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Sí, amigos, llegó la Era de la
Brevedad. Lo descubrí el lunes que encendí la radio y escuché que Nisman estaba
muerto. El día anterior había puesto a reír a todos con una nota típica de
verano, ¿viste", y pensé que durante una semana iba a recibir elogios y
pedidos de ingreso al club de fans. Pero sucedió lo de Nisman y mi nota de
verano, con un día de vida, era tan vieja como la historia de la avispa que
picó al Turco que lo Reparió y los pollos de Mazzorín.
Sin saber que había llegado la Era de la Brevedad me puse a escribir
una nota, esta nota, diciendo que pensar en un suicidio no era descabellado: al
tipo lo habían dejado solo en su denuncia delirante y estaba a punto de vivir
una gran humillación. Hojeaba unos libros viejos de Freud para buscar una idea
que avalara mis dispersiones cuando apareció lo del asesinato. Asesinato decía
la oposición mediática. Asesinato se sumó el gobierno. Asesinato decía el
clamor popular. Lo que había escrito, entonces, no tenía valor.
Siguieron días de desarrollar ideas que se iban marchitando a medida
que las escribía. La puerta cerrada que estaba abierta. Los quince centímetros
entre la pistola y la cabeza que fueron uno; el asesor en informática que sería
un agente, el asesor que da una conferencia con carita de Heidi, el
departamento con dos puertas custodiadas como las de Fort Knox pero que tenía
un pasillo de mantenimiento donde cabían media docena de chinos malabaristas.
La Era de la brevedad ataca tanto las ideas como la materia.
Peor fue cuando me puse a escribir sobre los personajes. El muerto era
el ex marido de la prima del espía amante del funcionario con un auto a nombre
del embajador que había sido visto con la hermana del acusado el día que el
expresidente dijo que la secretaria del cuñado era el que le había dado el arma
para espantar a un custodio amigo de un kirchnerista que lo amenazaba con un
palo. Mientras tanto, los opinólogos se multiplicaban como los panes del flaco,
sin pensar en nada más que en opinar lo más rápido posible. Es que si dejaban
pasar el tiempo se podía saber que estaban diciendo boludeces. Son las reglas
de juego de la Era de la Brevedad. La Era de la Brevedad transforma la realidad
en un Radiolandia.
El que lo entendió fue el periodista que largó la noticia y luego de
sacarse fotos muy coquetas en el aeropuerto se fue a visitar a su tía a Israel
diciendo que acá corría peligro. Así logró salir en el diario El País de
España. Entendió que lo suyo duraría un minuto y tenía que aprovecharlo. ¡Qué
antigüedad aquello de los quince minutos de fama que predecía Warhol! También
lo entendió Riquelme, que se retiró en plena vigencia de la Era de La Brevedad,
noticia que ya se esfumó, y que le permitió irse silbando bajito, por si dentro
de diez años cambia de opinión y quiere volver a jugar como si nada hubiera
pasado.
Y seis días después llegó un partido de Boca y River. La cancha estaba
repleta de gente entusiasta y acaso feliz. Nadie parecía preocupado por la
muerte de Nisman, y mucho menos por la institucionalidad. Y tuve dos epifanías.
La primera: "a este país le meten dos bombas atómicas y a la mañana como
mucho se despierta con acidez". Me acordé de cuando Jim Carrey en La
Máscara se traga una bomba para salvar a Cameron Díaz (quién no lo haría) y eso
le produce un eructo.
La otra epifanía fue: "llegó la era de la brevedad". La Era
de la Brevedad es una teoría filosófica que suplanta a la postmodernidad, el
choque de civilizaciones y la hipercomunicación, con las que está largamente
emparentada. Es postmoderna porque ambas están bastante flojas de papeles,
tiene que ver con el choque de civilizaciones porque la Era de la Brevedad se
vive en confusión, y en la confusión los poderosos empomarán a los débiles; y
tiene que ver con la hipercomunicación porque es lo que lo alimenta: la idea de
que todo puede ser visto, conocido, evaluado y descartado o reemplazado (casi)
en tiempo real.
La era de la brevedad es la sensación de que todo cambiará, será
anulado, o se autoexterminará en los próximos segundos. Es lo que nos ataca
cuando compartimos en las redes que nuestro equipo hizo un gol porque la
felicidad puede durar el minuto que demoren en empatarnos. Es lo que nos hace
cambiar de canal para ver si en otro dan la noticia que anula la que aún no se
terminó de anunciar. Y lo serio, lo tonto, lo obvio y lo excéntrico viven en un
mismo nivel de importancia y trascendencia. Importancia y trascendencia que
rara vez se confirma. Lo que se confirma es que lo que hace un rato era importante
y trascendente ya no lo es. La Era de La Brevedad es el reino de lo efímero.
Antes, vos armabas un golpe de estado y el eco de eso duraba, mínimo,
una década. Ahora armás la mayor opereta que se recuerde (acusar al gobierno de
hacer lo contrario a lo que hizo), y medio día después tenés a un montón de
gente diciendo dónde le erraste, qué error cometiste, y la sensación de miedo
que instalaste fue suplantada por la noticia de un triplete de Messi. ¿Qué será
de Charlie Hebdo, el Ébola, los 43 pibes asesinados en México, los buitres?
Hasta la inseguridad y la inflación quedaron en un segundo plano, abrumados por
la brevedad de las hipótesis, los comentarios, los dichos; e incluso las
verdades.
La Era de la Brevedad se vive sí o sí, se sepa, se sospeche o se ignore.
Por eso se desató una carrera desenfrenada para aprovechar las ventajas
políticas de la muerte de Nisman. La oposición política se largó a pedir algo,
justicia, o sanguchitos de jamón y queso para todos y todas, pensando que quizá
juntaban votos. Y está bien, porque diez minutos después por ahí las cosas
cambiaban y la gente se enojaba con ellos si hablaban. Mientras tanto había
gente que pedía que hablara la presidenta. La presidenta habló y esa misma
gente le pidió que se callara. Claro, en la Era de la Brevedad las convicciones
también son breves.
Montados también a las reglas de lo efímero está ese contradiscurso
llamado redes sociales. De eso vive, de eso se nutre. De lo instantáneo. De lo
efímero. No es poca cosa que alguien pueda putear al poder en tiempo real. No
por nada los caceroleros crearon cien cuentas de Twiter para armar una movida
destituyente que fracasó porque estaba fresco y nadie se acordó de llevar un
saquito. Pero ese contradiscurso no es para desmerecer, a pesar de la confusa mezcla
de búsqueda de la verdad, práctica del despecho, reírse de las desgracias
propias y ajenas, intento de levantarse minas, y mucho menefreguismo. Pero está
ahí, y cumple con una de las reglas de esta recontrahiperarchisupermodernidad:
su esencia es la brevedad.
La Era de la Brevedad llegó para quedarse. Y no tiene amigos, sólo
víctimas. Todos seremos difusores, confundiremos, seremos confundidos,
engañados y engañaremos, quizá sin saberlo, al compartir una idea que mientras
la decimos ya expiró. Aquellos que entiendan lo que significa, y tengan medios
para utilizarla a su favor, saldrán favorecidos. Aquellos que no reconozcan la
diferencia entre un tipo que estudió el atentado a la AMIA veinte años con otro
que dice que tiene un tío que conoce a un tipo cuya esposa escuchó en la
peluquería que los asesinos iban de turbante, siempre, de ahora en más, vivirán
confundidos.
*Publicado en Rosario12
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