Las últimas medidas económicas,
particularmente en materia cambiaria y financiera, parecieran haber logrado
restablecer parcialmente la calma. El Banco Central da la impresión de tener
otra vez bajo su control la paridad cambiaria, la corrida sobre “las cuevas”
por conseguir dólares “como sea” se atenuó significativamente, y hasta los
precios de bienes finales de consumo inmediato o durable (alimentos y
electrodomésticos) vuelven a tener un precio relativamente estable, al menos,
entre el momento de la consulta y el de decidir la compra. Lo que no debiera
perderse de vista es reconocer qué provocó ese “estado de locura” que atravesó
la economía argentina durante algunas semanas, y cuáles de esas causas se
mantienen todavía latentes. Es decir: contra qué o quiénes se pelea para
mantener en pie un funcionamiento productivo que permite crear los bienes, dar
empleo y dotar al Estado de los recursos para garantizar las prestaciones
sociales.
En el ataque especulativo que recibió Argentina contra su moneda hay elementos y condicionantes locales, pero también externos. Entre los primeros, fue muy visible en estos días la disputa con los sectores más concentrados del bloque exportador (las grandes cerealeras) por conseguir que liquidaran las divisas de las ventas al exterior. También, esta semana, el rol relevante que juegan los bancos del sistema financiero doméstico en el mercado de divisas: una decisión del Banco Central restableciendo un tope a la proporción patrimonial que pueden mantener en divisas provocó una inmediata corriente de oferta de dólares, aunque las entidades tengan dos meses para adecuarse a ese límite. Y un tercer elemento quedó también en evidencia, pero por la negativa: una oferta “controlada” de dólares para atesoramiento o ahorro de particulares demostró ser suficiente para calmar las ansiedades de un sector al que, errónea y malintencionadamente, se le adjudicaba un rol sobrevaluado: no era el “cuco” que se iba a quedar con todas las reservas, ni el principal interesado en arrancarle al gobierno una devaluación. Otros intereses se ocultaban detrás, controlando la escena.
Mucho menos visibles son los
elementos y condicionantes externos. La forma en que, desde diferentes usinas
internacionales, se promueve la fuga de los capitales financieros desde los
países emergentes a los centrales, debería merecer una atención mayor en
Argentina, por el impacto que le toca. El ataque financiero ha provocado
importantes devaluaciones defensivas en los países perjudicados, acompañadas
por subas de tasas de interés que tratan de mantener el atractivo sobre las
colocaciones de fondos en monedas locales. Brasil, México, India, Turquía,
Sudáfrica son algunos de los países que pagaron esas consecuencias. Argentina
llega relativamente tarde a sufrir las mismas consecuencias, porque
probablemente tenía una menor proporción de capitales especulativos en sus
mercados financieros locales; pero el impacto le llega en una segunda oleada,
cuando por la devaluación de esos otros emergentes (principalmente, Brasil), su
intercambio comercial quedó desequilibrado por pérdida de competitividad
(costos internos de producción más altos en dólares que los de sus
competidores).
¿Qué está pasando, mientras
tanto, en los países centrales? Podría decirse que tanto Estados Unidos como
Europa han superado ya el peor momento de la crisis, pero sin solucionarla. Las
mismas expresiones de los grupos financieros que provocaron la crisis se han
recompuesto y hoy juegan, asociados a las autoridades monetarias de esos países
centrales (Reserva Federal de EE.UU. y Banco Central Europeo), a favor del
“retorno” de los capitales financieros al “centro”, después de haber hecho
diferencias en la “periferia”. Es decir, buscando hacerle pagar a esta última
los costos de esta etapa.
¿Cómo operan estos grupos
financieros a favor de los intereses de los bloques centrales? Haciendo ver que
las posibilidades de ganancias en los países emergentes están, por ahora,
agotadas, y conviene migrar hacia destinos “más seguros”. Los mismos
desequilibrios que esos mismos capitales especulativos han creado, provocando
devaluaciones defensivas, ahora son presentados como “turbulencias internas” en
los informes de las consultoras, que “podrían persistir en el corto plazo, lo
que hace recomendable orientar las inversiones hacia destinos de menor riesgo”
(informe publicado ayer por el diario Expansión, de Madrid).
Y vuelven a aparecer en escena
argumentos usuales en épocas de reinado del neoliberalismo, que algunos
ingenuamente creían definitivamente enterrados por el peso de la realidad.
“Estos países no aprovecharon los años de bonanza para llevar a cabo reformas
oportunas, con el fin de mejorar la transparencia y la seguridad jurídica para
las inversiones extranjeras” (el mismo informe citado).
Si alguien todavía duda de la
intencionalidad política de estas recomendaciones, basta echar una ojeada a
algunos comentarios que desaconsejan invertir en empresas brasileñas,
particularmente Petrobras, por caso. “Presenta una tendencia declinante de la
producción y la explotación de sus nuevos descubrimientos off shore demandarán
un enorme esfuerzo de inversión (...). Otro factor de volatilidad es que en
octubre hay elecciones presidenciales y legislativas. Si Dilma Rousseff es
electa, continuará la intervención gubernamental, dañando los beneficios
empresariales. Pero si la economía de Brasil empeora este año, crecen las
chances de los candidatos Aecio Neves y Eduardo Campos, que son más amigables
para el mercado.” El informe, publicado en inglés en uno de los blogs más
consultados por los inversores, usa la expresión “more market friendly”, un
traje que ya varios candidatos opositores en Latinoamérica quieren probarse
para conquistar el favor de estos capitales.
Es en este punto donde aparece
fuertemente la asociación entre sectores opositores al Gobierno y capitales
especulativos. Pasa en Argentina, pero también en Brasil, Ecuador y Venezuela.
La embestida de los grupos empresarios dominantes busca corroer el poder de
gobiernos con políticas activas de intervención en los mercados. Los sectores
de oposición ven en esta ofensiva la posibilidad de mejorar sus chances
electorales y van adaptando su discurso para presentar al gobierno como
responsable de los males de la economía y diluir la responsabilidad de esos
grupos dominantes. Esto se verifica hasta en candidatos de oposición
provenientes de la izquierda, que también se anotan en la carrera por ser “more
market friendly”.
Si no fuera por esa avidez de
agradar a los poderosos externos, no podría entenderse el entusiasmo con el que
algunos sectores locales han recepcionado las palabras del senador republicano
de Florida Marco Rubio, anunciando la probabilidad de que “tengamos una crisis
económica pronto en Argentina”. Lo señaló en el Congreso de Estados Unidos
luego de calificar a la Argentina como “el aliado más peculiar en el mundo,
porque no paga sus deudas y no coopera militarmente”. Alguien podría suponer
que es falta de información, pero la descalificación hacia Argentina como país
pagador proviene, en este caso, de quien financia sus campañas con recursos
provistos por Paul Singer, titular del fondo buitre NML Capital, quien no sólo
litiga contra Argentina en los tribunales de Nueva York (donde Rubio también
acostumbra recoger aportes), sino que persigue a los emblemas argentinos por el
mundo para embargarlos, como la Fragata Libertad, o arma campañas de
desprestigio contra el país, a través de “Argentina Task Force Association”.
Marco Rubio, candidato ultraconservador con aspiraciones presidenciales,
respaldado por el ultraderechista Tea Party y por grupos anticastristas de
Miami, vinculados al terrorismo internacional que Estados Unidos no condena,
simplemente defiende intereses. Y cobra por ello.
*Publicado en Página12
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