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La cumbre de la Alianza del Pacífico (AP) acabó tal como se esperaba.
Ni más ni menos. Lograron tener un significativo papel mediático pero no tan
exagerado para eclipsar el éxito de la Celac. La AP continúa su camino para
conformar una versión mini del intento fallido del ALCA en América latina. Esta
reedición imperialista tomó buena nota del fracaso del pasado y, esta vez, el
presidente de los Estados Unidos ya no aparece en la foto de familia. La AP, a
diferencia del ALCA, presenta una imagen más latinoamericanista, aparentemente
independizada –al menos en la escenografía– de los países del Norte.
Esta nueva apuesta táctica del
eje Pacífico obedece a varias razones. Una, Estados Unidos ya no es el país tan
valorado favorablemente por las mayorías populares en estos países. Dos, la
Unión Europea tampoco puede ser considerada como ejemplo de éxito económico en
estos últimos años. Tres, la AP no puede obviar a sus vecinos latinoamericanos
porque tienen una elevada dependencia económica con éstos. El Pacífico sabe que
no debe romper abruptamente con esta región tan vigorosa económica y
socialmente en el nuevo mundo multipolar en transición. Cuatro, al Norte le
interesa que sea el eje Pacífico quien asuma la entera responsabilidad de
frenar y torpedear al bloque progresista en América latina. No hay mejor idea
que dividir el Sur desde el Norte pero con control remoto, con la apariencia
políticamente correcta de ser respetuoso –y no injerencista– con los asuntos
ajenos. En definitiva, la AP es más sutil que el ALCA como instrumento para que
el Norte siga teniendo presencia en el nuevo Sur en América latina.
¿Pero es tan poderosa la AP como
dicen sus medios hegemónicos? Rotundamente, no. Una gran primera debilidad
estructural es que se trata de un bloque con un escaso comercio intrarregional
que no alcanza ni al 4 por ciento de sus exportaciones. Otro punto flaco es que
la AP se trata de un conjunto de países que han ido estrechando su base
económica como consecuencia de sus Tratados de Libre Comercio con Estados
Unidos y Unión Europea. Son economías sin verdaderas posibilidades de
complementariedad productiva porque han ido dedicándose a una mega
especialización exportadora –de materias primas– marcada subordinadamente desde
los países centrales. Todas ellas importan aquello que no producen las otras;
sus proveedores son siempre las grandes transnacionales del Norte. La AP tiene
además un serio opositor interno derivado del enorme descontento social de su
pueblo después de haber sufrido el capitalismo por desposesión y las políticas
privatizadoras neoliberales. Las protestas de
campesinos/estudiantes/profesores/médicos/funcionarios no deben ser
infravaloradas en los próximos meses si la AP sigue por esta vía de servidumbre
al Norte.
La AP parece no haber aprendido
de la decadente desintegración de la Unión Europea. En vez de construir una
base de economía real sólida, han preferido regresar a los dogmas del libre
arancel; en vez de apostar por una integración con rostro humano, se han
decantado por un mercado único de Bolsas financieras; y en vez de crear un
consejo social para los pueblos (como sí sucede en el ALBA), han decidido un
Consejo de Empresarios. Las consecuencias de la Unión Europea ya las conocemos
todos: un modelo de acumulación de desarrollo desigual con una exacerbada
concentración de riqueza para unos pocos con socialización de pérdidas para las
mayorías. La AP parece haber decidido este Norte salvo que su Sur consiga
imponer lo contrario.
*
Doctor en Economía, Centro Estratégico Latinoamericano Geopolítico.
Publicado en Página12
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