protección gubernamental, o más precisamente bajo el amparo de los
servicios de Inteligencia para los que se ha denunciado que él trabajaba,
volvió a sonar a exceso. Es más bien a CFK a la que quieren ponerle mordaza. En
un hombre hubiese sido valentía. En ella, otra vez aparece la figura de ese
plus insoportable, descarado, insolente, que nuestra burguesía mediática se
ocupa de señalar con saña. Les pareció casi “irrespetuoso” ir a decir semejante
cosa “justo en Estados Unidos”.
Por supuesto que las críticas sexistas, que son analizables en éste y
otros ámbitos y que llueven tropicales sobre nuestras personas femeninas, son
aquí, en relación a CFK, un ariete, el más epidérmico y extendido, para generar
alrededor de la Presidenta ese rechazo dirigido no a sacar del juego a una
mujer cuyo estilo no les gusta, sino a una dirigente política que ha sido capaz
de resistir decenas de embestidas de todo tipo, pero que antes de terminar su
segundo mandato parece querer dejar en claro, con todas las herramientas
posibles, la embestida más compleja y oscura, la que terminó con la vida del
fiscal Nisman, de un modo que todavía no fue aclarado.
La madeja en la que Nisman ya se había enredado mucho antes de su
muerte es compleja y de una densidad que no tienen otros entuertos domésticos.
Hay otros jugadores, hay otros intereses, hay objetivos planificados en el
exterior, donde estaban las cuentas bancarias. Uno tiene todo el derecho del
mundo de sospechar que no era sólo Nisman el enredado en la tela de araña. Si
no, no se explica ni que la jueza Arroyo Salgado retacee información a esa
causa, ni que uno de los pontificadores de Nisman, el fiscal Marijuán, prefiera
que Stiuso permanezca tirado al sol con la investigación de Inteligencia sobre
el atentado a la AMIA desaparecida.
“Mejor que no lo encuentren, mejor para ella misma, porque ése sabe”,
opinaba una panelista televisiva esta semana. Una vez más, una mujer
subestimaba a otra mujer con ese irónico “mejor para ella que no lo encuentren,
porque ése sabe”. Lo están buscando para que diga lo que sabe. Hay voluntad
política para que ese hombre diga en sede judicial eso que sabe. En la ONU, la
Presidenta volvió a enmarcar el tema AMIA dentro del proceso de Memoria, Verdad
y Justicia con que se llevan adelante los juicios por delitos de lesa
humanidad. Para los que sacaron rédito de esos delitos, es más fácil pontificar
sobre las afirmaciones sexistas de Legrand, y apelar a estrategias discursivas
ridículas, que admitir que hay cosas que todavía no se saben, y que hay muchos
abocados a que no se sepa nunca.
*Publicado en Página12
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