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Por Demetrio Iramain*
El problema no está en las
mentiras que los medios de comunicación dominantes dicen. Eso no lo podemos
impedir. Lo que debemos pensar hoy es cómo decimos y difundimos nosotros la
verdad", le dijo Fidel Castro a Ignacio Ramonet, según se lee en la última
edición de Le Monde Diplomatique.
En la primera marcha semanal del año 2014, Hebe de Bonafini observó algo parecido. "Todos los jueves digo lo mismo: no dejemos que nos instalen lo que ellos quieren que hablemos. No hablemos de ellos, ni de lo que dicen ellos", aconsejó el 2 de enero en Plaza de Mayo.
En la primera marcha semanal del año 2014, Hebe de Bonafini observó algo parecido. "Todos los jueves digo lo mismo: no dejemos que nos instalen lo que ellos quieren que hablemos. No hablemos de ellos, ni de lo que dicen ellos", aconsejó el 2 de enero en Plaza de Mayo.
Desde luego, la derecha mediática vertebera su discurso tirando al tacho del
"relato" la fundamentación política del proyecto nacional y popular.
Extrañamente, la sensación de caos y fractura social creada por los medios
dominantes no sería un "relato", sino la más pura verdad. Mire usted.
Si las conferencias de prensa de Jorge Capitanich son "relato", los
editoriales de Nelson Castro, ¿qué son?
La potente cadena de medios privados se permite a sí misma la licencia de
establecer discrecionalmente el Km 0 de la verdad. Un "derecho", por
cierto, de vidriosa legitimidad: a definir dónde termina el "relato"
y dónde empieza la "realidad". Su "verdad" es relato
naturalizado, pero TN no lo admitirá jamás. Pontifican con un doble estándar,
siempre a mano: Clarín critica al titular de AFIP como si fuera Granma, pero
clama por la libertad de cambio y el atesoramiento de dólares como si fuera el
New York Times. En qué quedamos: ¿Magnetto quiere los rigores de Cuba, o nos
previene de ellos?
Esa poderosa capacidad de manipular provoca criaturas pavorosas en la
conciencia social. El corte de la autopista Illia por los vecinos de la villa
31 pone nuevamente en circulación los discursos más rancios. El racismo y la
discriminación disfrazados de cualquier cosa (respeto al orden, acatamiento a
la ley, las formas por sobre el fondo de la cuestión siempre), crean las
condiciones para justificar viejos proyectos de dominación y sumisión al poder
económico. El orden neoliberal del mundo.
En paralelo a los cortes de luz, regresa con fuerza aquello de echarle la culpa
a la imprecisa y vaga "política" por la pobreza, es decir, por la
supervivencia de los pobres. En el fondo, eso es lo que molesta de los pobres:
que sobrevivan. "Más allá de las buenas intenciones, en las sociedades abiertas
redistribuir ingresos es contraproducente, incluso para los más necesitados. Lo
importante es maximizar los incentivos", escribe uno en La Nación, en una
nota que titula "La recurrente manía del igualitarismo".
Para la derecha, la necesidad material concreta de vastos sectores sociales no
opera como factor determinante a la hora de decidir políticas de Estado, sino
el "merecimiento", tan parcial como interesado. El mito de alcanzar
la movilidad social ascendente por mérito propio y, especialmente, individual.
Lo dicen, incluso, quienes tienen subsidiada por el Estado la tarifa de su
consumo eléctrico, que les permite pagar 100 pesos por un servicio que en la
añorada tierra uruguaya del consenso frenteamplista costaría 700. Muchos de
quienes tienen ayuda estatal desde que encienden la luz del baño a la mañana,
recién la encuentran en otros, ajenos a su particular concreto, cuando salen a
habitar la misma ciudad. Que tire la primera piedra aquel que objeta al Estado
por sus ineficiencias, y nunca justificó a quien esconde parte de sus ganancias
para ahorrarse impuestos al fisco.
Otro ejemplo: la inflación. La derecha carga en la cuenta del gobierno el
aumento en los precios, pero como solución propone darle el control de la
economía al capital. Corre por izquierda al kirchnerismo, pero cobra por
derecha. En sus diagnósticos omite deliberadamente un dato central: hablar de
inflación es aludir a la batalla política por distribuir la riqueza. Que si no
se democratiza el ingreso no hay democracia, no es una síntesis del "relato",
sino una de las verdades históricas de este ciclo que ya lleva diez años
consecutivos de vigor. Como dice el secretario de Comercio Interior, Augusto
Costa, al momento de explicar los condicionantes del nuevo acuerdo de precios,
"la concentración en cualquier economía es algo natural y propio de la
dinámica del capitalismo". ¿Cómo atacar la inflación sin atender el índice
de empleo y su nivel de informalidad, por ejemplo? La derecha no observa
crítica ni complejamente el panorama, sino en forma parcial. Sectorialmente.
Como por espasmos. Titula la realidad. Así cae, no sólo en simplismos, sino en
contradicciones.
Durante la semana los diarios opositores auguran gran conflictividad social
cuando a partir de marzo se inicien las paritarias. Y cuando llega el domingo,
titulan "El empleo preocupa a gremialistas oficialistas y
opositores", como hizo La Nación el 5 de enero.
Todos saben que si el problema es la pérdida de puestos de trabajo, el aumento
de sueldo se vuelve un tema secundario. El límite se corre hacia atrás. El
fantasma de la desocupación opera como factor disciplinante de las ambiciones
de la clase obrera. Si a un gremialista le preocupa el peligro de despidos, su
objetivo inmediato, más que mejorar el ingreso de sus afiliados, es mantenerles
el puesto. Si así no lo hiciera, una de dos: o es un mal dirigente, o se está
prestando a una operación política ajena al interés de sus representados. La
derecha calienta la cabeza de los trabajadores, pero tira siempre para el
patrón.
Y, sin embargo, el conflicto social de fin de año ya no es el hambre sino los
cortes de luz. Cortes cuya responsabilidad corresponde a las empresas
prestadoras del servicio, pero también motivados por el aumento en la demanda,
propio de un país en crecimiento, alejadísimo de aquel con el que insisten en
soñar las mentes más afiebradas, a derecha e izquierda: el del estallido de
diciembre de 2001.
Muchos creen todavía que la revolución latinoamericana debe ser apenas un hecho
estético. Caber en una historia romántica, épica, sin contradicciones. Y si no,
no. El debate en los círculos kirchneristas alrededor del ascenso del general
Milani refuerza esos mitos.
Pero si es mito no es revolución; es "relato". Si no hay
contradicción, es mentira. Lo importante, siempre, es el poder. Luchar por él y
definir estrategias de intervención que puedan modificar la realidad dada.
Transformarla en beneficio de quienes vienen padeciéndola hace años. Décadas.
Todo lo demás no pasa de ilusión. Al menos así pensaba Lenin.
*Publicado en Tiempo Argentino
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