Por Marta Riskin *
“La verdad adelgaza y no quiebra y
siempre anda sobre la mentira como el
aceite sobre el agua.”
Don Quijote de la Mancha Miguel
de Cervantes (1547-1616)
La sinceridad del mentiroso **
La verdad humana es un óleo demasiado dúctil y combustible. Al decir
de Foucault, “La verdad misma tiene una historia” y se puede observar
“determinado número de formas de verdad”. Así, a la verdad absoluta
pregonada por omnipotentes e inquisidores, las ciencias sociales –desde
la psicología a la sociología, desde la filosofía a la antropología–
contraponen análisis y descripciones de condicionamientos culturales, el
reconocimiento de la subjetividad y la fuerza del deseo, la carga
emocional y los vínculos entre elecciones personales y colectivas.
Las ricas discusiones epistemológicas del siglo pasado tanto
permitieron a los científicos construir “verdades” cada vez más
ajustadas, cuanto a los mejores comunicadores emitir mensajes
reconociendo sus propósitos (al menos conscientes) y representaciones de
objetos, personajes y acontecimientos, del modo más fiel y leal
posible.
También, la historia exhibe las herramientas usadas por los amigos
de las “verdades únicas”, para administrar las líquidas corrientes de la
opinión pública, condicionando conductas sociales y promoviendo
escenarios favorables, en general, a poderosos intereses económicos.
Tal como probó la dilatada lucha argentina para lograr la plena
vigencia de la Ley 26.522, aun en pleno siglo XXI, no todos consideran
el acceso a la información y la libre expresión como derechos
universales.
Numerosos personajes hablan de “comunicación democrática”, mientras
continúan pensando en la propiedad privada y exclusiva de grupos
concentrados o en aristocracias de especialistas sobre las cuales
delegar la conducción y control de las conciencias.
Se trata de un punto de vista que no ha variado desde las
revoluciones democráticas del siglo XVII, salvo que entonces se
expresaba sin tapujos y en la actualidad resulta inaceptable para
amplias mayorías. Sin embargo, la democracia ha obligado a los
retrógrados a ocultar sus intenciones y a generar aplicaciones más
sutiles aunque, forzosamente, el juego especular exija adjudicar al
enemigo sus propias culpas.
Reanimar conceptos, con veneno **
Las investigaciones más breves sobre los actuales operativos de
desinformación y manipulación de la opinión pública señalan semejanzas
con paradigma, estructura y organización de noticias usados por los
aparatos de terror de Hitler y Stalin. De igual forma, aquellas
operaciones mediáticas perversas entretejieron conexiones entre actos,
discursos e imágenes aparentemente aislados, provenientes de diferentes
organizaciones y redes, pero capaces de coordinar objetivos afines y
provocar respuestas compulsivas e irracionales.
A manera de ejemplo, la insistencia y subyacente repetición, bajo
diferentes apariencias de una única consigna, incitaban prejuicios
específicos y construían o reforzaban en el imaginario popular mensajes
simples de supuesta “objetividad” para estigmatizar a grupos sociales o
ciertas personas, como “esencialmente” corruptos, deshonestos, avaros,
etc.
No eran, ni son, acciones ingenuas, sino estrategias de dominio
sobre las percepciones de una cultura. Ya nadie puede declararse
sorprendido por los elogios que dedican a los criminales quienes ejercen
prácticas y valores coherentes con la propaganda goebbeliana. Al menos,
sin poner en evidencia que la ignorancia y la irresponsabilidad siempre
han sido cómplices necesarios de la hipocresía de los criminales.
Nostalgia del odio **
Podemos dudar sobre la existencia de vínculos entre los atentados
sufridos en noviembre por sectores religiosos defensores de los derechos
humanos, como los ocurridos a la Iglesia Metodista Argentina y en la
Catedral durante la conmemoración de “La noche de los cristales rotos”,
las declaraciones filonazis del asesor Duran Barba y las ofensas de la
senadora Carrió a la comunidad judía; pero no caben titubeos acerca de
la significativa coincidencia temporal y el común resultado de
devolvernos a pasados de intolerancia, violencia y terror.
Cualquiera de estos hechos y las imágenes mentales que convocan
poseen fuerte valor simbólico y proponen una realidad subjetiva adversa a
la diversidad y a la democracia.
A las luces de Cervantes y Canetti, se juzgaría a la verdad humana
como una delicada categoría que se sostiene sobre la calidad del trabajo
en la conciencia personal y en relación a las comunitarias.
Hoy, más que nunca, urge el compromiso con la construcción de confianza en las palabras. Las propias y las ajenas.
* Antropóloga Univ. Nacional de Rosario.
** Los subtítulos pertenecen a Elías Canetti El corazón secreto del reloj (1973-1985).
Publicado en Página12
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