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viernes, 21 de febrero de 2014

APUNTES INFORMALES SOBRE LA IDEOLOGÍA

Imagen Rosario12
Por Javier Chiabrando*

Usted sabe que soy un sencillo muchacho del interior al que le gusta reírse de ciertas manías gauchas, como la del comerciante que te pide cambio cuando tiene el cajón lleno de monedas. Antes, yo andaba por los bares de nuestra patria hablando de estas cosas, tratando (seguramente) de impresionar señoritas. Ahora tengo este espacio para decir lo que pienso y no necesito vagar de noche, que según dice la televisión, se ha puesto peligrosa. En cuanto a impresionar señoritas, si no lo hice hasta ahora, será una de las tantas deudas pendientes de mi vida, como jugar en la primera de Boca o ser personaje del año de la revista Gente.

Pero sigo siendo un muchacho simple del interior. Eso sí, a veces se me da por hacerme el inteligente y meterme en temas que no domino o que me dominan a mí. Por eso leí Limonov de Emanuel Carrere, y me la agarré con la ideología. ¡La ideología! Qué tema, señores. Abran los ojos, los corazones y las orejas. Pero antes de ponerme a delirar, aclaro que en lugar de leer esta nota sería mejor que vayan a leer libros sobre el tema. Aunque al precio que están y con los árboles que hay que cortar para hacerlos, sin olvidar el tiempo que consume leerlos, mejor péguele una leída de reojo a esta nota, tómese dos mates y salga a la calle hablando de ideología como si supiera (como hace cualquier argentino, además).

Parafraseando aquella frase: "es la economía estúpido", con la que Clinton apabulló a Bush, yo diría: "Es la ideología, burro". Es que la ideología, que podríamos definir como el conjunto de ideas que gobiernan nuestros actos, está ahí, la tiene el melenudo que milita por Cuba, el señor de traje que trabaja de la noche a la mañana para derrocar gobiernos, y la señora de la peluquería que se enoja porque Cristina no le da el 82 por ciento que le prometieron los mismos que le quitaron varios ceros a su jubilación.

"Es la ideología, burro", le podría decir uno a ese tío que todos tenemos en nuestras familias cuando dice: "acá lo que hace falta es mano dura". Porque los burros también tienen ideología, y algunos la defienden escapando de las ideas con la misma vehemencia con la que los revolucionarios defienden el derecho a intentar cambiar la sociedad. Ceder el terreno de las ideas a otros es una gran manifestación de ideología; es decir que uno no se siente capaz de abordarla con claridad y prefiere que otro lo haga en su lugar. Eso hace la gente que no acude a votar en los países donde no es obligatorio.

Pero yo quería hablar de Limonov. Limonov es un personaje curiosísimo. Ruso, poeta, novelista, político, ocasionalmente mendigo y homosexual, famoso en Francia (paraíso de la fama), luego denostado, con ínfulas de soldado y un generoso etcétera. Defensor del pasado glorioso de la URSS, de cuando el comunismo, a pesar de todo, lograba que sus habitantes sintieran el orgullo de ser parte de algo grande y poderoso que enfrentaba de igual a igual al mayor poder militar y propagandístico de la tierra. Ese orgullo fue lo primero que perdieron cuando llegó el colorido capitalismo; relojes de Mickey y celulares con wasap a cambio del honor de pertenecer a una cultura rica y orgullosa. Algo parecido a lo que los colonizadores hicieron con los indios: espejitos de colores a cambio de libertad y vida.

Las posiciones políticas de Limonov son de una derecha más simpática que peligrosa; y quizá sean más morales que políticas. No por nada fundó el Partido Nacional Bolchevique, un simpático oxímoron ideológico difícil de explicar aún para el autor del libro. Una buena forma de entender a Limonov es recurrir a un momento estelar de la literatura argentina (nosotros lo dijimos todo primero; (Aleluya Argentina!), cuando el astrólogo de Los Siete Locos de Arlt le dice a Erdosain sobre el partido político que van a fundar: "Seremos bolcheviques, católicos, fascistas, ateos, militaristas, en diversos grados de iniciación." A propósito de crear un dios, el astrólogo dice: "elegiremos un término medio entre Krishnamurti y Rodolfo Valentino". Suena loco, pero cierta clase política vernácula, evidentemente muy lectora, lo ha hecho de verdad. ¿No es algo así, acaso, el ingreso a la política de actores y contadores de chistes de escaso vuelo, sumado a la cantinela barata de querernos mucho y tratarnos bien, supuesto remedio de los males argentinos?

La otra analogía a Limonov que se me vino a la mente fue Mishima (vean qué biblioteca tengo), el escritor y dramaturgo japonés que intentó tomar un cuartel para generar un levantamiento militar/popular en busca de recuperar el orgullo perdido de Japón (¡Y dale con el orgullo!). Como los soldados se le cagaron de risa en la cara, Mishima no tuvo más remedio que abrirse la panza por honor. El murió con honor sin saber que Japón recuperaría el honor -quizá no el que quería Mishima, pero honor al fin- al fabricar radios que entran en los bolsillos de las camisas e inventar el karaoke. A veces hay que tener paciencia.

Estos dos personajes reales buscaban recuperar el honor y el orgullo en el fondo de una tradición que iba perdiendo la batalla ante el embate de la modernidad más seductora, la de los productos de plástico (baratos, al alcance de todos), la de la uniformidad de las culturas (para poder venderle a todos lo mismo), en fin, la del mundo global y líquido, para citar de taquito a dos pensadores contemporáneos. Esa búsqueda es posible mientras no desafíe al mercado y a los que tienen la sartén por el mago. Cuando a ellos les parece ofensivo, van por las cabezas de los rompehuevos con las armas que tienen a mano; balas, espejitos de colores, noticias falsas, tarjetas de crédito, pornografía free, y los seductores mantras del mercado que nuestros economistas repiten en televisión sin pudor a que alguien los considere loros con incontinencia verbal: atraer inversiones, seguridad jurídica, mercado autorregulado, etc.

Limonov fue preso, luego sería ninguneado (sobre todo por los franceses, que antes lo adoraban porque era un loco lindo), y con el tiempo quedaría aislado y se le daría la misma entidad que al tío burro que quiere mano dura. Claro, en un reportaje, llega a decir estas blasfemias: "Los dirigentes europeos son caníbales, siempre están listos para aplastar al resto del mundo. ¿Europa tiene miedo de Putin? Pero si es la Europa que ha aterrorizado al planeta durante dos milenios. Y, en este punto, los musulmanes tienen razón. Europa es una fuerza destructiva y sus dirigentes son caníbales. En cuanto a Rusia, ella jamás, jamás, jamás ha agredido a Occidente. Napoleón fue quien vino a nosotros, lo mismo Hitler: el apetito de los europeos no tiene fondo." Mishima ni siquiera tuvo la oportunidad de recorrer los magazines de la tarde para explicar de qué la iba su propuesta porque en Japón abrirse la panza calma las culpas. No se desafía al establishment sin pagar las consecuencias. Estos la pagaron por derecha; otros miles por izquierda. Esa parte de la historia la conocemos mejor.

Nosotros, como país, hicimos un par de cosas fuera de cartel (YPF, por ejemplo), y bastó para que diarios como El País y The Economist se volvieran enemigos nuestros en nombre de sus patrones. En estos días el diario The Economist, en una nota escrita por alguien que no sabe escribir, y traducida para La Nación por alguien que no sabe traducir, nos acusa de tener la mejor carne del mundo y de quemarla a la hora de cocinarla (indios que no saben que en Market Place la carne se come cruda, ¿viste?). Y dice que por muy dura que fue nuestra historia en los 70, al menos no tuvimos un Mao o un Stalin (esos sí que eran malos, Videla en el fondo era un muchacho tierno). Volvamos al tema de la ideología, porque me fui al carajo. Me pregunto si hablar a esta altura de derecha o izquierda sirve de verdad o no es más que una forma de pertenecer a un club que una forma de marcar posiciones verdaderamente ideológicas. A veces suena como decir soy emo o soy gótico. Uno identifica a los enemigos del gobierno como la derecha, pero quizá es más por comodidad que por otra cosa. Quizá el mercado no tiene patria ni color ni ideología. Así es como no faltan los que corren al gobierno por izquierda si es necesario. Sin olvidar que cierta izquierda defendió al campo golpista en la crisis del 2008. ¿Izquierda, derecha? Le temen a las nacionalizaciones, pero cuando pudieron nacionalizar las deudas privadas, eran guevaristas de la primera hora. Y cuando se definen como de centroizquierda, agarrate Catalina, porque eso es cualquier cosa en cualquier momento, incluso fascismo explícito. A la larga, mucho de lo que se disfraza de ideología, es un problema de plata o poder, como las peleas entre hermanos por la herencia.

La ideología es un camino que sirve para evitar zanjas. Es un ideario que ayuda a no balbucear demasiado porque cocodrilo que balbucea es cartera. Es como ponerse la camiseta de Boca a la hora de entrar a la cancha. Será reconocido como un par y dejado en paz. No importa si usted es hincha de Villa Dálmine, así como hay personas que se definen de izquierda sin tener nunca actitudes de izquierda (si los nombro ocupo todas las páginas del diario). La ideología es una forma de simplificación, de pertenecer a un club, de llevar una camiseta que te abre puertas y te cierra otras. Curiosamente, no todas pueden ser utilizadas por el que se quiere definir sino por el que define, como si en la definición hubiera una burla explícita. Nadie se autoproclamaría "progre", por ejemplo. Al menos yo nunca intenté impresionar señoritas diciendo: "soy progre". Nadie en su sano juicio, excepto los fascistas de cómics, se autoproclamaría de derecha.

El problema de las ideologías es que a veces se cumplen o hay que cumplirlas. Uno las encuentra atractiva en los papeles, y son piolas para gritar sobre una tarima, pero cuando hay que ponerlas en práctica no tienen ni el glamour ni la efectividad que uno suponía. Miren a Hollande en Francia, llega al país como socialista y luego hace lo que le dejan hacer, lo que los mercados necesitan que haga: achicar, cesantear, borrar derechos, pero si le preguntan dirá que es socialista. ¿Qué significa la mano dura del tío burro, matar al vecino con el que juega a las bochas? Tal vez no conviene andar por ahí abriendo paraguas ideológicos sobre uno, porque alguna vez te van a pedir que cumplas lo que pregonaste. Y quizá por eso es que en la oposición al gobierno haya tanto fru fru y pocas ideas. Mejor decir fru fru, y cuando te toca actuar, agarrar para donde vaya el viento o dicte el mercado. A mí me gusta más la gente como Limonov, los cabezadura, capaces de morir con las botas puestas. Quiero decir morir simbólicamente, porque tampoco es cuestión de hacer la gran Mishima y abrirse la panza, que soldado que se hace el boludo sirve para otro control de precios.

*Publicado en Rosario12

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