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El valor de la palabra, el
contexto de la palabra Joder, los travestismos de la palabra, las debilidades y
sus fortalezas. De eso habló Cristina Kirchner el jueves. Porque Joder se puede
decir de muchas formas, hasta con humor. Pero la Presidenta lo dijo con pasión.
Joder quiso decir que una mala decisión electoral puede acabar con el trabajo
de doce años. “Un trabajo que me costó lo que más quería”, agregó en una zona
donde joder se mezcla con el sentimiento y pesa. Fueron las palabras de una presidenta
que salió al rescate de la palabra como valor, como compromiso. En su caso fue
el recuerdo de un Néstor Kirchner a marcha forzada las 24 horas del día de
todas las semanas de todos los meses de cada año. Un Néstor Kirchner soportando
la presión de los medios corporativos apenas asumió, la presión de Washington
por el ALCA, la presión del FMI y las potencias cuando negoció la quita de la
deuda, un emprendimiento en el que muchos habían sucumbido antes que él, un
Néstor Kirchner presionado por la corporación militar y por la corporación
judicial que cajoneaba las causas de derechos humanos. Un Néstor Kirchner que
soportó todo tipo de presiones hasta que el corazón no le dio más. Joder es la
palabra de la Presidenta para explicar que no se trata de un juego. Y que todo
ese esfuerzo no se puede ir por la canaleta de la memoria de una sociedad de
tranco corto.
El falso valor de la palabra como el falso gaucho Alfredo De Angeli
que se hace el paisano cuando habla y denuncia fraude en Entre Ríos donde perdió
la elección. O la palabra del candidato de la Alianza de derecha en Tucumán,
José Cano, que con la complicidad de un juez quiso suspender una elección
porque había sido derrotado, y denunció un fraude que nunca pudo comprobar. En
una provincia donde hubo tres elecciones –provinciales, PASO y nacionales– y en
las tres los números coincidieron y la mentira quedó a la vista. No es sólo la
palabra sino la esencia antidemocrática de la actitud, el trasfondo autoritario
de pensar que tiene derecho a mentir para anular comicios que ganaron
limpiamente los que él considera no democráticos. Así piensa gran parte de la
derecha en este país, la misma que antes promovía golpes militares: las
dictaduras son para resguardar a la democracia. Algún periodista ya jugó a Cano
para integrar un futuro gabinete en el caso de que Macri ganara las elecciones.
No es el candidato más democrático. Y tampoco el más posible en el caso de que
Macri siga el camino de María Eugenia Vidal que ya anunció un equipo con casi
ninguna presencia de sus aliados radicales en la gobernación bonaerense.
La alianza derechista ganó en Jujuy y Buenos Aires, dos provincias que
antes eran del Frente para la Victoria. En las dos hizo campaña sucia, rayana
en la delincuencia política. La palabra fue un arma para el delito. El radical
Morales no hizo honor a su apellido en la campaña jujeña. Manipuló
electoralmente el asesinato de Jorge Velázquez, un muchacho que militaba en el
radicalismo. Velázquez fue asesinado de un balazo en la localidad de San Pedro
cuando intentaron asaltarlo. Morales aprovechó el asesinato de su joven
correligionario para acusar a Milagro Sala por esa muerte. Con la complicidad
de los medios corporativos armó un gran circo sobre la violencia de los
militantes kirchneristas cuando, en realidad, en Jujuy no hay muertos por
causas políticas, y menos militantes radicales. En todo caso, las víctimas las
pusieron siempre los movimientos sociales. Morales será el nuevo gobernador
jujeño sobre la base de esa mentira.
En Buenos Aires, la operación fue contra el candidato del Frente para
la Victoria, Aníbal Fernández. El jefe de Gabinete es uno de los pocos
políticos que se animó a plantear la posibilidad de despenalizar el consumo de
drogas para centrar la represión en los traficantes y fabricantes. Los
políticos que protegen a los narcos nunca se pondrían en ese lugar. Con la
demagogia en un problema profundo como es el narcotráfico y la operación
mediática de periodistas y políticos de la derecha, Fernández fue acusado de
ordenar el triple asesinato de General Rodríguez. “¿Usted dejaría a sus hijos
con Aníbal Fernández?”, fue la forma miserable de esa campaña. Los políticos
que protegen a los narcos se ocultan detrás de la demagogia, nunca propondrían
que se despenalice el consumo. Al contrario, serían los primeros en atacar esa
línea de acción que les haría perder el negocio. Habría que buscar a los socios
de los narcos entre los que se llenan la boca con declaraciones de guerra y
propuestas extremas y entre los que tienen vínculos con grandes negocios
inmobiliarios y de la construcción que es donde se lavan esos capitales.
Hay un poder político que comienza a estructurarse sobre una lógica
similar a la de los antiperonistas del 55. Volverán a equivocarse. Parten de
negarles valores democráticos a los gobiernos populares. Para ellos, las
políticas populares llevan al desorden económico, pero concitan el respaldo
masivo de los sectores favorecidos. Aunque hacen daño al país, según consideran
ellos, no se los puede derrotar en forma leal y democrática. Al mismo tiempo,
las políticas conservadoras no producen la misma simpatía y nunca les podrán
ganar a las propuestas progresivas. Como se trata de salvar al país y las
instituciones amenazadas por los gobiernos populares, para los conservadores –a
veces disfrazados de progres o izquierdistas y a veces no– cualquier arma es
válida para desalojarlos, incluyendo violencia y mentira. Sobre la base de ese
razonamiento se fue incubando la violencia de los años ‘70 a medida que los
mismos hijos de las clases medias iban desnudando las mentiras que habían
montado las generaciones anteriores.
La palabra como representación de lo hecho y de lo que se hará además
de lo que se piensa es lo contrario a la hipocresía. El que falta a esa palabra
pero actúa como si la cumpliera es hipócrita. También se le dice “careta” y
tiene algunos derivados como “caretear” o “caretaje”. Los medios se
especializan en esas construcciones donde basta aparentar y no es necesario
ser. En estas elecciones se mezcló todo en las urnas. Todo el mundo sabe que
Macri es un hombre de derecha y sin embargo hizo campaña reivindicando muchas
de las medidas progresivas que tomó el kirchnerismo. La mezcla está en el que
lo votó sabiendo que Macri mentía y el que lo hizo convencido que no. Pero en política,
debajo de esa ilusión, debajo de lo que es virtual y fantásmico, siempre hay
una base material y concreta que genera condiciones que permiten la mentira o
facilitan que las crea el que necesita hacerlo. Es un tema para la reflexión.
Aunque no se sepa exactamente cuál es la razón, lo real es que todo el mundo
sabe internamente que Macri no hará lo que dice. Porque más allá de reivindicar
las políticas más progresivas del kirchnerismo, apenas esbozó otras propuestas:
“Vamos a escuchar”, “la política del diálogo”, “hablaremos con todos los
sectores”, “impulsaremos el progreso de cada argentino”, “estaremos allí cuando
cada argentino necesite nuestra ayuda”, todas cosas que no hizo en la Ciudad de
Buenos Aires.
Habrá que analizar los motivos para poner el voto en algo cuyo
discurso no se cree demasiado. Pero lo más importante es lo que se esconde
detrás de ese discurso que es esencialmente engañoso. Y para empezar a
entenderlo, el dato más significativo es la campaña que han comenzado las
usinas del neoliberalismo ortodoxo. Son los que preparan el terreno. Su tarea
ahora es pintar un escenario catastrófico que el Gobierno estaría tratando de
disimular. Lo real es que se trata de uno de los pocos gobiernos que deja el
país mejor de lo que estaba cuando asumió. Pero los economistas del PRO, como
Carlos Melconian, Alfonso Prat Gay, Federico Sturzenegger, José Luis Espert o
el mismo Rogelio Frigerio y en general todos los exponentes de lo que fueron
las políticas de los ‘90 se están esforzando por crear la sensación de que el
gobierno que asuma deberá tomar medidas “dolorosas pero necesarias”. En esa
fórmula está la excusa para volver a las andanzas: devaluación, endeudamiento,
ajustes, entrega de las riquezas naturales, cierre de fuentes de trabajo,
aumento de la desocupación, la pobreza y la marginalidad. Para eso necesitan
pintar un cuadro amenazante de crisis terminal, sin reservas, con déficit, sin
crecimiento ni competitividad y con inflación, que exige tomar las famosas
“medidas dolorosas, pero necesarias” como cuando bajaron 13 por ciento las
jubilaciones y los salarios. No pueden recetar estas medidas dolorosas ahora
porque no se ve la necesidad cuando aumentó el consumo y muchos se han ido de
vacaciones o a ver a Los Pumas. Hasta ahora Macri habló de bueyes volando, pero
cuando sus asesores económicos hablan “de la bomba que deja el kirchnerismo en
la economía” es porque están preparando las conocidas “dolorosas pero
necesarias”.
*Publicado en Página12
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