No es ninguna novedad que se podría pensar a Argentina desde el fútbol.
Se gane o se pierda. Ya sé que sería mejor pensarlo desde Borges o Sarmiento
(dirían algunos que no leyeron a ninguno de los dos pero que no les gusta el
fútbol), pero leerse un libro lleva tiempo y hay que usar la cabeza, y mirar un
partido se puede hacer sin cerebro, tomando mate con torta fritas, y
disfrutando de las minas de las tribunas que generosamente los camarógrafos
muestran cuando los jugadores le dan a la pelota de puntín.
¿Por qué se puede pensar un país
desde el fútbol? Porque una vez aclarados los asuntos técnicos y formales
(muchas veces una gran sanata), ahí tenemos variables que hacen al hombre de
hoy: autoestima, exitismo y miedo escénico. Vayamos a aquel viejo concepto del
exitismo. ¿Somos los argentinos más exitistas que otros? Lo dudo. Pasa que
nuestro exitismo está bien entrenado porque desde hace doscientos años nos
cambian de ideario a cada rato. Que si Lavalle, que si Dorrego, que si Braden o
Perón y un largo etcétera. Basta que uno elija uno de los bandos -ahora
kirchnerismo o el revoltijo que está enfrente- para que al rato aparezca
escrachado en un programa de televisión, abrazado a una trabajadora del sexo de
doscientos pesos el turno, y borracho. El exitismo es una herramienta de
defensa instantánea. Apenas escrachados podremos decir: "ese era yo cuando
creía que la felicidad era ir de putas y emborracharse; ahora soy otro; creo en
la monogamia y la abstemia". O decir: "yo dije que Sabella era el
mejor técnico del país". El exitismo es como una aspirina que te cura de
creer en lo que creías diez minutos atrás. Bienvenida sea.
El exitismo no es un problema. El
miedo escénico sí. Los exitistas saben cambiar, acomodarse al viento, defienden
(o se defienden) la innovación, y a la larga, les importa poco que los pesquen
cambiando a cada rato o equivocándose de enfoque. Amaremos a Maradona y lo
odiaremos un rato más tarde sin que se nos mueva un pelo ni nos dé vergüenza.
En cambio el miedo escénico es difícil de combatir. Primero porque para eso
tenés que subir a escena, lo que de por sí es excepcional, y además porque el
miedo escénico está basado en alguna herida interna que para curarla primero
hay que detectarla, y en eso a uno se le puede ir la vida. De eso viven los
sicólogos, de paso. Si la herida la sufre todo un país, es aún más complicado.
Vayamos por caso al partido
Chile/Brasil. Chile, uno de los mejores equipos del mundial, patea cinco
penales y erra tres. Miedo escénico. O cagazo, como prefiera. Para superar ese
escollo deberá, por lo menos, volver a verse en esa situación, algo
estadísticamente difícil, sino imposible. Es verdad que le jugaron a Brasil de
igual a igual, pero cuando tenían que (y podían) ser mejores, se asustaron. Del
miedo escénico de Brasil ante Alemania que se encarguen los sicólogos; todo
indica que van a tener trabajo por un largo tiempo.
Costa Rica en cambio no sufrió
miedo escénico alguno. Nadie lo tenía en los cálculos y los tipos salieron
desprovistos de presiones, pensando que con sacarse una foto en el Maracaná ya
estaban hechos. El asunto es de ahora en adelante, cuando salgan a la cancha y
sean el equipo que borró a Italia del Mundial y que puso a la naranja mecánica
a la altura de pomelo exprimido.
Y llegamos a los países europeos.
¿Alguien puede pensar que es casualidad que los castigados países europeos que
viven una crisis y la desintegración de los derechos adquiridos al punto que
los retrotrae a la mitad del siglo XX, hayan dejado el Mundial antes de lo
previsto? Yo no. Puro miedo escénico. Se deja de creer en el sistema que te
sostiene, se deja de creer en los valores que te enseñaron, y al fin se deja de
creer en la idoneidad con la que se practica un deporte (en tanto disciplina
colectiva, que representa mayorías). Es un camino razonable. ¿No es evidente,
acaso, que al país que mejor le va en Europa, Alemania, le vaya mejor en el
Mundial.
¿Y los argentinos? ¿En qué
situación nos encontramos en la coctelera donde se mezclan autoestima, exitismo
y miedo escénico? No nos cuesta nada arriesgar una respuesta. Nuestra
autoestima no pasa un mal momento, tanto que libramos una lucha con lo peor del
capitalismo financiero y medio mundo nos mira como diciendo "aguanten que
si se caen ustedes vienen por nosotros". O sea: estamos en medio de la
escena. Somos los actores mientras otros son espectadores. Y no es loco decir
que ciertos espectadores sufren más miedo que los actores (es que esta obra
nosotros ya la hicimos media docena de veces).
Volvamos al fútbol y comparemos
esta selección con la que dirigían Bielsa o Pasarella. Aquella parecía que
entraba a la cancha a cobrar el premio, de tan orgullosos y bellos que se veían
sus jugadores. Altos, modelos de cualquier cosa, con las mejores minas, voces
de locutores, jugando en los mejores equipos del mundo y cobrando fortunas a
diario. Pero cuando entraban a la cancha en los mundiales, chocaban con equipos
inferiores que no se dejaban amedrentar por ese perfil de galanes. Equipos que,
como los costarricenses de ahora, tenían poco que perder. Y por eso ganaban y
nosotros perdíamos. El miedo escénico de nuestros jugadores era no verse dentro
de la cancha tan ganadores o bellos como se veían afuera; y habría que analizar
alguna vez si aquella penalidad vergonzante del pelo corto no fue un bumerang
al corazón del orgullo de los jugadores.
Justamente, Argentina como país a
veces actúa como si tuviera poco que perder. Y quizá es cierto. Es un país
periférico, que apenas ha dado algunos deportistas y a Borges (a leer,
muchachos), que ha generado más problemas que soluciones, que es visto a través
de chistes ingeniosos pero de dudoso buen gusto, que es tremendamente exitista,
que de a ratos no obedece a los mandos naturales (FMI y otros caraduras; o el
atrevimiento de entrar en default) y que para colmo no sufre de miedo escénico
porque se comporta como suicida por lo que ya dije: nos mataron, y acá estamos,
dando pelea. Ese es el país al que ahora quieren poner en caja, adoctrinar. Es
un ejemplo peligroso, porque cualquier piojo resucitado, inspirado en nuestra
temeridad, puede querer cagarse en la autoridad de Griesa y eso es inadmisible.
La argentinidad también se puede
medir con los parámetros de autoestima, exitismo y miedo escénico. Hay
argentino que sienten (y lo manifiestan abiertamente) el gran miedo escénico de
no estar a la altura de las circunstancias internacionales, no usar lo que se
usa en París (ahora en Nueva York) en la moda de los asuntos financieros. Viven
ese exitismo nuestro siendo puramente pesimistas. Quieren que nosotros los seamos
también. Y exponen su baja autoestima (como argentinos, se entiende), para que
nosotros la suframos con ellos.
¿Acaso no vemos a gente que
practica a diario sus "valores de clase media", ir al cine, cambiar
el auto, llenar el changuito del supermercado, comprarse su remerita Lacoste,
mandar sus hijos a escuelas privadas, y se burla de que el gobierno hable de
festejar el día de los "valores villeros"? Eso es miedo a perder el
equilibrio que le permite seguir adelante, en una endeble, pero vital, combinación
de autoestima (de clase), exitismo (poder amar y odiar algo el mismo día, sea
un político, una idea, un prócer; menos al dólar, a ése lo aman siempre), y
miedo escénico (perder el espacio ganado, el de la clase media, el del centro
de la ciudad, el de los countries).
Ahora, con el resultado en la
mano, y no pudiendo considerar este proceso sino como exitoso (lo que debería
llevar a varios cientos de cráneos a hacer silencio durante un tiempo), y salga
Argentina campeona o no, digo eso es quizá lo que entendió Sabella que no
entendieron Bielsa, Pasarella, Basile, Maradona, Pekerman. Que el asunto
excedía el marco del fútbol, de la táctica, y de la gran cantidad de boludeces
que se dicen al respecto, sea el 4-4-2 o "el volumen de juego". El
asunto era lograr un astuto y ladino equilibrio entre autoestima, exitismo y
control del miedo escénico. Cada cosa debía existir en los corazones de los
jugadores en su justa medida para no sentirse ni mejores ni peores que nadie
(autoestima), no tener miedo a cambiar (exitismo), y verse por momentos como
una lagartija que pelea contra buitres (miedo escénico) pero a los que puede
ganarle con un piquete de ojos inesperado o una patada en los huevos, situación
que no se resuelve sino creyendo en que hay una instancia superior, posterior,
donde podremos ser felices, o inmortales. Una vez ahí, no nos toca el culo
nadie.
*Publicado en Rosario12
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