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De tanto en tanto en Argentina
sucede algo que nos deja con el culo al aire. Algo que muestra nuestro mejor y
nuestro peor lado. Algo que es grande porque de un día para el otro no hay otra
cosa de la que hablar. Y a la vez pequeño porque primero es atomizado por un
vendaval de versiones, chismes, desmentidas, alcahuetería, y de pronto es
reemplazado por un tema menor, intrascendente, que será olvidado ese mismo día
y reemplazado por otro igualmente banal, perecedero.
La muerte de Nisman es ese caso. Hubo otros en el pasado. Pero este es
especial, porque fue del magnicidio o la farandulización, de la gravedad
institucional a la banalización absoluta, del llanto a la risa. Lo primero que
hizo el caso Nisman fue poner sobre la mesa una caterva de nuevos jugadores de
la realidad. De la nada, cuando lo que nos ocupaba era la inflación, el dólar,
River o Boca, aparecieron jugadores que hasta ese momento estaban escondidos en
los vericuetos del poder. Hubo que aprenderse los nombres a las apuradas, para
saber, cuando hablábamos, si no metíamos la pata. Y luego hubo que tomar
partido (cómo no), también a las apuradas, guiados por las caras y los gestos
de estos nuevos (y acaso consumados) actores.
Un caso como el de Nisman despierta (mejor dicho agita) nuestra
vocación de ser detectives, de saber todo, de inventar lo que no sabemos. De
tener una teoría traída de la nada, leída a las apuradas en las tapas de los
diarios, para defenderla como si estuviera en juego nuestro honor.
Un caso como el de Nisman saca a la luz nuestros fantasías más
delirantes, la de imaginarnos de joda con modelos que curiosamente no trabajan
de modelos. La de ser uno de esos (como parece que fue Nisman) que cuando se
cruzan con el Guillote reciben un guiño un ojo como diciendo "es de los
nuestros".
Un caso como el de Nisman rompe la paz de los domingos de fútbol y
días de semana de trabajo aburrido. Nos hace saltar de la silla, nos despierta.
Es tema en cada mesa, en cada cita amorosa. "¿Vos qué pensás del caso
Nisman?" "Que fue un suicidio". "Con semejante nabo yo no
puedo salir; chau".
Sabemos que por un tiempo nos regocijaremos con noticias de con amores
clandestinos, cuernos, plata sucia, historias familiares telenovelescas, gente
que ayer andaba en renoleta y ahora tiene un Mercedes en el garaje, otro en el mecánico
y otro en manos de un chofer negro.
Un caso como el de Nisman le da de vivir a mucha gente. No me refiero
a las conejitas que se quedaron sin benefactor, me refiero a los que escarban
en la basura, rascan el fondo de la olla de las mentiras de cada día y llevan a
la televisión a cualquiera que tenga algo que inventar. Aún no le llegó el
turno a espiritistas o tarotistas, pero es cuestión de tiempo. Cuando un diario
como La Nación dice que lo mató un comando iraní chavista entrenado en Cuba, es
porque falta poco para que alguien con pañuelo de gitana en la cabeza y una
tabla ouija nos diga quién es el asesino.
Y ni hablar de los días agitados que tuvieron Carrió y otros políticos
opacados por los votos que lograron volver al prime time de la televisión, los
espías de la CIA, la Mossad, los operadores de los fondos buitres, los
banqueros que especulaban con el dólar, los sastres que ya confeccionaban
trajes para un nuevo presidente, los sepultureros que mandaron a hacer cajones
por los que andaban vaticinando muertos y atentados. Y lo sencillo que se les
hizo a las revistas: Barcelona, dos tapas, Gente y Noticias, tres. Clarín,
Nación, sesenta (hasta que aparecieron las fotos de Nisman con las chicas que
fuman revoleando consoladores chinos que seguro que se cansan enseguida y ya no
se vuelven a poner duros).
Un caso como el de Nisman le da la razón a Warhol: "Todos tendrán
sus quince minutos de fama": los fabricantes de remeras, los fanáticos de
los cartelitos, los trapitos que cuidaban los autos donde se hizo la marcha,
los creadores del slogans "Yo soy Nisman", los vendedores de
paraguas, los creadores de místicas menores, de las que se esfuman apenas
terminás de mencionarlas, los filósofos de la clase media que no pegan una, el
periodista que se fue a Israel porque temía por su vida y ahora no sabe cómo
volver sin ser elegido el salame del año.
Y es verdad que por un rato todos somos Nisman. Nos pusimos en su
lugar, lo quisimos y al rato le huimos como a un apestado. Lo tuvimos de modelo
y luego nos reímos de sus andanzas de Isidoro Cañones veterano a la caza de
pendejas que nosotros les pagábamos.
Un caso como el de Nisman les da una gran oportunidad a los que odian
con facilidad. Ahora tienen qué y cómo: una familia enquistada en una curva del
poder económico e institucional, con cuentas secretas, plata en los colchones y
cajas de seguridad que hay que limpiar a las apuradas porque esconden algo que
ensucia más todavía la sucia realidad. Es un desprecio que se puede ejercer sin
hacerse preguntas, porque se trata de desprecio a gente que esconde, mienten y
que, para colmo, se hace la gil, que no sabe qué cosas firma, qué cosas posee,
y que nunca recuerda lo importante.
Un caso como el de Nisman también aporta certezas: jueces y fiscales
que salieron a jugar el juego de la política sin medias tintas ni más
mariconadas: Moldes, Marijuan, la esposa de Nisman (que pide que no se haga un
circo para tener el derecho de armarlo ella). Un caso como el de Nisman
invierte el equilibrio de los reclamos, y hace que los que le reclamaban a los
que defendían a un gobierno corrupto ahora deban andar por la vida sabiendo que
ellos también marcharon en nombre de la república y de la justicia cuando en
realidad lo que hacían era marchar para defender a un funcionario inefectivo y
corrupto.
Hasta el mundo cultural se vio agitado por el caso Nisman cuando
apareció una novela que cuenta el caso como ficción. Yo tuve la misma idea pero
descarté hablar con algún editor porque me pareció muy bajo. De haberme dado
cuenta en ese momento que podía haberlo escrito con un seudónimo, lo habría
hecho. Ahora el libro anda por ahí escandalizando a los que respetan la
literatura, haciendo reír a otros, todo innecesario porque el libro será
olvidado más rápidamente que el caso Nisman.
En esta realidad mágica, en esta geografía caprichosa, lo que en
cualquier otro lado se considera ley, acá puede llegar a ser una mera
aproximación, incluso una burrada. Aquella vieja ley que dice que un crimen se
devela si uno se pregunta a quién beneficia, acá no tiene la menor importancia.
Este tipo de cosas demuestra también un caso como el de Nisman. Porque apenas
apareció el muerto, parecía que el gobierno culpable de su muerte se caía, y
una vez vista las cartas, resulta que el gobierno parece salir beneficiado.
El caso Nisman sirve también para demostrarle a los que querían
voltear al gobierno que no terminan de entender el juego de su contrincante. El
de responder con trenes, acuerdos, reunión con el Papa, viaje a Rusia. Hubiera
habido tanto que reclamarle al gobierno si no se hubieran apurado con la marcha
y los cartelitos, por ejemplo que no controlaran mejor a Nisman, a la SIDE,
etc. Pero no, hicieron su movida antes de tiempo, que es lo mismo que nada; en
el fútbol es patear al arco desde la otra punta de la cancha, en el ajedrez es
sacar la dama antes de tiempo.
De un caso como el de Nisman quedarán imágenes. Quedarán palabras. La
mayoría serán olvidadas, y luego rescatadas cuando llegue el momento de
recordarle al alguien lo gil que fue. Quedará la sensación horrible de caminar
siempre por el filo de la verdad y de la mentira, de tal forma que todo es una
cosa parecida, fácil de confundir. Porque si se miente a cada rato, cuando la
verdad aparece, el mentido (nosotros, todos) tiene derecho a tomarla también
como mentira.
Tampoco estaría tan mal que este asunto no se aclare nunca. De esa
forma cada una de nuestras fantasías donde se alternan confabulaciones, espías,
macaneadores y émulos de Isidoro Cañones volverían de tanto en tanto al lugar
común del caso Nisman. Y un día lo olvidaremos para volver a ser lo de siempre,
un país que busca su identidad, y ustedes y yo, y otros, viviendo.
*Publicado en Rosario12
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