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A veces suele ser un lugar
común hablar de la juventud. La juventud conmueve siempre con su fuerza, pero a
veces también parece ser molesta. Así como es una ley natural asociar la
"mocedad" con la rebeldía, con el sueño por transformar, es lógico
que cruzando la calle existan quienes la denostan, quienes la descalifican para
llevar adelante las empresas que parecieran estarsólo reservadas para adultos
juiciosos. Da la sensación que esto tiene mucho que ver con ese empeño juvenil
en querer cambiarlo todo. Es en esa edad cuando existe ese fuego que parece
inextinguible, y que nos lleva a creer que es necesario hacerlo, y lo hacemos.
Quien logra conservarlo, es un bendecido. El mayo francés. La reforma
universitaria del 18'. Los brillantes años 60'. Pero cambiar no es bueno para
todos.
Quienes detentan los privilegios de esa idea vaga de adultez
generalmente también son dueños del poder, de la tierra, de la renta
financiera, de las riquezas materiales del mundo , rechazan el cambio que pone
en peligro esa comodidad, y el blanco es siempre la insensatez o la inmadurez
de los jóvenes. Ellos han sido siempre el motor de las grandes revoluciones, de
las grandes transformaciones que le dieron al mundo un giro en reversa, pero
pareciera que hay que esperar un prudente tiempo para que la historia rescate
siempre lo mismo. Mientras tanto, suelen ser un problema. Siempre recuerdo a Sartre,
cuando les dijo a los jóvenes parisinos que había algo de ellos que le
asombraba..."la extensión del campo de lo posible". Recuerdo también
una nota de Jorge Sábato que se llamaba "Flor de vagos", en la que
defendía la militancia juvenil enumerando a todas las personalidades destacadas
que habían pasado por centros de estudiantes u otras organizaciones, como César
Milstein, premio Nobel de medicina, entre otros.
El cuestionamiento a Máximo Kirchner, atacado con cuanto odio y
resentimiento es posible, no se sustenta sólo por ser miembro de una familia
que ha sido protagonista excluyente de la historia política argentina de los
últimos 12 años, sino también por su condición de joven. Es en realidad un
ataque por elevación a toda una juventud que ha abrazado la política. En un
país en donde se torturó y asesinó a jóvenes por reclamar un medio boleto,
donde se los quemó vivos en un recital por responsabilidades empresariales y
políticas, donde fueron desocupados, delincuentes, vagos, burros, Máximo
Kirchner conduce una organización juvenil de alcance nacional, caracterizada
por el compromiso con un determinado modelo de país, y por realzar los viejos
valores de la militancia juvenil: la solidaridad, la entrega, la esperanza. Son
muchos. Son miles. Sólo podría compararla con agrupaciones estudiantiles como
Franja Morada, que más allá de las defecciones de su partido ante intereses que
atentan contra su propia doctrina, se mantiene en el tiempo. También se la
estigmatizó en su momento, como cuando desde el menemismo se los
responsabilizaba por haber financiado a Gorriarán Merlo para asaltar La
Tablada.
Profesar un culto a la participación, como hacen estas organizaciones,
es contracultural con lo establecido desde la irrupción del neoliberalismo.
Aquél fue un período que no sólo significó la instalación de las premisas del
Consenso de Washington, sus recetas destinadas básicamente a la destrucción del
Estado y a la desregulación frente a una fuerza aplastante de la economía
liberal. Sino que además, para sostener esto, fue preciso imponer un clima de
frivolidad y apatía que desechara todo tipo de oposición. Mientras se
privatizaba y se dejaba en la calle a millones, los jóvenes se reían con los
"bloopers" de Tinelli, o bailaban la música de Machito Ponce. Los que
militaban, tomaban facultades para que no las arancelaran.
Un taxista contaba que una pasajera la había consultado qué hacer,
frente a la duda acerca de abrir o no su negocio el día del paro. Tengo miedo
de que si abro, La Cámpora me destroce los vidrios, dijo. Fue inútil que se le
explicara que el paro era en contra del gobierno. Esta demonización, infundada
con mentiras y rumores ordinarios, baja de los mismos lugares de siempre, de
los que se ven amenazados por ese impulso, por esa fuerza que no se consigue
con dinero ni con prensa. El compromiso juvenil con la política está signado
por la idea de cambiar el mundo para hacerlo más justo. Para un joven, lleno de
las dudas y las certezas de su tiempo y de su edad, existe sólo una razón final
de todo acto y todo plan, que es la vida de los demás. Sobre todo la de
aquellos que no pueden defenderse por débiles, o por el tamaño de la fuerza que
los oprime. Atacarlos, difamarlos, es mostrar la preocupación por lo que puedan
lograr. Mientras sean siempre los mismos detractores, las cosas están claras.
El problema es cuando una parte de la sociedad civil compra este discurso y lo
reproduce.
Otro blanco predilecto es, claro está, la Presidenta. También, detrás
de los ataques cuyas razones se atribuyen a su mal desempeño como mandataria,
hay un componente misógino que es interesante analizar. Se ha generalizado en
este tipo de discurso, el mote de "yegua". No sólo lo utilizan los
hombres, y eso lo hace más curioso. Más allá de que ya lo hayan hecho con Evita,
es preciso entender de dónde viene. En Hombres de a caballo, de David Viñas,
subyace en el relato sobre la vida marcial, la metáfora sobre la virilidad en
las referencias a la pasión por los caballos. La yegua sólo está para ser
servida, para ser partenaire del semental. Es por eso que el término deviene
peyorativo, para aquella mujer que se destaca, que escapa del modelo permitido
por el pensamiento patriarcal. Pero si bien el machismo es transversal en la
sociedad argentina, "yegua" guarda también, por su origen, un
resentimiento de clase. La oligarquía terrateniente y la corporación militar,
los que juntos amasaron y configuraron la desigual distribución de la tierra en
la Argentina después de la campaña del desierto, comparten también su pasión
por los caballos, una subcultura propia de la elite. También este tipo de
adjetivación es reproducida por la clase media, consciente de su connotación
negativa, pero ignorando que es también una forma de reivindicar el pensamiento
de una clase social que los ha perjudicado siempre, y a la que nunca van a
acceder. Molesta el modelo de país, inclusivo y soberano. Molestan las
políticas sociales. Molestan a esa clase social porque significan también la
pérdida de sus privilegios. Y el ataque es a quien encarna ese movimiento, a la
que hace eso posible y encima se los dice en la cara. ¿Cómo se atreve, si es
mujer?
Si bien el gobierno ha planteado desde la discusión de la resolución
125, cierta lógica discursiva de polarización, no es de allí de donde viene hoy
un discurso de odio y resentimiento, de profunda intolerancia, de prejuicios
fundamentados en premisas falsas, y en mentiras deliberadas. Los medios de
comunicación han cruzado todos los límites de ética, y no se privan de darle
aire a cuanto inescrupuloso dirigente se anima a mentir y a difamar. Pero esto
no justifica la liviandad con la que la sociedad civil repite sin pensar estas
ignominias; con torpeza, y a veces hasta con malicia.
*Publicado en Rosario12
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