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domingo, 17 de agosto de 2014

LOS BUITRES, EL ZORRO Y EL MARINERO CON FLOJERA INTESTINAL

Imagen Rosario12
Por Javier Chiabrando*

Después de un largo período de iluminar almas, avivar giles y despertar pasiones femeninas a la distancia, aprovecho este espacio para promocionar la salida de mi libro: "Los Buitres, El Zorro y el marinero con flojera intestinal", que va a aclarar dónde nace el entuerto con los buitres y Griesa. Quiero agradecer a mi prima Lili que me prestó su colección de Billiken ordenada en bolsitas de nailon, a mis contactos en Facebook que se las saben todas o todo contestan, y a mis fuentes del gobierno y de la oposición, que decidieron honrarme con sus secretos, ideas, planes, y todo aquello que pudiera llevarme a buen puerto.
Buen puerto. Nunca mejor dicho. Porque todo este asunto nace en 1818, cuando el barco "La Argentina", merodeaba las costas de California después de haber hundido una veintena de barcos piratas y hacer gran cantidad de argentinadas de las que aún el mundo nos reclama. Mis investigaciones indican que al ver llegar un barco llamado "La Argentina" los enemigos se declaraban vencidos, y entregaban armas, esposas y el marrón si eso les hacía preservar la vida. "La Argentina" estaba capitaneada por un tal Bouchard, que no solamente cargaba con la cruz de ser francés, sino además de la de haber elegido hacerse argentino.
Este doble apestado estaba harto de los planteos gremiales de los marineros, pidiendo aumento y no pagar impuesto a las ganancias. Así que organizó un asadito de reconciliación. Pero cometió dos errores garrafales. Hacer el asado él, que como a buen francés le quedó crudo. Y cocinar una ristra de chorizos que habían embarcado dos años antes en Buenos Aires, a los que confundió con morcillas de negros que estaban. Igual, las cosas no pasaron a mayores, porque esos marineros eran capaces de comerse un hawaiano al trote (cosa que probablemente hayan hecho), y arrasaron con el asado crudo, los chorizos añejados y previo paso al baño a descomprimir tensiones gremiales y de las otras, se fueron a dormir.
Esa noche hubo paz en "La Argentina", hasta que un marinero llamado Diego de la Vega se tuvo que levantar apresurado a descargar el desastre que los chorizos habían hecho en su organismo y al entrar al baño pegó el grito de "yo, en ese cagadero no cago". Bouchard, medio dormido por la festichola, y temiendo una nueva rebelión, salió a cubierta, sable en mano y en calzoncillos, al grito de: "entonces, a cagar a casa de otra gente", frase que Serrat hizo famosa luego. Pero esa es otra historia. Esta historia sigue con los marineros desembarcando en California. Cuando los californianos escucharon que el capitán pirata era un tal Bouchard ni interrumpieron la siesta porque para espantar a un francés bastaban un par de gritos. Y cuando se dieron cuenta de que el hombre se había vuelto (un argentino!, ya tenían a la negrada usándole los patios como baños y queriendo levantarse a las minas sin importar edad ni fealdad.
Viendo que la resistencia era escasa, Bouchard dijo: "¿y si ya que estamos arriamos la bandera argentina?" Y así hicieron, estos héroes patrios arriaron la bandera argentina durante seis días. Es decir que durante seis días, California fue argentina, carajo. Hasta acá es historia argentina pura, a partir de acá vienen mis investigaciones. Bouchard (francés al fin), no quería ser recordado como el capitán de una negrada feísima y mugrienta, y había creado un uniforme de coqueto sombrero inspirado en Martín de Güemes acompañado de lentes espejados de última moda en París, que de paso tapaban las carotas de los marineros. Eso hizo que algunos californianos los consideraran dioses o marcianos, y que otros cayeran encandilados (por el sol rebotando en los lentes) ante el primer argentino que veían, lo que no es poca cosa. Y además los marineros iban perfumados con perfume francés, que sumado al olor natural de gaucho marinero piojoso y con el culo sucio, da una idea aproximada de por qué la gente se hacía a un lado al verlos.
Mientras los marineros de La Argentina saqueaban poblados y toqueteaban californianas, el gaucho de la flojera intestinal, Diego de la Vega, se alejaba en busca de lo que realmente quería una vez resuelto el problema de encontrar un baño decente: amor. Es que tanto sombrero, lentes y perfume habían socavado su integridad gaucha para volverlo un hombre de hábitos sospechosos (por ahí era francés él también), tanto que era el que siempre le avisaba a sus compañeros de viaje que tenían la bragueta abierta. Da la casualidad que para descargar sus intestinos entró a una casa llena de lámparas, cortinas con volados y olor a sahumerio donde no vivía ninguna mujer sino un hombre al que no le molestó que las primeras palabras del marinero fueran: "tenés la bragueta abierta". A Diego de la Vega no se lo vio durante los seis días gloriosos, y al fin el barco zarpó sin él.
Él, chocho de la vida, porque encontraría en esa casa el amor de un californiano de apellido MacManan, que nada tiene que ver en esta historia excepto que para responder al amor de De la Vega, hizo a un lado a su pareja del momento, un tal Greisa, o Griesa, o Geisha, según el documento que se cite. Esta Geisha, cual tango californiano al vesre, habría jurado venganza en cada argentino que se cruzara en su vida. Él no pudo hacer gran cosa porque murió joven, excepto dejarlo escrito en el escudo familiar: "Dei Argentinin romperum ortum dem posibilem" reza el emblema. O sea romperle el orto a un argentino cada vez que sea posible.
En eso están, tanto este Griesa heredero de aquel, como los choznos de los norteamericanos a los que los marineros les cagaron las macetas y les sobaron a las esposas y hermanas. De Diego de la Vega no se sabe mucho, excepto que un heredero de él (tampoco sabemos cómo pudo haberlo tenido dado sus hábitos, pero en fin, documentos son documentos) se habría vuelto el Zorro, vestuario mediante, derivando sus anteojos en el conocido antifaz. De ahí que el Zorro haya sido un soltero empedernido, muy atildado y que su actor más representativo haya venido (como homenaje) a morir a Argentina una vez retirado.
La segunda parte de mi libro "Los Buitres, El Zorro y el marinero con flojera intestinal" se dedica a analizar el plan de la segunda invasión que "La Argentina" (ya no el barco, sino el país) tiene organizado como represalia a la putada que nos quieren hacer. El plan dará comienzo a mediados del año que viene, cuando el kirchnerismo entregue el gobierno a la oposición, a los que un virus creado en las entrañas de la CIA logrará unificar en un solo partido llamado "Los No", como si emularan a un grupo beat de los sesenta.
Apenas tomado el poder, "Los No", se apurarán a mandar mensajes de reconciliación, incluso de amor y de promesas de relaciones carnales (donde siempre pondrán la foto de la Donda aunque en los papeles figure la Carrió y la Bullrich) y se prepararán a hacer el primer viaje de gobierno, que por supuesto será a la madre patria, los Estados Unidos. Contrariamente a lo que indica la lógica, el viaje no será en avión, porque este grupo de políticos se plegarán a sus promesas de austeridad y viajarán a dedo.
Mientras ellos viajan de Buenos Aires a Washington, con obligadas paradas en el camino, sea para ir al baño, sea para que Del Sel se cuente unos chistes en los bares de camioneros y se hagan unos pesos para ir tirando, sea para dirimir a quién le toca hacer dedo, si a Macri, Massa o a Binner (igual siempre la pondrán a la Donda), en Argentina unos diez millones de patriotas se irán camuflando lentamente, pasando de ser de clase media a pobres, de sobrevivientes a miserables, de orgullosos trabajadores a parias, de argentinos a desclasados. Esa transformación llevará el mismo tiempo que a la delegación argentina llegar a EEUU.
Así, mientras las autoridades de allá reciben a las de acá, por la puerta grande, es decir haciéndoles saltar el muro que divide a los Estados Unidos de México, los diez millones de argentinos vueltos miserables entrarán por la ventana, o por donde los dejen entrar, para ocupar otra vez el país del norte. No irán vestidos de corsarios sino de dentistas, sicólogos y diseñadores gráficos, todos con la excusa de buscar trabajo. Para los yanquis serán simplemente inmigrantes, categoría que incluye cualquier cosa que no sea un comedor compulsivo de papas fritas. Una vez allá estos argentinos se reproducirán a la velocidad de la luz y en menos que canta un gallo, los Estados Unidos volverán a ser argentinos. Y que te defienda Batman.
*Publicado en Rosario12

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