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Para el hombre el adaptarse al mundo ha sido siempre adaptarse a la
sociedad de los hombres, recuperar sus valores desde lo profundo de su propio
ser, captar sus signos, sus normas y sus técnicas, a través de la educación. Es
cierto que esto nunca ocurrió pacíficamente, sin contrastes ni desgarraduras. Pero
al escrutar las contradicciones de la sociedad europea equivale a analizar una
de las dimensiones fundamentales del hombre actual, y a fijar la mirada en algo
que podría ser el destino de todos nosotros, acaso la condición humana de los
siglos venideros.
La “alienación” fundamental de la
sociedad europea de la abundancia que ha encontrado en la globalización su
modelo más próspero y maduro cuya premisa no es más que la obligación de
consumir para mantener en movimiento a la economía.
El hecho es consumir para poder
trabajar, y no a la inversa. Es que la existencia de millones de trabajadores
no puede ser asegurada sino mediante el despilfarro sistemático de las riquezas
que ellos producen. Y hay todavía algo peor que la forzosa necesidad de
consumir para que funcione la economía, el despilfarro sistemático de las
riquezas y el sometimiento del trabajo a sus productos.
Esta es la necesidad, para que
pueda seguir funcionando un sistema así constituido, de reservar solo una
mínima parte de lo producido para invertir en las necesidades publicas
(escuelas, hospitales, seguridad social) y en los servicios colectivos que no
originan beneficios para el capital.
El despilfarro (dos, tres,
automóviles por familia, el rápido desgaste social de los aparatos domésticos y
su continua renovación; un celular en manos de niños de 10 años, un televisor
en cada habitación, toneladas de desechos industriales tirados a la basura y la
canilla de agua caliente abierta durante toda la afeitada) pasa a ser, en este
orden de cosas, un fin, una ética social. La destrucción o amenaza de
destrucción para los demás se transforma, en manifestación “racional” a su
modo, bajo el signo de la ley del mas fuerte en cruzada por la supervivencia
del “mundo libre” es decir, de un mundo libre de seguir rigiéndose por estos
criterios y no obligado a someterse a una profunda revisión.
De ese modo se produce una fuga
hacia adelante, una fuga frente a todas las exigencias más genuinas en el plano
nacional e internacional, que vuelve siniestramente hipócrita todo anuncio de
cambios estructurales, como la condonación de la deuda externa de los países
más pobres del planeta y/o nuevas bases de negociaciones en los organismos
internacionales.
Si el desarrollo de la economía y
el aumento de la productividad probablemente sea útil a estas sociedades, a
largo plazo entraña el colapso de la democracia. Y, cabría preguntarse ¿para
qué sirve un desarrollo de la economía que comprometa de modo irreparable el
desarrollo de la democracia? Los últimos giros electorales hacia la extrema
derecha fascista , no es más que los signos de la evidencia. Esto parece ser,
en efecto, el nudo de la cuestión.
También en nuestro continente
latinoamericano, de tanto mirar para afuera y debido al predominio de estas
recetas, bajo formas diversas de una filosofía utilitarista se tiende a ignorar
este nudo. Todos aquellos que pregonan que el problema del avance de la
democracia se reduce a una cuestión de medidas, reformas y desarrollo
económico, omitiendo la disyuntiva central de la relación entre los dueños de
la cultura, el poder y las grandes mayorías cautivas en los engranajes de la
sociedad de masas.
Sería erróneo, por ejemplo, no
tener en cuenta que los “técnicos”, del sistema como cualquier otra categoría
humana, son incapaces de prescindir completamente de sus convicciones
ideológicas, de su procedencia social y de sus prevenciones personales. La
misma búsqueda de eficacia y de modernidad que distingue al técnico tiende a
beneficiar en una sociedad capitalista en primer lugar a las categorías
superiores que, gracias a su posición en el proceso de la producción, son las
primeras en gozar de mejoras introducidas en dicho proceso.
El deterioro de la fuerzas
políticas aunque allana el camino para la ideología tecnocrática y restan prestigio
a la lucha política declarada por el control de las palancas de mando de la
sociedad y del timón del Estado, de ningún modo eliminan la lucha política como
tal ni modifican la índole de los intereses que la condicionan e influyen en
ella. De ahí que asistimos de forma casi permanente a manifestaciones de mal
humor, hacia algunas organizaciones sociales acusadas de partidismo,
charlatanería, demagogia, es decir poco pragmáticas para afrontar los problemas
del Estado. Pero es bueno saber que un gobierno pragmático o mejor dicho un
Ejecutivo de técnicos y managers se maneja en comités restringidos,
negociaciones secretas, es decir, bajo formas de lucha y arbitraje sustraídas
del control de la opinión publica. Porque ellos saben lo que el vulgo ignora.
De manera irónica Carlos Marx
ilustra esta circunstancia: “En la economía política, tan apacible, desde
tiempos inmemoriales ha imperado el idilio. El derecho y el trabajo fueron
desde épocas pretéritas los únicos medios de enriquecimiento, siempre a excepción,
naturalmente, de ‘este año’. En realidad, los métodos de acumulación originaria
son cualquier cosa menos idílicos”.
Plantear la independencia del
modo de producción capitalista de la lógica de explotación y llamar la atención
hacia una nueva realidad constituida por la economía de mercado es el objetivo
para hacernos ver que estamos en presencia de un nuevo orden social y político
basado en la globalización productiva. Nuestra tarea si alguna hemos de cumplir
nos exige ser lúcidos. Y esta lucidez consiste en ver con claridad el presente
que huye y el futuro que se anuncia; en no ceder a los reclamos de la moda, en
no inclinarse ante los triunfadores supuestos o reales.
En buscar la verdad y no hacer
concesiones a la mentira vencedora. Tarea áspera y difícil ya que conspiran
contra ella nuestras propias carencias y debilidades. Encontrar el rumbo no es
fácil: solemos navegar a ciegas y sin aparatos. Sin otro recurso que nuestro
juicio, tan falible, y nuestra intuición, tan limitada. No hay solución inmediata
para las dificultades del continente. Ahora bien, confluyen ante nosotros y se
mezclan, dos crisis. Una de signo internacional, otra de características
propias.
La experiencia de estas recetas
foráneas han sido aplicadas por el progresismo y la derecha liberal
indiferentemente tanto en Europa como en nuestras regiones y el resultado fue
la proliferación de los trabajos de poca remuneración y un aumento del
desempleo de larga duración. Para terminar creando empleos precarios de corta
duración para los jóvenes, pero sin resolver el problema del desempleo real.
Recordamos que la tasa de desempleo urbano entre los jóvenes latinoamericanos y
caribeños llegó al 14,9% , una proporción que triplica la de los adultos y es
más del doble que la tasa general de desempleo promedio en la región, de 6,7%.
Por otra parte, 6 de cada 10 jóvenes que si consiguen ocupación se ven
obligados a aceptar empleos en la economía informal, lo que en general implica
malas condiciones de trabajo, sin protección ni derechos, y con bajos salarios
y baja productividad.
Por otra parte se estima que unos
20 millones de jóvenes en la región no estudian ni trabajan, debido en gran
parte a la frustración y el desaliento por la falta de oportunidades en el
mercado laboral.
Lo que en otras épocas se había
mostrado como un pensamiento sólido de contenido anticapitalista, hoy se diluye
y atomiza dando lugar al surgimiento de corrientes teóricas acordes con una
visión institucionalizada y pragmática del saber y del poder. El
fraccionamiento que se genera y la distancia van separando a los fundadores del
pensamiento crítico.
Ha de ser la colaboración con los
hombres que desde distintos campos de su actividad y animados por un común
sentido de la patria grande contribuyan a esclarecer los temas planteados y,
con todo respeto, plantearlos también. Al levantar la alfombra de las ideas
europeas descubrimos el lodazal que nos empantana.
*Periodista uruguayo, miembro de la Plataforma Descam-Ginebra, redactor
en Jefe Internacional del Hebdolatino Ginebra, columnista de Nodal
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